lunes, 25 de noviembre de 2013

LOS TRES HIMNOS DEL ESTADO TACHIRA




Un acucioso investigador del siglo XX, el profesor Horacio Moreno, fue el que desempolvo la historia del primer himno del estado Táchira, al remontar sus orígenes a un canto patriótico de fines del siglo XIX, quizá 1880, himno compuesto  por el maestro Arnobio Pérez – esta disertación la ofrece Mons. Raúl Méndez Moncada. Es Horacio Moreno el pionero de este estudio, que luego desataría varias tertulias en la Academia de Historia del Táchira. Este himno nos dice: “Tachirenses se acerca el momento/ de probar nuestra fe varonil/ que se escuche tan sólo el acento/ de vencer por la patria o morir”. Son las letras sublimes que oyeron varios de los hombres que siguieron a don Cipriano Castro a Caracas para mostrarles que el Táchira era parte de la patria grande.
Mons. Méndez Moncada, nos amplía la información histórica con un segundo himno, declarado como himno del estado el 10 de octubre de 1905, una composición del capachero Ramón González Cárdenas, esta sinfonía andina del patriotismo regional dura hasta que en 1912 el general Pedro Murillo llamó a concurso para un nuevo himno. El segundo himno señala: “¡Tachirenses! De pie, descubiertos,/ la canción el Estado escuchad;/ la canción de este suelo glorioso,/ libre, libre, valiente y feraz”. Este himno fue más romántico, más poético que el primero. La canción de Arnobio Pérez fue más protestataria y el tercero, se sembró en esa Tachiranidad, siempre la Tachiranidad nos dejó escrito ese otro maestro de nuestra historia: Rafael María Rosales.
El tercer himno fue compuesto por el doctor Ramón Vargas y su música mágica estuvo en las diestras manos del profesor Miguel Ángel Espinel y declarado como Himno Oficial el 1 de julio de 1913, desde ese día se ha entonado esas glorias de la patria, sus fueros de nación.
Al revisar el rompecabezas de nuestra historia matria, nos encontramos que después del profesor Horacio Moreno, muchos se han abocado a estudiarlo, entre ellos Luis Hernández Contreras, Temístocles Salazar, Samir Sánchez, entre otros. En particular el trabajo expuesto por el historiador Samir Sánchez en su edublog intitulado: Proyecto Experiencia Arte/Experience-ArtProject y el link: “El Himno del Estado Táchira, 1913-2013, Centenario de una obra maestra”, es un ensayo que recomiendo para su lectura, ya que desde la palabra y la imagen nos retrata la historia del tercer himno de nuestro Estado. Este edublog también tiene otros temas de relevancia para la historia regional.
Tachirenses, nuestra historia es grande y hermosa, los invitó a conocerla, a leerla y a escribirla. Hombres como Horacio Moreno abrieron el sendero, por ello el Colegio de Licenciados en Educación – Seccional Táchira, este 27 de junio condecorada al profesor Horacio Moreno con su máxima Orden, pues aparte de haber estado por más de 33 años en el Archivo del Estado, el profesor Moreno dio clases por 30 años, 30 años de hacer pedagogía. Su legado es largo, 61 libros, infinitas conferencias, talleres, tertulias, secretario de la Academia de Historia del Táchira, entre otros tantos logros.
Vamos a trascribir las letras de los tres Himnos del Táchira:


PRIMER HIMNO

Tachirenses se acerca el momento
de probar nuestra fe varonil
que se escuche tan sólo el acento
de vencer por la patria o morir.
El Táchira reclama
con ecos argentinos
que rijan sus destinos
los hombres del deber,
y ay! del que pretenda
con fútiles visiones
la fe de sus legiones
burlar a su querer.
Tachirenses se acerca el instante
de empuñar con denuedo el fusil
nuestro impulso nos dice adelante
la consigna es vencer o morir.
El Táchira no quiere
tener entre sus filas
Calígulas y Atilas
que manchen su dosel
ni quiere que sus hijos
Asaz hospitalarios
a viles mercenarios
le sirvan de escabel.
Tachirenses luchad con coraje
nos mantiene el estado febril
¡A las armas! no más vasallaje
la consigna es vencer o morir. 
Arbonio Pérez

I Himno del Estado Táchira (Diseño: Sigrid Márquez Poleo)

SEGUNDO HIMNO

Coro
¡Tachirenses! de pie, descubiertos, 
la canción al Estado, escuchad;
la canción de este suelo glorioso,
libre, libre, valiente y feraz.

I
Fue este suelo el que tuvo la gloria
de escuchar la primera proclama
conque el verbo inmortal de Bolívar
a la lid redentora nos llama.
Fuiste tú, Libertad, cual Talía,
del teatro sangriento  la diosa;
Tú entregaste a Bolívar la espada
que rompio la cadena oprobiosa.

Coro...

II
El valor de sus hijos se ostenta
indomable, sereno y altivo;
la virtud en sus hijas es planta
que florece sin darle cultivo.
San Antoniop, Angostura, La Grita,
son reflejos aquí del Gran Genio;
Son escenas primeras del drama,
de que fueron los Andes proscenio.

Coro...

III
De los hombres que ilustran su historia,
dan sus campos gallardos emblemas;
del bucare los rojos penachos,
del cafeto las níveas diademas.
Y en sus vegas y valles y montes, 
de su ubérrimo seno al abrigo,
son silvestres la piña, el cacao,
el banano, la caña y el trigo.

Coro...

