jueves, 30 de julio de 2015

DOÑA ANA MANUELA PAZ, LA MAESTRA DEL PUEBLO

POR: HORACIO MORENO
*HISTORIADOR DE LA ACADEMIA DE HISTORIA DEL TÁCHIRA
INDIVIDUO DE NÚMERO


Treinta años luchó por el bien del pueblo,
treinta años escendiendo la llama de la cultura
y treinta años conquistando voluntades.

            Dice en una de sus más recientes entrevistas, la doctora Emilcy Zambrano, al referirse a Doña Manuela Paz de Pulido que “ella formo al pueblo desde lo pedagógico”. He aquí la magnitud de una labor que resplandece como luminarias encendidas en los surcos que señalaron tres décadas de fecundas actividades docentes al pueblo de San José de Bolívar. Nació en La Grita en 1913, hija de Miguel Paz Toro y Clotilde Sánchez Urbina. La extensa labor educadora de doña Manuela empezó en la aldea Mesa de San Antonio, municipio Francisco de Miranda, el 19 de junio de 1933, cuando oficialmente recibió el nombramiento para fundar allí la escuela rural Nº 87.
            Las dotes prominentes que iluminaron el sublime ejemplo de sus virtudes confraternizaron en un apostolado de amor fecundo cargado de nobles enseñanzas. La obra perdurable dejada por ella en San José de Bolívar, quedara incrustada en la historia de su conglomerado social.
            Las tres décadas de magisterio exornan dos épocas significativas en la cultura nacional: la inauguración de la escuela rural y la escuela activa conforme a los postulados que surgían para renovar los tradicionales métodos educativos. Este “paso de verdadera trascendencia en el proceso de nuestra instrucción pública, llamado a tener repercusión en el futuro desenvolvimiento económico del país y a crear en nuestros caseríos y aldeas una cultura peculiar encaminada a hacer del campesino factor consciente de la renovación y progreso de la agricultura y las industrias locales, vinculando el cariño por el trabajo y por las faenas en medio a las cuales se ha levantado; educándole en el amor del campo como su centro de acción por utilidad propia y por las ventajas que de ella derivará la Nación en general”.
            “La escuela rural es un plantel del todo nuevo dentro de nuestra tradicional instrucción primaria, quedando definitivamente separado del bloque general de las escuelas de un maestro a que venía adscrita”. Así se expresaba el Ministerio de Instrucción Pública de la época al anunciar los cambios que sufriría la educación nacional.
            En estos mismos años se habla de la escuela nueva como un centro de actividades en el que los niños ocupan el lugar principal, para poner término y remate a esa otra escuela inerte, sin más actividad que el ejercicio de la memoria. La escuela activa recomendaría las excursiones escolares, el huerto, el jardín como el medio donde el niño se pone en contacto con la naturaleza, descubriendo los hechos y relacionándolos con las materias abstractas como el lenguaje, aritmética, instrucción cívica, entre otros.
            La coeducación fue llevada a las escuelas rurales, simultáneamente a niños del uno y del otro sexo. Tuvo sus opositores, hasta que se extendió a los centros urbanos. Doña Ana Manuela, siguiendo la luz de sus conocimientos fundó su nuevo hogar y se preparó a rendir una labor fructífera: labor que no muy tarde proporcionará los futuros educadores de las próximas generaciones. Su laboriosidad, disciplina y respeto para con la colectividad en cuyo seno sirve, la impulsaron por el engrandecimiento patrio.
            Dice una crónica de esos tiempos: “La nueva organización tiende a favorecer grandemente a las clases campesinas, pues les permitirá aprovechar durante medio día, la labor de los escolares, lo que mejorará la asistencia a los planteles, que encuentran siempre un serio escollo en el campesino, reacio a deshacerse de la ayuda de sus hijos, quedando por consiguiente dividida por mitad la actividad del niño entre la obligación escolar y las faenas domésticas”.
