POR: HORACIO MORENO
*HISTORIADOR DE LA ACADEMIA DE HISTORIA DEL TÁCHIRA
INDIVIDUO DE NÚMERO
Treinta
años luchó por el bien del pueblo,
treinta
años escendiendo la llama de la cultura
y treinta
años conquistando voluntades.
Dice
en una de sus más recientes entrevistas, la doctora Emilcy Zambrano, al
referirse a Doña Manuela Paz de Pulido que “ella formo al pueblo desde lo
pedagógico”. He aquí la magnitud de una labor que resplandece como luminarias
encendidas en los surcos que señalaron tres décadas de fecundas actividades
docentes al pueblo de San José de Bolívar. Nació en La Grita en 1913, hija de
Miguel Paz Toro y Clotilde Sánchez Urbina. La extensa labor educadora de doña
Manuela empezó en la aldea Mesa de San Antonio, municipio Francisco de Miranda,
el 19 de junio de 1933, cuando oficialmente recibió el nombramiento para fundar
allí la escuela rural Nº 87.
Las
dotes prominentes que iluminaron el sublime ejemplo de sus virtudes
confraternizaron en un apostolado de amor fecundo cargado de nobles enseñanzas.
La obra perdurable dejada por ella en San José de Bolívar, quedara incrustada
en la historia de su conglomerado social.
Las
tres décadas de magisterio exornan dos épocas significativas en la cultura
nacional: la inauguración de la escuela rural y la escuela activa conforme a
los postulados que surgían para renovar los tradicionales métodos educativos.
Este “paso de verdadera trascendencia en el proceso de nuestra instrucción
pública, llamado a tener repercusión en el futuro desenvolvimiento económico
del país y a crear en nuestros caseríos y aldeas una cultura peculiar
encaminada a hacer del campesino factor consciente de la renovación y progreso
de la agricultura y las industrias locales, vinculando el cariño por el trabajo
y por las faenas en medio a las cuales se ha levantado; educándole en el amor
del campo como su centro de acción por utilidad propia y por las ventajas que
de ella derivará la Nación en general”.
“La
escuela rural es un plantel del todo nuevo dentro de nuestra tradicional instrucción
primaria, quedando definitivamente separado del bloque general de las escuelas
de un maestro a que venía adscrita”. Así se expresaba el Ministerio de
Instrucción Pública de la época al anunciar los cambios que sufriría la
educación nacional.
En
estos mismos años se habla de la escuela nueva como un centro de actividades en
el que los niños ocupan el lugar principal, para poner término y remate a esa
otra escuela inerte, sin más actividad que el ejercicio de la memoria. La
escuela activa recomendaría las excursiones escolares, el huerto, el jardín
como el medio donde el niño se pone en contacto con la naturaleza, descubriendo
los hechos y relacionándolos con las materias abstractas como el lenguaje,
aritmética, instrucción cívica, entre otros.
La
coeducación fue llevada a las escuelas rurales, simultáneamente a niños del uno
y del otro sexo. Tuvo sus opositores, hasta que se extendió a los centros
urbanos. Doña Ana Manuela, siguiendo la luz de sus conocimientos fundó su nuevo
hogar y se preparó a rendir una labor fructífera: labor que no muy tarde
proporcionará los futuros educadores de las próximas generaciones. Su
laboriosidad, disciplina y respeto para con la colectividad en cuyo seno sirve,
la impulsaron por el engrandecimiento patrio.
Dice
una crónica de esos tiempos: “La nueva organización tiende a favorecer
grandemente a las clases campesinas, pues les permitirá aprovechar durante
medio día, la labor de los escolares, lo que mejorará la asistencia a los
planteles, que encuentran siempre un serio escollo en el campesino, reacio a
deshacerse de la ayuda de sus hijos, quedando por consiguiente dividida por
mitad la actividad del niño entre la obligación escolar y las faenas
domésticas”.
Doña
Manuelita fue atalaya luminosa en la silente aldea de Mesa de San Antonio. Con
entusiasmo, como si dictara la lección a sus alumnos, los conduce por los
caminos solitarios del hogar y la escuela, donde se cultiva el sentimiento
nacional desde el punto de vista de la Patria, para la afirmación sucesiva de
los efectos ciudadanos. Al remontar las cumbres de La Cimarronera, nos la
imaginamos, como la mujer de la leyenda bíblica, ofrendando el agua de su vaso
al caminante en un gesto de consolación inimitable.