IV
Son inmensas su fauna y su flora,
imponentes sus ricas montañas,
impetuosas sus límpidos ríos,
y un tesoro sin fin sus entrañas.
Bendigamos a Dios por los dones
que a la tierra nativa nos trajo,
y corramos tras esta bandera:
La Concordia, la Paz y el Trabajo.

Ramón González Cárdenas

TERCER HIMNO

Las glorias de la patria
sus fueros de nación
unidos defendamos
con inclito valor.

Somos libres, las férreas cadenas
del esclavo rompiéronse ya;
y el hogar tachirense sonríe
bajo un sol todo luz: La Igualdad.

Extinguidos los odios añejos
perseguimos un sólo ideal:
Que prospere la tierra nativa
bajo un cielo de amor y de paz.

El trabajo es la fuerza suprema
que nos lleva cual nuevo Titán
a la meta sublime y gloriosa
de los pueblos que saben triunfar.

Que en el Táchira ondule por siempre
como enseña de honor regional,
con la unión y altivez de sus hijos
el trabajo, la paz, la igualdad.

Ramón E. Vargas.

José Antonio Pulido Zambrano
Rosayespinas@hotmail.com

EL ESCUDO DEL ESTADO TACHIRA

Expedientes X del Táchira:
El Escudo del estado redescubierto por Luis Hernández Contreras
La historia nuestra está llena de misterios. Uno de esos Expedientes X sin solucionar es el origen del escudo de nuestra Entidad, que parece haber resuelto el maestro Luis Hernández. Él señala que “contrariamente a lo que se ha creído, el escudo del Táchira no fue decretado por el Ejecutivo en 1913, sino en 1905” por el entonces gobernador Celestino Castro. Plantea Hernández que su creador fue el artista plástico Ramón Pino Farías, merideño, diseñador entre otros, de la Iglesia Matriz de la Grita.


Escudo del Táchira (1905)

El Decreto de 1905 dice lo siguiente: “Art 1°.- El Escudo de Armas del Estado Táchira tendrá la forma aproximada del Escudo Nacional. Representa este Escudo nuestra frontera con Colombia; en el fondo del verde paisaje, que representa la exuberancia de los valles tachirenses, se verán Los Andes y de pie Venezuela con la bandera de la República en una mano y señalando con la otra el Río Táchira, como límite de ambas regiones. En la parte superior llevará un haz de espigas de trigo entre rayos de oro y cintas color carmesí. Las mismas cintas entrelazando un ramo con flores de algodón y otro de café ornamentarán, partiendo de la base, los lados izquierdo y derecho respectivamente. Sobre la parte superior llevará en forma de arco diez estrellas, representando los diez distritos de que se compone el Estado y debajo del arco esta inscripción: Estado Táchira. La base será entrelazada por una cinta de oro en la cual se grabarán estas fechas: 5 de Julio de 1811, 14 de Marzo de 1856 y 23 de Mayo de 1899”.
El escudo tiene las fechas 5 de julio de 1811, firma del Acta de la independencia; 14 de marzo de 1856, cuando se erigió el Táchira; y 23 de mayo de 1899, el inicio de la Revolución Liberal Restauradora. Con el derrocamiento de Cipriano Castro, los seguidores de Gómez, por borrar la imagen de Castro cambian “23 de mayo” por la de “24 de marzo de 1864”, fecha que según Hernández no tiene ninguna importancia histórica para el Táchira, es una fecha inventada. Este nuevo escudo lo realizara el pintor colombiano Marcos León Marino, él que por décadas estuvo en el Club Táchira.


Escudo del Táchira (1913)


Escudo del Táchira (1950)


Escudo del Táchira (2012)

Diseño Gráfico: Sigrid Márquez Poleo

jueves, 29 de agosto de 2013

PALABRAS AL PADRE ACACIO BELANDRIA EL DÍA DE SU FUNERAL




San Cristóbal, 21-12-1012

Mensaje a propósito del fenecimiento del padre Acacio Belandria Pulido
me valgo de su presencia en el seno de la
Iglesia de San José de Bolívar.

Mi apreciada Hermana:

            Hoy en este día mítico y apocalíptico me ha pedido mi pariente Lubin Pulido realizar unas palabras a las obras del “Padre Acacio”, gran honor que me coloca, pues aún mi obra es minúscula al lado de ese “siervo de Dios” como lo fue el pariente Acacio. Tuve el orgullo y el placer de conocerle leyendo una lectura dominical y un salmo mientras el departía palabras sabias en su homilía.
            Es grato volver a escribir a otro Quijote, pues he tenido el privilegio en mi último libro el de abordar la vida de otro insigne sacerdote, me refiero al padre Juan Francisco santos y su revista ENSAYO. No se dista mucho la vida del Padre Acacio del Padre Santos, ambos luchadores por los sueños de nuestra juventud y la de nuestros niños. Acacio también se proyecto con una revista por allá en 1972 bautizada con el nombre “La voz del barrio”, ya desde este título Acacio hacía virtud a su segundo credo; “el de amar el mundo de los pobres”, su primer credo era Cristo y el tercero la iglesia latinoamericana.
            El padre Acacio fue un herrero de la religión, y quiero hacer este simil, para recordar a don Abigail Belandria, uno de los primeros herreros del pueblo, Don Abigail sería hoy el mecánico de aquellos tiempos cuando no se cambiaban neumáticos sino herraduras. Y, ¿por qué Acacio fue un herrero de la religión? Sencillo: su fragua siempre se dirigió a la lucha de los más necesitados, de allí sus palabras:

“Yo no he tenido que hacer mucho esfuerzo para entrar al mundo de los pobres, porque nací y me crié en él. Mi familia nació y se crió en la Venezuela de los años 30 y 40. Era la Venezuela rural. En aquel entonces vivíamos muy pobremente, sólo que, a diferencia de la pobreza de hoy, nuestra pobreza era serena, sin angustias”.