            Doña Manuelita fue atalaya luminosa en la silente aldea de Mesa de San Antonio. Con entusiasmo, como si dictara la lección a sus alumnos, los conduce por los caminos solitarios del hogar y la escuela, donde se cultiva el sentimiento nacional desde el punto de vista de la Patria, para la afirmación sucesiva de los efectos ciudadanos. Al remontar las cumbres de La Cimarronera, nos la imaginamos, como la mujer de la leyenda bíblica, ofrendando el agua de su vaso al caminante en un gesto de consolación inimitable.
            El sentimiento altruista de doña Manuelita era una escuela de moral, fue como una lluvia de violetas sobre el campo azul de la esperanza. En el culto del deber se compendiaban todas sus virtudes: trabajo, ayuda, discreción y fraternidad, las que fulgen en su alma florecida de primavera. Ella abrió el horizonte a la juventud de todas las condiciones sociales en la aldea Mesa de San Antonio  y luego en el pueblo de San José de Bolívar. En su aula, cercada de ideales modeló muchos espíritus de la sociedad del futuro.
            En esa caravana de recuerdos suena el paso de los triunfadores del destino. Y como ahora y como siempre, la más preciada gloria, la más alta justicia, el deber más urgente, está en la ayuda al niño, en el gran hogar de la escuela, donde todo es de ellos, desde las flores del jardín al corazón generoso de su maestra.
            Doña Manuelita escribió una página de emoción que intituló “Recuerdos que aún perduran” dedicada a su primera escuela, a sus primeros alumnos y moradores de la aldea Mesa de San Antonio.
            Con la sencillez natural de la maestra nos conduce por “los huertos conucos y el rancho carente de comodidad, admirando el marco de las montañas y sus manantiales, cuyas aguas cantarinas parecen saludar y bendecir al Creador, conjuntamente con el trino de los pájaros en el inicio de un día de jornal”.
            Exalta “lo grande y meritorio que es la vida del campesino. Sin vicios que degraden sus almas. Sólo sus manos fuertes para conducir el arado y toda una vida para soportar el duro jornal de sol a sol”.
            Pide “no descuidar a los niños campesinos, pues en ellos se hallan muchas esperanzas de la Patria, pero para lograrlo, dice: la maestra debe depositar en ellos, todo el cariño e interés, a fin de moldearlos y convertirlos en seres dignos y útiles a la comunidad”. “El niño es el espejo de su maestro, pues su recuerdo perdurará en su mente”.
            Las mañanas en la escuela rural no las pudo olvidar. Muchos de sus alumnos con una flor en la mano se la obsequiaban junto a los buenos días. Otros le rendían estas palabras: “Eres tan buena como mamá”.
            “Si acaso el que esto dijo, llega a leerlas algún día, entonces recordará a su primera maestra y del elogio lleno de sinceridad vertido a mi humilde labor”. “Con el niño campesino no hay penas. Ellos viven en su mundo lleno de ilusiones y esperanzas”.
            “Me parece ver después de cuarenta años el desfile de mis primeros alumnos, con sus caritas sonrosadas y el sombrero en la mano para saludarme. La escuelita destartalada, en un rancho miserable, piso de tierra y en su interior los bancos largos de madera y el retrato del Libertador presidiendo el optimismo de una labor rendida generosamente”.
            Recuerda a una pequeña chica llamada Hermildes, de siete años, quien le dirigió la siguiente inspiración:
“Ya lave los platos
y ordene la cocina.
Ahora cojo la silla
y me echo para atrás,
parezco a la preceptora
Ana Manuela Paz.

