José Antonio Pulido Zambrano
Ramón García, "El Lochero".
San José de Bolívar, es un pueblo particular, de ello que en él encontremos personajes singulares, como “Ramón Lochero”, del cual hace años escribí una pequeña narración, un tanto poética del individuo como tal, el cual se reproduce a continuación:
Ramón García tenía ya sus años cuando se alejó de la sociedad y partió a vivir en una solitaria cabaña en las cercanías del páramo de la Cimarronera. La gente del pueblo oía varios relatos distintos referentes a “Ramón Lochero” como se le empezó a llamar, algunos contaban que su familia era rica y noble, y que él amaba a una mujer que le había traicionado y desde ese día había llevado una vida solitaria, mientras que otros decían que se había vuelto loco, que había abandonado el ruidoso pueblo y se había retirado a ese lugar retirado de la montaña azul para revisar sus pensamientos y preguntarse de la hipocresía del hombre, y muchos estaban seguros que era un místico que se contentaba con vivir en un mundo natural y espiritual. En cuanto a mí mismo y a mi amigo Elvidio Márquez Guerrero, no podía podíamos llegar a ninguna conclusión con aquel hombre, pues nadie sabía el profundo secreto de su corazón, cuya relación a nadie había confiado. Cuando lo observamos por primera vez, fue en la carretera de Los Paujiles, estaba caminando por el bosque con sus cinco perros, y lo saludamos eligiendo nuestras mejores palabras, pero contesto a nuestro saludo inclinando la cabeza y siguió su camino. En otra ocasión lo encontramos cuando íbamos con Oscar Santander a la cascada, y de nuevo nos acercamos diciendo:
- Dice la gente del pueblo que esta cascada ha estado allí por siempre. ¿Sabe usted algo de su historia?
A lo que nos contesto con frialdad:
- No sé quién construyo esa cascada ni me interesa saberlo. ¿Por qué no le preguntas a tus abuelos, que son más viejos que yo, y que saben más que yo sobre la historia de este valle?
Diciendo esto se marchó.
Un día de agosto mientras bajábamos de la Cimarronera, nos encontramos de repente con un fuerte viento y una lluvia torrencial, la tempestad nos arrojó de aquí hacia allá como una hoja tirada al viento. Dirigimos nuestros pasos hacia la cabaña de Ramón Lochero. Tocamos aquella destartalada puerta y el hombre que esperábamos ver abrió la puerta, le saludamos diciendo:
- Te rogamos que nos disculpes por molestarte, la lluvia nos atrapó mientras regresábamos al pueblo.
- Hay muchas cuevas y arboles en esta montaña en la que podrían buscar refugio.
Sin embargo, no cerró la puerta, con gentileza empezó a tocar la cabeza de uno de sus perros, nos sorprendimos al encontrar aquella ternura en aquel hombre.
- La lluvia es limpia y no se lleva a cualquiera, no pueden huir de ella, si les hubiera querido hacer daño, no estuvieran aquí.
- Es una lluvia muy fuerte – contestó Elvidio con un toque de humor.
- La lluvia les hubiera hecho un honor, si les hubiese llevado con ella, pero aún ustedes no son dignos de viajar con la naturaleza.
- Señor Ramón, si huimos de la naturaleza, no quiere decir que no la merezcamos, venimos del páramo de la Cimarronera – le dije.
Dio una vuelta a su cabaña, luego se dirigió y se sento en un banco de madera.
- Mis perros son cautelosos, yo he aprendido mucho de ellos, ellos respetan a la naturaleza, ese páramo está encantado por los indios, pero no confíen nunca en ellos, la neblina y los vientos se han comido a muchos.
- Pero esa neblina y ese viento nos han traido hasta su casa – comentó Elvidio.
- El hombre es malo, se inclina hacia el miedo y la cobardía y al sentir despertar a la naturaleza trata de huir de ella, sin saber que uno no puede huir de ella.
Yo le dije:
- Señor Ramón, si los pájaros son libres, sus perros se sienten libres. ¿Por qué el hombre no siente libre?
- Bien dicho. El hombre debería dejar la civilización y sus corruptas leyes y tradiciones y vivir como los pájaros, como mis perros, excepto alejarse de la naturaleza. Vine a este valle cuando era hermoso y vacío, y la máscara estaba en el hombre y el espíritu de Dios estaba sobre el Río Bobo.
Tomó una jarra de café y dos tazas una a Elvidio y otra a mí. Luego agarro su caucho y se lo colocó. Llamó a sus perros y se marchó.
- Les ruego que cierren la puerta contra los hombres cuando se vayan, al escampar esta lluvia, porque voy de cacería con mis perros a la montaña… y si la lluvia los sorprende de nuevo, vengan y busquen refugio en este lugar… ahh y no se les olvide que nosotros somos parte de esa lluvia, acéptenla como parte de ustedes y jamás ella les hará daño… Adiós.
Ramón Lochero tomó sus perros y se internó montaña adentro, desde ese día no le volvimos a ver, pero si hemos visto la lluvia, y esa siempre nos recuerda a este personaje tan singular.