            Acacio empezó a construir su credo desde sus vivencias campesinas, porque hay que recordar que la opulencia que se vive hoy día en el pueblo no era tal en los tiempos que el vino al mundo, un mundo donde no habían ni alpargatas, sólo por poner un ejemplo, los rioboberos conocieron el tomate, ese que compramos hoy en bodegas apenas entrada la década de los cincuenta, quizá a la par de la llegada de la carretera a estos lugares del aislamiento. Aparte de este contexto de pobreza, estuvieron luego con los años las lecturas de los libros de Monseñor Romero – su alter ego – que definió que no se había equivocado cuando decidió ser jesuita a los 12 años de edad.
            El padre Acacio lo catalogaron varios valores: Prudencia, sensatez, paz, diálogo, humildad, crítico objetivo, solidario, entre otras virtudes. Y quizá su frase más histórica es aquella de: NO PODEMOS CALLAR MÁS, cuando en el año 2001 empezó una lucha desde la predica para cuestionar y denunciar la extorción y el secuestro, y sobre todo ese tema que nos entristece a todos; los niños de la guerra, porque él se desenvolvía en un territorio donde los grupos irregulares arrastran al camino del mal niños inocentes que son devorados por sectores del terrorismo. Y al calificativo de Quijote, hay que agregarle el de “guerrero de Dios” pues ya estando jubilado, sin obligación, con un cargo importante en su orden religiosa dejo todo, todo, y se interno en un territorio “donde la vida corre permanente peligro”. Y allí Acacio empezó a realizar una obra maravillosa para la protección del Refugiado, de todas aquellas familias desplazadas que siguen huyendo desde la muerte de Gaitan. Y de allí que Acacio nos deje este legado, sus palabras que leo de forma textual:

“No basta sólo con venir a Misa el domingo, no basta llamarse católico, no basta llevar al niño a bautizarlo, aunque sea en una gran fiesta de sociedad. No bastan las apariencias. Dios no se paga con las apariencias. Dios quiere el vestido de la justicia. Dios quiere a sus cristianos revestidos de amor. La iglesia no sólo esta en el templo, la iglesia esta en todos lados, donde un niño maltratado llora, donde una madre aquejumbrada por sus hijos tiene tristeza del alma, donde los vecinos se arropan con el chisme, allí hay que llegar y borrar todo con la ruana del amor”.


            El padre Acacio fue un sembrador y sus semillas cayeron en tierra buena. A sus casi 83 años aún visitaba a más de 16 comunidades campesinas en el Alto Apure para llevar la eucaristía y los sacramentos a las comunidades fronterizas más marginadas, porque el Padre Acacio, y con esto cierro esta esquela, dejo otra frase hermosa, cito sus palabras: “Para nosotros no hay frontera, todos somos una sola familia”. 