            “Como olvidar a don Leandro Peñaloza y a su señora Genara de Peñaloza, ricos en bondad y grandes en corazón. Incansables trabajadores. Las sementeras del surco rendían abundante cosecha. El trapiche transmitía su olor a caña y panela por entre los cafetales”.
            “Siete hijos formaban este hogar digno y meritorio. Entre ellos: José Eutimio, hoy profesor universitario; Juan y Altagracia, honrados y ejemplares trabajadores, quienes fueron mis alumnos”.
            “Muchas noches, en una tertulia familiar inolvidable, se reunían en el salón de clase para escuchar lecturas patrióticas, aventuras y cuentos infantiles. Don Leandro se las aprendía y al día siguiente las comentaba a sus peones con la sencillez de sus propias facultades creativas e imaginativas”.
            Dedica su recuerdo a la familia de don Miguel Peñaloza y su esposa Manuela Moreno. En sus recuerdos brotan los nombres de sus primeros alumnos en la escuela Nº 87 de la aldea Mesa de San Antonio, del hoy municipio Francisco de Miranda. En ese ambiente de fraternidad, de labor desinteresada recibieron las primeras experiencias docentes y los textos de la escuela repetidos por las juventudes en marcha a la conquista del porvenir.
            El 30 de abril de 1936 fue trasladada a la escuela federal primaria para niñas Nº 69 en la población de San José de Bolívar. Allí forjó en el alma popular el sentimiento entero de la Patria. Los días solemnes que nos recuerdan la cruzada libertadora, doña Manuelita enseñó el trono eterno de las cimas de la montaña, como el reflejo luminoso de la espada del héroe que parece eternizarse en la sombra de las cumbres.
            Si es necesario aludir con detalles a las fiestas patrias, doña Manuelita las rememora íntimamente, pues así brilla la evocación con toda su grandeza. El alma de los pueblos convertida en leyenda pudo escribirla con entusiasmo, como los antiguos, en los mármoles de armiño de la antigua Grecia.
            De la disciplina de esa época surge el presente feliz, porque una juventud con brazo de acero golpea hasta vender en la muralla de las cosas de la vida, la oposición al torrente de su ensueño y su energía.
El inspector técnico de la XVII zona escolar del estado Táchira, R. Olivares Figueroa, en comunicación dirigida el 20 de agosto de 1942 a la educadora Ana Manuela Paz de Pulido decide nombrarla maestra concentrada y directora de la misma, al frente de los grados 3º y 4º de la escuela unitaria Nº 814.
La Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela en conocimiento del informe rendido por el ciudadano supervisor del estado Táchira, decidió nombrar a la ciudadana Ana Manuela Paz de Pulido directora de la Escuela Federal “Regina de Velásquez”, el 16 de enero de 1948, reemplazando al educador Luis Pacífico Contreras, quien había rendido una labor satisfactoria.
Doña Manuelita afirmó su voluntad en el amplio regazo de la solidaridad. Conservó en su actividad docente el ideal excelso de la vieja estirpe y lo hermanó con los grandes ejemplos que nacen en los jardines gloriosos, donde el poema de la vida canta el himno del deber cumplido.
El alma venezolana es el heraldo glorioso que pregona en el símbolo de la tricolor bandera la epopeya de nuestro abolengo.
 Doña Manuelita recorrió con detenimiento sus libros en las veladas de trabajo, consagró en la leyenda el culto a la justicia, a la caridad y a la obediencia.
Vida sencilla y culta. Con su esposo don Víctor Pulido fundió en un romance la fiesta de la raza y la belleza.
La madre, señora en la tierra y el cielo, gloriosa de júbilo en la flor de los hijos, abierta al beso de paz y de amor. Manuelita, la maestra y apóstol del hogar fue faceta de luz en las tersas mejillas de sus nietos, en los cálidos afectos de sus hijos y en la apoteosis del ritual cristiano, donde ella ofició con el más ferviente sentimiento del optimismo humano.
“Escuela sin religión no se concibe, como no se concibe la Patria sin bandera, la madre sin el cariño y el consejo, el jardín sin el perfume de la flor. En las libres tierras de América arraigó muy hondo y para siempre el madero que cubre, con la amplitud piadosa de sus brazos, esos seres queridos que se nos van quedando en el sendero”.
En vida doña Ana Manuela Paz recibió de la federación Venezolana de Maestros (seccional Táchira) el Diploma de Honor, en el acto solemne del 29 de noviembre de 1956, realizado en el salón de lectura, con motivo de la celebración de la Semana de Andrés Bello. Se le otorgo el Diploma de Merecimientos entregado el 30 de noviembre, durante el acto celebrado en el auditórium del grupo escolar “Ciudad Carúpano” de Lobatera.
“Orden 27 de junio”, segunda clase, acordada por el Gobierno Nacional en el año de 1960. Cuatro años después recibió esta condecoración en medio de la natural sorpresa y de excusas bien estudiadas.
Condecoración concedida por el Santo Padre Juan Pablo II, “Cruz Pro Eclessiet Pontifice”. El acto de imposición fue el 23 de enero de 1980 en acto celebrado en la ciudad de San Cristóbal. Estuvo presidido por el excmo. señor doctor Alejandro Fernández Feo, Obispo de la diócesis de san Cristóbal.
Doña Manuelita fue miembro fundadora de la asociación Nacional de Educadores Jubilados, el 23 de junio de 1966 y durante 14 años se desempeñó como secretaria de este mismo organismo, en la seccional Táchira.
El pueblo de San José de bolívar se enorgullece de haber bautizado con el nombre de doña Ana Manuela Paz de Pulido la biblioteca que funciona en esa localidad. Honrar, Honra. Murió en San Cristóbal en el año 2010.