El
sentimiento altruista de doña Manuelita era una escuela de moral, fue como una
lluvia de violetas sobre el campo azul de la esperanza. En el culto del deber
se compendiaban todas sus virtudes: trabajo, ayuda, discreción y fraternidad,
las que fulgen en su alma florecida de primavera. Ella abrió el horizonte a la
juventud de todas las condiciones sociales en la aldea Mesa de San Antonio y luego en el pueblo de San José de Bolívar.
En su aula, cercada de ideales modeló muchos espíritus de la sociedad del
futuro.
En
esa caravana de recuerdos suena el paso de los triunfadores del destino. Y como
ahora y como siempre, la más preciada gloria, la más alta justicia, el deber
más urgente, está en la ayuda al niño, en el gran hogar de la escuela, donde
todo es de ellos, desde las flores del jardín al corazón generoso de su
maestra.
Doña
Manuelita escribió una página de emoción que intituló “Recuerdos que aún
perduran” dedicada a su primera escuela, a sus primeros alumnos y moradores de
la aldea Mesa de San Antonio.
Con
la sencillez natural de la maestra nos conduce por “los huertos conucos y el
rancho carente de comodidad, admirando el marco de las montañas y sus
manantiales, cuyas aguas cantarinas parecen saludar y bendecir al Creador,
conjuntamente con el trino de los pájaros en el inicio de un día de jornal”.
Exalta
“lo grande y meritorio que es la vida del campesino. Sin vicios que degraden
sus almas. Sólo sus manos fuertes para conducir el arado y toda una vida para
soportar el duro jornal de sol a sol”.
Pide
“no descuidar a los niños campesinos, pues en ellos se hallan muchas esperanzas
de la Patria, pero para lograrlo, dice: la maestra debe depositar en ellos,
todo el cariño e interés, a fin de moldearlos y convertirlos en seres dignos y
útiles a la comunidad”. “El niño es el espejo de su maestro, pues su recuerdo
perdurará en su mente”.
Las
mañanas en la escuela rural no las pudo olvidar. Muchos de sus alumnos con una
flor en la mano se la obsequiaban junto a los buenos días. Otros le rendían
estas palabras: “Eres tan buena como mamá”.
“Si
acaso el que esto dijo, llega a leerlas algún día, entonces recordará a su
primera maestra y del elogio lleno de sinceridad vertido a mi humilde labor”.
“Con el niño campesino no hay penas. Ellos viven en su mundo lleno de ilusiones
y esperanzas”.
“Me
parece ver después de cuarenta años el desfile de mis primeros alumnos, con sus
caritas sonrosadas y el sombrero en la mano para saludarme. La escuelita
destartalada, en un rancho miserable, piso de tierra y en su interior los
bancos largos de madera y el retrato del Libertador presidiendo el optimismo de
una labor rendida generosamente”.
Recuerda
a una pequeña chica llamada Hermildes, de siete años, quien le dirigió la
siguiente inspiración:
“Ya lave los platos
y ordene la cocina.
Ahora cojo la silla
y me echo para atrás,
parezco a la preceptora
Ana Manuela Paz.
“Como
olvidar a don Leandro Peñaloza y a su señora Genara de Peñaloza, ricos en
bondad y grandes en corazón. Incansables trabajadores. Las sementeras del surco
rendían abundante cosecha. El trapiche transmitía su olor a caña y panela por
entre los cafetales”.
“Siete
hijos formaban este hogar digno y meritorio. Entre ellos: José Eutimio, hoy
profesor universitario; Juan y Altagracia, honrados y ejemplares trabajadores,
quienes fueron mis alumnos”.
“Muchas
noches, en una tertulia familiar inolvidable, se reunían en el salón de clase
para escuchar lecturas patrióticas, aventuras y cuentos infantiles. Don Leandro
se las aprendía y al día siguiente las comentaba a sus peones con la sencillez
de sus propias facultades creativas e imaginativas”.
Dedica
su recuerdo a la familia de don Miguel Peñaloza y su esposa Manuela Moreno. En
sus recuerdos brotan los nombres de sus primeros alumnos en la escuela Nº 87 de
la aldea Mesa de San Antonio, del hoy municipio Francisco de Miranda. En ese
ambiente de fraternidad, de labor desinteresada recibieron las primeras
experiencias docentes y los textos de la escuela repetidos por las juventudes
en marcha a la conquista del porvenir.