José Antonio Pulido Zambrano

EL FOTOGRAFO DE DIOS por: José Antonio Pulido Zambrano


Todo mi pueblo, desde que se tiene memoria de los ancestros, ha sido cristiano. Salvó en 1934, que al pueblo llegaron unos gitanos, y allí murió uno. Los habitantes estaban sorprendidos por el ritual del entierro. Cuentan los más viejos, que las mujeres de este grupo iban por delante del difunto lanzado cubetas de agua por las calles. En la prefectura quedaron grabados dos nombres: Yon Yoryoviche e Yca Teodoroviche. No sé hasta qué punto este muerto era gitano, pero en el libro de Actas de defunción fue enterrado con el nombre latino de Pedro Romero. Mi pariente Conrado, que ya pisa los 90, me dijo que ellos – los gitanos - siempre usaban dos nombres. Ese  es quizá, en el pueblo, el único muerto extraño en el cementerio. A veces me pregunto, y leyendo los libros del maestro Briceño. Si sólo a los que nacemos en pueblos lejanos – en el aislamiento - nos ocurren estas vainas.
De niño recuerdo una escena memorable con mi madre. Ella ha sido toda la vida catequista, encargada de enseñar a los párvulos algunos elementos religiosos condensados en el Catecismo Cristiano. Un día mirando el libro de Geografía General de Levi Marrero observe una imagen del Universo. En mi disertación de niño me preguntaba quien había tomado esa foto. ¿Quién era el fotógrafo? Y se me ocurrió preguntarle a mi madre que si el fotógrafo que había tomado aquella imagen era Dios. Creo que de niño sólo se me ocurrió pensar eso. Mi madre sólo me contesto: - No diga esas cosas, que eso es pecado. Su explicación lógica fue que la imagen la habían tomado desde un telescopio. Eso me llevó quizá a otra pregunta. Y como todo niño preguntón: - Mita, entonces, nosotros no estamos en ese Universo. Y, hoy leyendo “Dios es mi laberinto”, el Dr. Briceño en la página 58 expresa “el universo es una ilusión”.
Mi madre creo, porque ahora ese recuerdo se muta con otros, me dijo que eso me pasaba por estar viendo televisión. A mi pueblo el primer televisor a color había llegado en 1981, yo tenía 6 años. A usted maestro le dirían Kabir, Kabir, para de sufrir. Imagino que a mí me dirían: José Antonio, José Antonio, si sigues así no tendrás retoño.
¡Claro! Que también pudo haber ocurrido que mi madre, jugando YO con ese trastrocamiento de los tiempos como escritor, me respondiera otra cosa. Voy a imaginar que me expresó lo que el maestro Briceño refleja en la página 57: “Según mi mamá, yo no tenía edad para pensar esas cosas”.
Con los días empecé a leer, pero ya había empezado a leer con imágenes desde la televisión. Quizá mi madre tenía razón y el mago de la cara de vidrio me hacía ver enanitos verdes por todos lados.
Mis primeros libros de lectura, como he dicho tantas veces fueron dos. Los únicos que había en mi hogar. Uno era la biblia, y el otro un Recetario de comida internacional. En mi suposición de futuro tal vez imagine que sería o cura o un chef.
Tenía un padrino que me decía que quién leía la biblia completa con el apocalipsis se podía volver loco. Yo considero que no termine loco porque leí la Biblia como una novela de aventuras. Allí supe por primera vez que era un soñador por llevar el nombre de José, y ser contrario a muchas cosas por ser Antonio. Para mí, mi primer libro tipo señor de los anillos fue la biblia: Dioses, ángeles, gigantes y paren de contar. Hoy al leer “Dios es mi laberinto”, observo que esa literatura comparada que me llevó con los años la lectura no esta tan fuera de orden. Tal vez no era tan descabellado esas locuras juveniles de: “Zeus nuestro, que estas en el Olimpo, Santificado sea tu nombre”. El nombre. El nombre de Dios. El nombre.
El recetario – creo - me dio las herramientas necesarias para que escribiera mis textos como textos instruccionales, quizá buscando que cada uno de mis relatos dejará en el lector la búsqueda de un sabor extraordinario.
Con los años pude ingresar a una Biblioteca, y debajo de mis brazos lleve a mi casa; Alicia en el País de las Maravillas y, un libro sobre La Atlántida. Sin saber eran dos libros de viajes a mundos inesperados. Quizá ese día mi madre pasó otra prueba conmigo y yo otra con ella. – Mita, estamos solos. Ella me respondió: - Por qué lo preguntas. Yo dije: - Es que Dios no puede ser tan malo y en ese universo tan grande habernos inventado a nosotros solos. Mi madre me volvió a regañar: - Ya le dije que no piense en esas tonterías. Dios creo el mundo en 7 días.
Yo hice la pregunta porque aún esa imagen del Universo seguía dentro de mis inquietudes. ¡O el culpable no era Dios, ni mi madre, era el fotógrafo de Dios? Pero aún no tenía claro las cosas, y aún hoy no las tengo claras. ¿Quién era Dios? ¿Cómo era?
En esos días alguien me contaba la siguiente anécdota: “Un niño fue aislado del mundo, en un experimento científico, se le enseñó todos los conocimientos de la ciencia y del arte. Pero se procuró obviar todo señalamiento sobre religión. El niño vivía en un cuarto blanco, grande, con muchos libros y un ventanal inmenso, de donde se observaba un bosque. Un día al niño lo dejaron salir al bosque, y lo primero que hizo fue ir al árbol más grande y lo abrazó. A partir de allí todas las tardes el niño iba y se sentaba frente al árbol. Un día le preguntaron por qué lo hacía y el respondió: - Me pregunto que ser superior a nosotros pudo crear criatura tan hermosa.
Dios, también es mi laberinto, se transforma en la polifonía de voces de muchos. Esas preguntas que nos hacemos ante la inmensidad, ante lo inexplicable. Ese estudio que nos lleva a cuestionar y crear hipótesis de nuestro entorno y que con los años nos lleva a explorarnos a nosotros mismos, y ese templo externo da paso a la exploración del templo interno que está en nuestro cuerpo.
Quien visita mi hogar – hoy día – se encuentra con que mi madre aun es catequista, a pesar de haber leído el Caballo de Troya, en una de esas tantas discusiones nuestras que partió por culpa del fotógrafo de Dios. En la cocina de mi madre hay un reloj en forma de ancla, pero mi madre lo tiene al revés, es decir el número 12 esta de cabeza, quizá todos piensan que es por locura El caso es que es la única forma de que ese reloj funcione, pero yo creo que es porque las discusiones que se dan con mi madre sobre el origen siempre están teñidas por un diálogo que parece darse en un mundo paralelo. Ella me sigue escuchando, hoy día ya no me dice que estoy pecando, y ella sigue enseñando catecismo, y cuando los niños preguntas irreverencias como las mías, ella ya tiene su respuesta y su Dios. Yo no, yo lo sigo buscando. En una libreta de mi Universidad, en la solapa de la catedra de Análisis literario quedó escrito lo siguiente: “No creo en Dios, pero me hace mucha falta”, esto lo escribí a los 17 u 18 años, días en que en mi poesía expresaba:
APOCALIPSIS DE UN POETA
Observa lector
al arcángel caído
de un cielo
llamado infierno.
Donde Dios no es Dios
y donde la nada es nada.
Donde el tiempo no existe
y el mejor placer
es la muerte.
Porque acá
en éste espacio terrenal
la vida es puente a la eternidad
la eternidad es una cárcel
la eternidad es un vacío
el vacío es nada
y la nada es Dios.
Un Dios que ustedes
los hombres
lo han hecho ser hombre.
Al final
Dios es Dios
o Dios es hombre
 o el único hombre
es el verdadero Dios.

