lunes, 11 de abril de 2016

EL GALLINERO EN SAN JOSÉ DE BOLIVAR

José Antonio Pulido Zambrano

Hoy la desmemoria de los años no permiten que las nuevas generaciones conozcan espacios que fueron parte de nuestra niñez en los pueblos andinos, uno de ellos era el "Gallinero", un lugar vallado o cobertizo donde se guardan gallinas y otras aves de corral. He uzado la frase "donde se guardan" pues aún en la casa de mi señora madre aún pervive esta manera de criar gallinas para la producción de pollos y huevos para el consumo del hogar.
El "Gallinero" por lo común queda en el lugar más apartado de la casa, quiza por el estiercol de las aves de corral y por higiene en la cercanía con los niños.El mismo iba cubierto por estambre de metal, aunque en la epoca antigua estas estructuras eran realizadas con madera, tablas o diferentes palos y cañuelas. En el centro del mismo se construye un rancho para que las aves se cubran de la lluvia y el sol. Allí se preparan los nidos, los que conocí se realizaban con un helecho campestre, que por lo común se cambiaba en determinado tiempo ya que atraía piojos y chinches, por lo que recuerdo como una de las imagenes de mi niñez a la abuela María Isabel quemandolos y creando nuevos nidos para que sus gallinas. Pirocas o Guajiras, araucanas, jibadas o pelusa o "japonesas" empesaran a anidar.
Por lo común el gallinero queda en el "Solar", un espacio que es dividido de la casa por una puerta o una reja:


Le seguía muchas veces al solar un camino que te llevaba al gallinero:


 El ingenio campesino logra que las cosas se reutilicen, de allí que los nidos de las gallinas los realicen con helecho y elementos en deshuso.


En el gallinero se encuentran diversos tipos de aves de corral como:

La gallina saraviada

El gallo imperial

La guajira ceniza

La guajira blanca

Las gallinas criollas


La gallina de la viuda

El gallinero

El gallinero

El gallinero

El gallinero

El gallinero

El gallinero

El gallinero

El gallo imperial 
 
 


jueves, 7 de abril de 2016

EL ESPÍRITU DE LA COPITA

Por: José Antonio Pulido Zambrano

San José de Bolívar tiene mucho de Macondo y de Comala. De Macondo porque es un pueblo que lo fundaron siete apellidos que luego se entrelazaron entre sí. ¡Claro! No tengo noticia de un niño con cola de cochino en el poblado, hasta el momento. Y de Comala, porque mi pueblo es un lugar donde los vivos caminan al lado de los muertos sin percatarse. Me viene a la memoria aquel verso de Shakespeare en “La noche de un sueño en verano” al expresar: “Ahora es el tiempo de la noche en que las tumbas, todas están ampliamente boquiabiertas, cada una deja salir a su fantasma, para que se deslice por el aire en los caminos del templo”.

En San José de Bolívar los fantasmas no cargan cadenas arrastradas, ni se cubren con mantas, ni llevan un baúl lleno de oro a sus espaldas. ¡No! Los fantasmas en San José de Bolívar se presentan con dos particularidades: La primera, como “Aparecido” (termino que se le da a aquellos que regresan del más allá y se presentan tal como eran antes de la hora del fallecimiento), espectro que se muestra para recordar a algún familiar, amigo o desconocido, sobre la presencia de un entierro (botija u olla con morocotas, u otros metales preciosos), el saldo de una cuenta pendiente (puede ser moral o monetaria), el perdón de un ser querido o en su defecto el pedimento de rezos para que su alma descanse en paz. La segunda, como “Luces de los muertos”, que es una especie de esfera luminosa que se presenta en casas deshabitadas donde también existe un “entierro”, en los cruces de caminos o en lugares evitados luego de la puesta del sol (cementerios, capillas en el camino, sitios de ahorcados, entre otros).

A este segundo fantasma u espectro, en San José de Bolívar se le da el nombre de “el espíritu de la Copita”. En la mayoría de los casos aparece en los cruces de camino como punto central donde convergen las vías, es así como en el municipio Francisco de Miranda, el lugar que une la aldea La Costa con Caricuena y el camino que lleva al pueblo era uno de los sitios donde más se les aparecía a los caminantes el espíritu de la Copita, en ese sitio a principios del siglo XX los aldeanos levantaron una capilla, la cual fue llamada “El Ojiancho”, como una manera de purificar lo que ellos creían era una zona demoníaca, hoy día en ese mismo lugar esta plantada una cruz de doce metros realizada en metal.

En ese mundo silvestre de finales del siglo XIX empezó asolar el espíritu de la Copita al pueblo, un ser del inframundo que acompaña a los caminantes. En ningún momento la Copita es un espanto, todos la describen como un espíritu bueno. La pregunta es, ¿por qué nuestros ancestros construyeron una capilla para aplacar a la Copita? La explicación esta, quizá, en que ésta no se transforme en la temible “Bola de fuego”, espanto de renombre del llano venezolano.

Este espíritu de forma circular esta asociado según mi padre al “cirio del cadáver”, o en otras palabras, a la “luz del difunto”. Esta creencia no es nueva, ya los vikingos en sus mitos hablaban de luces espectrales que rondaban sobre los montículos de los muertos. A esa zona del municipio Francisco de Miranda, en el siglo XVIII llegaron apellidos como; Le Creux y Rioja, que con el tiempo pasaron a denominarse; La Cruz y Rojas, apellidos que aún ostentan muchos de sus descendientes y nada hay de extraño que esta leyenda hubiese llegado de la mano de estas familias.

Con el tiempo los aldeanos empezaron a asociar estas luces espectrales (Copita) y campos santos que conllevó a la creencia de que las mismas conducían a un tesoro escondido (morocotas). Esto también se ve en otras culturas como en Rumania donde flamas espectrales de color azul muestran donde están enterradas un montón de monedas, brillando con la luz de otro mundo en las oscuras horas de la noche de San Jorge. Y en San José de Bolívar – los más viejos siempre señalaban los días de Semana Santa para ver la Copita y sacar entierros -, coincidencia, la Semana Santa siempre se da en días de abril que es el mes de San Jorge. En Hungría a esta alma astral en forma de rueda de fuego se le da el nombre de “Taltos”. El investigador Paul Devereux nos dejó escrito que “tales luces de la tierra eran conocidas por muchos pobladores antiguos y tradicionales. Las luces Min Min eran hechiceros o los espíritus de los antepasados para algunos nativos y los Eskuda´hat (criaturas de fuego) para los indios Penobscot del estado de Maine, los indios Snohomish veían a las luces como puertas hacia el otro mundo. En el saber popular de los gitanos llaman a estas “Luces de muerte” que conducen hacia fantasmas o mullos. En Irlanda se asocian con “Fuegos de Hadas” o “Luces de Hadas” y la tradición eslava llama a esto “Luz del alma”. Lo cierto es que la Copita (explica la señora Guadalupe Escalante que se le da este nombre porque la esfera luminosa tiene forma de copa, así se lo dijo su padre a mediados del siglo XX) también aparece en casas solas para señalar el lugar donde esta una “Botija” o “Entierro”, que por lo común es una olla o chorote de barro llena de monedas de oro. Muchas de estas “Botijas” son enterradas cerca de donde muchas veces nace un Arco Iris – explicaba aún en vida don Altagracia Peñaloza, botijas que son custodiadas muchas veces por “un enano de color negro y de dientes afilados” para atacar a aquellos que buscan el entierro pero no son los indicados. He dicho.