El
30 de abril de 1936 fue trasladada a la escuela federal primaria para niñas Nº
69 en la población de San José de Bolívar. Allí forjó en el alma popular el
sentimiento entero de la Patria. Los días solemnes que nos recuerdan la cruzada
libertadora, doña Manuelita enseñó el trono eterno de las cimas de la montaña,
como el reflejo luminoso de la espada del héroe que parece eternizarse en la
sombra de las cumbres.
Si
es necesario aludir con detalles a las fiestas patrias, doña Manuelita las
rememora íntimamente, pues así brilla la evocación con toda su grandeza. El
alma de los pueblos convertida en leyenda pudo escribirla con entusiasmo, como
los antiguos, en los mármoles de armiño de la antigua Grecia.
De
la disciplina de esa época surge el presente feliz, porque una juventud con
brazo de acero golpea hasta vender en la muralla de las cosas de la vida, la
oposición al torrente de su ensueño y su energía.
El inspector técnico de
la XVII zona escolar del estado Táchira, R. Olivares Figueroa, en comunicación
dirigida el 20 de agosto de 1942 a la educadora Ana Manuela Paz de Pulido
decide nombrarla maestra concentrada y directora de la misma, al frente de los
grados 3º y 4º de la escuela unitaria Nº 814.
La Junta Revolucionaria
de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela en conocimiento del informe
rendido por el ciudadano supervisor del estado Táchira, decidió nombrar a la
ciudadana Ana Manuela Paz de Pulido directora de la Escuela Federal “Regina de
Velásquez”, el 16 de enero de 1948, reemplazando al educador Luis Pacífico
Contreras, quien había rendido una labor satisfactoria.
Doña Manuelita afirmó su
voluntad en el amplio regazo de la solidaridad. Conservó en su actividad
docente el ideal excelso de la vieja estirpe y lo hermanó con los grandes
ejemplos que nacen en los jardines gloriosos, donde el poema de la vida canta
el himno del deber cumplido.
El alma venezolana es el
heraldo glorioso que pregona en el símbolo de la tricolor bandera la epopeya de
nuestro abolengo.
Doña Manuelita recorrió con detenimiento sus
libros en las veladas de trabajo, consagró en la leyenda el culto a la
justicia, a la caridad y a la obediencia.
Vida sencilla y culta.
Con su esposo don Víctor Pulido fundió en un romance la fiesta de la raza y la
belleza.
La madre, señora en la
tierra y el cielo, gloriosa de júbilo en la flor de los hijos, abierta al beso
de paz y de amor. Manuelita, la maestra y apóstol del hogar fue faceta de luz
en las tersas mejillas de sus nietos, en los cálidos afectos de sus hijos y en
la apoteosis del ritual cristiano, donde ella ofició con el más ferviente
sentimiento del optimismo humano.
“Escuela sin religión no
se concibe, como no se concibe la Patria sin bandera, la madre sin el cariño y
el consejo, el jardín sin el perfume de la flor. En las libres tierras de
América arraigó muy hondo y para siempre el madero que cubre, con la amplitud
piadosa de sus brazos, esos seres queridos que se nos van quedando en el
sendero”.
En vida doña Ana Manuela
Paz recibió de la federación Venezolana de Maestros (seccional Táchira) el
Diploma de Honor, en el acto solemne del 29 de noviembre de 1956, realizado en
el salón de lectura, con motivo de la celebración de la Semana de Andrés Bello.
Se le otorgo el Diploma de Merecimientos entregado el 30 de noviembre, durante
el acto celebrado en el auditórium del grupo escolar “Ciudad Carúpano” de
Lobatera.
“Orden 27 de junio”,
segunda clase, acordada por el Gobierno Nacional en el año de 1960. Cuatro años
después recibió esta condecoración en medio de la natural sorpresa y de excusas
bien estudiadas.
Condecoración concedida
por el Santo Padre Juan Pablo II, “Cruz Pro Eclessiet Pontifice”. El acto de
imposición fue el 23 de enero de 1980 en acto celebrado en la ciudad de San
Cristóbal. Estuvo presidido por el excmo. señor doctor Alejandro Fernández Feo,
Obispo de la diócesis de san Cristóbal.
Doña Manuelita fue
miembro fundadora de la asociación Nacional de Educadores Jubilados, el 23 de
junio de 1966 y durante 14 años se desempeñó como secretaria de este mismo
organismo, en la seccional Táchira.
El pueblo de San José de
bolívar se enorgullece de haber bautizado con el nombre de doña Ana Manuela Paz
de Pulido la biblioteca que funciona en esa localidad. Honrar, Honra. Murió en
San Cristóbal en el año 2010.