Al lado de la cocina de mi madre, al final de la casa, ella tiene un cuarto, al cual bautizó como “la pieza del olvido”. Es un lugar frío, lleno de chécheres y recuerdos, su máquina de coser, hilos y agujas, a veces pienso que ella allí en su gavetica de botones también tiene colecciones de llaves y laberintos. Es allí, ahora que releo su libro maestro Briceño Guerrero, que quiero copiar, plagiar, robar, dos oraciones suyas al final de este texto, condensada en esta pregunta que se hace su personaje: “¿La educación cristiana me ha cerrado las puertas de la iluminación?
Yo creo que esa educación que priva a los misterios abre el corazón a las dudas y a la búsqueda infinita por saber. Y como mis primeras preguntas hacia Dios las hizo crecer imágenes que luego se combinaron en palabras e inquietudes, y como en el capítulo V, maestro Briceño, usted hace de una manera sutil una referencia a aquellos misterios que llamamos extraterrestres, y que leímos en libros de la época que el canon académico desechaba, quiero enlazarlo con el capítulo 2 intitulado “Adentro”, de la 8 temporada de Expedientes X, la Dra. Scully se pregunta:


Vivimos en una oscuridad de nuestra propia hechura, ciegos a un ambiente del mundo que no es visto por nosotros. Un mundo de seres que viajan por el tiempo y el espacio imaginable para nosotros sólo como vuelos de fantasía. ¿Quiénes son esos seres que nos atrevemos a imaginar pero que tememos aceptar? Que oscuro trabajo sucede dentro de sus máquinas imposibles, ocultas para nosotros por fuerzas invisibles. Si ellos conocen nuestros secretos porque no conocemos los suyos.

lunes, 29 de julio de 2013

DIMAS DE JESÚS CONTRERAS FRANCISCONI

Dentro de la historia de la Guardia Nacional, aparece en el 4º Curso un riobobero nuestro, se trata de Dimas de Jesús Contreras Francisconi, cuyo Director Mayor (Ej.) José Briceño Machado, egresado en 1941, con el número 17 de ese grupo.


viernes, 12 de julio de 2013

OTILIA por Ramón Márquez



Una historia se repetía en Otilia: la historia de la belleza de la mujer puesta al servicio de satisfacciones  y deslumbramientos colectivos. Fue un encanto –dicen- un hechizo que minó de seducción los imaginarios varoniles y de envidiosos celos y reproches a los espíritus del resto.
Atentos a esa oralidad de  encantos, de odaliscas idas o envejecidas, nos dirigimos esa noche al Jarrón de Baviera: un extraño recinto de veleidades y pasiones melancólicas acompañadas de ese sopor nostálgico que embriaga hasta lo insaciable los corazones de aquellos amores  jurados un día.
 Llegamos ebriosos y dicharacheros  con infinitos deseos  de explorar en los misterios gozosos de  esa vida,  esplendorosa y desinhibida, de una de las mujeres más bellas de San Cristóbal: por ahora, simplemente,  Otilia.   
Cuando cruzamos la cortina de greñas plásticas y fosforescentes de la puerta de entrada del Jarrón, vimos a duras penas entre la penumbra que en la barra ya estaba instalado cómodamente José Antonio. Bebía cerveza y  oía  boleros. Su rostro era una evocación subliminal de no sé qué partida perdida, pero que  destellaba melancolía, sentimiento, podía pensarse que algo le iba mal por dentro y que su presencia allí no obedecía al plan trazado, sino a los recovecos de un guayabo de padre y señor nuestro.  Sonaba “Amor sin esperanza” en su exquisita versión original y  Julio canturriaba cabizbajo y en silencio. El gesto de José Antonio por la tardanza nuestra,  fue una escena que nos destapó imágenes del viejo cine mexicano; de inmediato le expresé que se parecía a Toni Aguilar en la película que protagonizó con Pedro Infante por allá en los años cincuenta. No le gustó la comparación, la rechazó infantilmente, convencido seguramente de que era más bien un dandi a lo Jorge Negrete,  sonreímos y no pasamos de allí. La atmósfera del lugar lucía ciertamente esa añejada temperatura de los años 50. El porte de los hombres y las mujeres que lo visitan corría por ese mismo estilo. Lo demás, lo hacía la música, la estampa de Julio y el diseño de las botellas que se exponen flagrantemente, algunas llenas, otras ya vacías.
Entramos a la selección del trago. En el Jarrón no hay muchas opciones. Los tragos buenos se exhiben como reliquias y no se sirven, a nadie ni a ningún precio, “y no es porque sea usted”,  masculló  inseguro Julio, el hijo menor y único –como después supimos-  de Otilia que ya rayaba los 75. Yo no quería cerveza y Cristhian  se tranzó por una negra. Empezaron las ofertas y los rechazos: vocka, tequila, ginebra, de marcas desconocidas y de dudosa calidad.
-Deme uno de aquellos- dije para provocar el ceremonial de anticuario  etílico de Julio que la cogía por rezar las propiedades, los años, la época y las personalidades que lo bebían cuando “mi mamá era apenas una moza hermosa,  florecida  y apetecida  por infinitas miradas y pasiones”.
-¿De cuántos años estamos hablamos?- , preguntó con delicadeza Cristhian, pero con un énfasis puesto en los objetivos.
-Mamá se hizo de este negocio cuando tenía 25 años y tiene hoy  noventa y tres, saque la cuenta-  
 Los tres miramos al techo sin ton ni son como contando primaveras o implorando a Dios en oración.  Ninguno de los tres había nacido. Ninguno  sabía lo que era una meretriz antes de los 20 años.  Supusimos imágenes de principios del siglo XX: época gloriosa del ramerismo, del putañerismo condimentado y reivindicado  por romanceros y poetas y elementales tratados en prosa.
Pero, seguimos con lo de mi trago ya casi agotadas todas las opciones. Hasta que Julio  decidió por su cuenta, y con un carácter resuelto, brioso y sin titubeos, echó mano de una botella de vocka de marca desconocida y la puso sobre el mostrador.
-No hay otra –dijo sirviendo- si no le gusta no lo paga.
Y me   zampé el primero de una sola venia, sin regaño, sin efectos. Me  calentó ipso facto el estómago con esa rica sensación que queda y que nos hace apetecer el otro inmediatamente. Y vino el segundo, y el diálogo se hizo más fluido, y la relación y conversa con Julio se tornó suelta, sin cortapisas, que era en principio el objetivo de la visita, acordado con Cristhiam y José Antonio: Otilia era una exquisita incógnita, un arcano de esa  comarca que rezaba a Jesús nuestro Señor y leía a Vargas Vila.
-Dicen que la nostalgia es una enfermedad de la memoria física, -dijo Cristhian como buscando encausar la treta de su erudición hacia los temas que dominaba, justo cuando Julio salió del mostrador a servir unas birras y a prender boleros en la vieja rockola.   
-En alguna parte leía yo esa frase, pero ahora no me acuerdo- repuso José Antonio haciendo un gesto de desprendimiento intelectual.  
-Si es así, si la nostalgia etc.etc… de la memoria física… entonces dónde queda la “memoria del espíritu”,-  solté yo ante el reto, pero  sin mucho aliento y sin quitarle la mirada a los pasos y gestos de Julio que en ese momento era un ser de otros tiempos, otros modos y espíritus de vida.
- ¿Siente nostalgia ese ser?, pregunté señalando a Julio.
-¿Acaso no vive en su pasado que es este presente que nos ofrece a nosotros como un portento de la más pura originalidad?
-A veces pienso que se siente una reliquia –dijo Cristhian- un objeto de turismo sentimental o romántico.
-Esto no vale nada sin Otilia- repuso José Antonio-,  Julio es una reminiscencia fútil, o fatua, había qué ver. Lo cierto es que no tiene peso por si mismo y es un pasado sin contenido-
-Pero es la voz que necesitamos oír esta noche– cotejó Cristhian advirtiendo que Julio volvía a la barra.
-Sin boleros no podía haber amor en América Latina – sentencié yo con un gesto magistral como provocando la majestuosidad que veía en Julio y que mis amigos no veían ya de tanto verlo por frecuentar el Jarrón  tres a cuatro veces a la semana. Era la primera vez que yo entraba al Jarrón de Baviera y gozaba del encanto inaugural de las cosas. La vida es así: virtud, amor y curiosidad de primera vista.  Y creo que Julio me percibía del mismo modo.
-El amor en nuestro mundo cuenta con tres verdades: ritmo, osadía y un corazón de acero-  dijo Julio soltando al tiempo sobre nosotros una mirada de revancha, de provocación, como advirtiéndonos sobre embrollos  de no sé qué naturaleza y que hasta el momento eran para nosotros pura metafísica. Nos recogimos con disimulo recordando la frase de José Antonio “reminiscencia fútil…pasado sin contenido”.
-Otro- pedí yo levantando la copa Lara y asimilando la entrompada de Julio con una sonrisa de aprobación, a lo que repuse:
-el “corazón de acero” es para la mujer o para el hombre?-
-Depende de las circunstancias, de que llueva o caiga sol –avanzó Julio un centímetro más, y reventó casi cantando:
-Púyalo Anacobero-  y corrió diligente y danzarín a atender a dos contertulios ya avanzados de edad que bebían en una mesa cerca de la barra.
_Mire donde está Otilia – gritó Cristhian señalando con su brazo derecho hacia la izquierda.  Era una fotografía en sepia que podía ser Otilia, o la mamá de Otilia o la abuela. Miramos en silencio un rato los tres buscando vencer lo mejor posible el clima de humo y de sombras que recaía  sobre la pared de la izquierda, donde había una puerta desvencijada y de  madera antigua que daba a alguna parte de ese subyugante universo amoroso.  “Una Proserpina”, pensaba para mi mismo buscando semejanzas con las divas del canto latinoamericano.
-¿A quién se le parece Ramón? Preguntó José Antonio con un rostro de especulaciones ya no tan metafísicas.
-En eso pensaba –respondí-  me imaginaba a “Proserpina”, pero es una referencia muy etérea  o muy mítica. Si pudiésemos verla más de cerca…traer la foto al mostrador y ponerle lupa…a lo mejor pudiese ser la Esther de Balzac en los Esplendores y miserias de las cortesanas…
-Están como en las nubes-  entonó la voz de Julio golpeando el mostrador con dos botellas de cerveza.
-Tú y las nubes- canturreó mientras  servía a los amigos, y silbaba y volvía a canturrear, anegado de una extraña alegría, roncera, como si en efecto fuera él y no nosotros  quien libara.
Recordé un viejo texto de Sartre, algo así como “La puta respetuosa”, en singular, un libro que ojee hace más de treinta años, pero ni puta idea de su comienzo,  contenido, estilo, forma. ¿Por qué justo ahora vuelve a mi memoria? Me imaginó que el filósofo pintaba allí la historia decente de  una ramera francesa con un don especial y amoroso por los existencialistas, así como las latinoamericanas lo tenían por los políticos, los burócratas y los dictadores.  Me detuve en esta reflexión mientras medía la temeridad de indagar en la vida de Otilia a través de la voz de su hijo. Bastaría con concluir que la belleza cortesana tiene una historia comprometedora y que cuando se cuenta ya no hay tal belleza sino rasgos, trazos y trozos de lo que fue junto a un caudal de invenciones, ennoblecimientos y pulituras  con memoria de un final feliz.  ¿Cuántos militares pasaron por Otilia, cuántos la explotaron, la usaron como confidente o espía, la extorsionaron, y mírela aquí, objeto de un deseo intelectual  de tres toches tachirenses que se creen historiadores de lo oculto, de lo  prohibido.?
-Creo que escogimos mal al informante,  amigos. Quien quiera recoger nacientes o simples rocíos de esta historia tiene que ir a la fuente y eso implica, bla bla bla y cuchi, cuchi, cuchi…y en otro  escenario…
-O se te fueron los palos o estás idealizando la vaina – atajó José Antonio girando hacia la izquierda en dirección a la rockola-
-Nosotros no podemos vivir sin una puta quimera, ese ritornelo del ideal que encuentra sublimaciones hasta en el basurero, coño, otro trago trosco,  -lanzó candela el Cristhian ya con el ojo derecho  más apagado que el izquierdo,  o viceversa-
Mientras tanto el José Antonio se soltó con un ranchera de Antonio Aguilar (creo que “El prisionero”)  y se vino desde la rockola  improvisando movimientos como si viniera montado en un caballo de paso fino.  Volvió a ser Tony Aguilar.
Julio sufría de una exaltación extraña y que no era etílica. De pronto  se suelta a servir tragos y cervezas sin esperar los pedidos. “Todavía la tengo”,  “aguante ahí”, “achante un pelo” eran nuestras últimas exclamaciones  ante lo fulgurante de una atención que rayaba en el servilismo. 
-Tabernero, Licor-  gritó Julio  visiblemente enardecido y trazó sombras de su juventud, incluso de su adolescencia, cuando por circunstancias de fuerza mayor tenía que acompañar a su madre hasta las  cinco o seis de la mañana, “hasta que saliera el antepenúltimo cliente”….
-Y  ¿qué pasaba con el último? – averiguó como una centella inocente el Cristhian..
-Vio, eso no se pregunta… -atajó el Julio con una inflexión que no significó enojos ni rupturas…
-Recuerdo que mamá se divertía mucho agilizando los servicios, motivando a prisa a las mesoneras cuando oía el grito de “tabernero, licor”. El clima  cogía otro ritmo, se hacía más festivo y se morían las tristezas. Porque, les digo una cosa: el espíritu de la época no era guasa y descarga solamente, como es hoy en día. Reinaba en toda esa gente, tanto en las mujeres como en los hombres, una cierta congoja, eso que hoy llaman por ahí melancolía y que era como una enfermedad que se contagiaba de los libros de los románticos y los poetas populares. Yo francamente no sé de dónde viene eso, pero  la memoria que tengo de aquello me gusta y el Jarrón de Baviera guarda esas reminiscencias.
-Un brindes por la memoria de Julio Rama-  gritó José Antonio.
Levantamos las copas y Julio hizo una venía de complacido.  Ya eran las 11 y 30 de la noche. Empezaba la ofuscación etílica y el ambiente se fue llenando de sílabas sin argumentos, vociferaciones de un lado y otro que llevaban la música de la rockola a su mínima audición. Le pedimos a Julio, casi que gritándole al oído,  que le metiera más volumen, pero hizo un gesto de imposibilidad  advirtiendo que esos aparatos no podían con los estruendos y las algarabías humanas del presente.
-Provoca irse –dije ebrioso y aturdido.
-Y no vas a conocer a Otilia Rama?
-Cuando salga ya estaremos borrachos- dijo Cristhian
-Esa sale en cualquier momento, deje y verá-  repuso José Antonio con el oído puesto en un hilo de música que le recordaba a San José.
-¿Te acuerdas de esa canción? – preguntó- Era la favorita de Don Pedro Antonio…
-De qué año…? –
-Pues si no lo sabe usted…
-Creo que es la orquesta de un mejicano que se llama Luis Arcaraz, tronco de orquesta y la canción es ”Quinto patio”, oye..pero se oía esa música en San José..?  ¿No era un sentimiento de puras rancheras.. una memoria de cuates lo de San José?
-Pues no, se oía uno que otro bolerito…ese es el preferido de mi papá..-
-“Por vivir en quinto patio, desprecias mi raza..” , canturreó Julio con buena afinación…
-Oye, Don Julio, hágame el favor: y Otilia a qué horas sale? -
-A la hora que le da la gana…
-Ya viene siendo hora – remató Cristhian.
-De qué- preguntó Julio.
-De que la conozca Ramón…
-¿Qué le van a ver a una reina de 93 años?
-Esas son las que nos hacen ver lo que no vivimos del pasado..- sentencié yo con una firmeza de anticuario.
-Pues, péguesele al alma del Daniel Santos –bromeó Julio- ese es el “santos” milagroso de mi mamá…fueron más o menos contemporáneos y llegaron a conocerse en el bar “La devoradora de hombres”…así sería…- y apagó el relámpago de una memoria locuaz, enarbolando dos frías y un trago mas.
De pronto, como por un encanto de inframundo, un aire, un sílfide,  se tejió en el ambiente un silencio de “canto de gloria”, un silencio de misa, un chito de poder o devoción.  Era el silencio involuntario y profiláctico de los espíritus  que apuestan a la muerte de los oídos pero que caen vencidos para oír por última vez  el silencio del infinito.  Creo que de ese silencio nos percatamos apenas quienes desde la barra teníamos el plan preconcebido de Otilia. Y apareció. Y fue gloriosa y grotesca a un mismo tiempo su comparecencia. Y no supimos hilar bien qué relación había entre el silencio momentáneo y su presencia reluciente  llena de fragancias de tilo,  romero y un perfume audaz de aquellos tiempos. ¿Se trataba de un ritual, de una ceremonia preconcebida y tan bien planificada? ¿Era una apuesta al azar el silencio de la gente, el apagón de la rockola  y la majestuosidad de Otilia dándole la bendición a Julio quien se puso de hinojos como si la presencia de su madre, inesperada, fuera una imagen de otro mundo, incluso de otra vida?.  Se verá. 

El aliento etílico de la atmósfera empezó a recuperarse. Otilia hizo una seña a Julio quien salió inmediatamente de  la barra.  José Antonio saludó a Otilia y me pareció que su saludo iba inspirado por una reverencia y cierta timidez. Cristhian saludó a Otilia con una postración de señorito sifrino, pero muy a la gocha: “¿Cómo me le va señora Otilia?. Y ella, dueña de si, de sus emociones y de su historia se hizo de unos segundos y apenas refunfuñó un “que tal los muchachos”.
 Sonaba “Contigo en la distancia”, de Lucho, y pensé nuevamente en Esther, en Margarita, en Helena -aquellas dulzuras que nos minaba de apetitos fantasiosos en la fuente de soda de la Unidad Vecinal-. Pensé incluso en Carmen Petra. Había un aire multiétnico en Otilia y no era difícil reconstruir imaginariamente su belleza en medio de las no menos de mil arrugas  que habitaban su cara, ya con gestos  disimulados de abuela y tics de anciana. Pedí otro trago elevando la copa. Otilia me miró y se apiadó del vacío. Dio dos pasos muy firmes, para su edad, hacia la barra, puso los codos sobre el mostrador, intentó subirse los cachetes con las manos, sumamente blancas, y me susurró con cierta picardía juvenil, iluminando exageradamente con azul flambeado sus ojos,  “¿qué bebe su merced?  De momento sentí que el retrato de la pared había envejecido y que me entrompaba sin traumas, sin artilugios ni piedad.  Un reguero de abalorios pulidos sonaron en la superficie del mostrador que caían del cuello de Otilia como un collar de glorias y de penas: el collar de la paloma, pensé.  De sus labios salió una sonrisa de dientes carniceros. No quitaba de mis ojos sus ojos de azul flambeado, disminuidos por el universo de arrugas, pero francamente hermosos.  Segura de que su pasado no la traicionaría –su pasado físico y espiritual- asumió la pose de la niña callejera que espera una limosna.
-Qué linda es usted- dije enternecido.
-Ya se lo sirvo- y se movió al fondo donde estaba la botella de mi vocka espiritual.
(Cuando te vimos, estabas ensimismado Ramón, fijos los ojos ebrios sobre el rostro de Otilia. Yo dije, se nos enamoró el hombre, y Cristhian compartía esa impresión. Fueron como tres minutos, Ramón, tres minutos, y esa vaina, vaya amor para los tiempos del cólera. Daban ganas de reír, pero nos contuvimos porque también notábamos un aire de inspiración y seriedad en la procedencia. Cuando Otilia te trajo el trago, no caminaba, levitaba y un aire de playa le lisaba sus greñas cenizas. ¿Qué sentías Ramón, con sinceridad de panas, qué sentías?)
(A mi me pareció cómico porque a nosotros Otilia nos despachó con un “que tal los muchachos”, ¿te acuerdas?. Pero con Ramón se transmutó, creo que sufrió una regresión, y te juro que la vi más linda, increíble. Pero, conociendo al personaje  dije, esto es una joda. Pensé en seleccionar en la rockola el bolero ideal, pero ignoro totalmente esa música. ¿Te acuerdas que te lo dije, José Antonio, te pregunté,  qué bolero cae en estas circunstancias?. Pero José Antonio estaba ejerciendo imaginariamente, suponía yo,  en ese momento la arqueología del amor. Coño, qué bien la pasamos, te lo juro. Otilia no nos va a olvidar. Moriremos con su memoria.)
-A su salud, cariño-  me espetó Otilia con un giro maternal y mucho sentimiento.
-Que la salud sea para usted, amiga Otilia-  y me sentí ridículamente conmovido- Buen trago, de qué año será?- repuse ganando aire y soltura.
-la edad de los buenos licores no es cuestión de años, se degustan sin preguntar, amor.
-Pero los buenos tragos tienen memoria- dije.
-Mientras no embriaguen en exceso y se pierda todo- 
-No sé quién dijo que el licor era una historia de cantidad- repuse buscando en sus gestos soltura intelectual.
-No se me antoje filósofo que hay mucho trabajo esta noche -  y soltó una carcajada juvenil- ¿Por qué no se le había visto por aquí, pretencioso?-  apostilló con su acento zigzagueante y exquisitamente antioqueño. En ese momento corrió a atender el pedido de Julio para las mesas del fondo.  Veinte años menos y me  enamoraba, pensé buscando a los amigos que cuchicheaban y trazaban hipótesis sobre el tiempo. Ellos si que estaban hechos un par de filósofos. Hablaban con propiedad, pero ya no podían levantarse con solvencia ni soltura.