Por: Salvano Francisconi
Escribir sobre el miedo es fácil, pues el miedo ha estado con nosotros siempre. ¡Claro está que dichas historias ya no se oyen y no hay quien crea en ellas, pues datan de tiempos muy antiguos!
Hace años visité Laguna de García, en un sitio que recibía el nombre de Puerta Morocha. Allí llegué a la casa de los Márquez donde vivía Felicita, Leonardo y Benito Márquez, ellos eran productores de habas. Eran gente muy pobre, dormían en cueros y esteras. Yo había llevado mi cobija pues era una zona muy fría. Era la casa de los Márquez una casona grande, inmensa, de corredores.
Laguna de García, no obstante ser una región de singular belleza, no atraía casi visitantes, pues sus moradores eran gente desconfiada creando un tipo racial propio, con estigmas físicos y mentales de degeneración y endogamia, pues se decía que al no permitir gente de afuera había mucho incesto entre ellos.
Otros decían que esa zona tenía un apestoso tufo a perversidad y a asesinatos y se decía mantenían un ritual a un ídolo de piedra relacionado al Diablo.
No puedo asegurar lo que se decía de esta zona, acepte la posada de los Márquez. Al otro día Benigno se fue a La Grita, coincidía mi visita con su partida, luego Benigno se radicaría por siempre en aquella ciudad entregado de lleno al culto del Santo Cristo.
En esas noches de estadía coincidí con Jesús Peñaloza, primo de Emilio y Altagracia Peñaloza radicados en Río Bobo. Jesús vivía en Peña Blanca con sus hijos Antonio, Leandro y Samuel. Ellos me relataron que estaban detrás de un depredador que les había matado una vaquita. Ese día compartí un calentado con aquellos parientes pues mi madre era Carmela Peñaloza. Hablamos de los antepasados, de cosas viejas, recordamos a tío Efraím, a tía Gregoria casada con Tobías Roa, padres de Pío y el loco Carlos. De la belleza de Ninfa Peñaloza, abuela de Victoria y Benigno Márquez allá en Río Bobo. Benigno era padre de Antonio Márquez y Pío Márquez.
A eso de medianoche escuchamos los aullidos de un perro, salimos al corredor y en la lejanía vimos lo que pareció un perro negro y de sus ojos brotaban carbones encendidos. Por los tragos en la cabeza pensamos que todo era efecto de la noche.
Al otro día debía ir a San José de Bolívar por lo que Leonardo me invitó a que lo acompañare por la selva hasta Río Azul y que de allí subiéramos a San José donde él debía llevar un bulto de habas.
El viaje a Río Azul fue todo una travesía y nuestras mulas casi ruedan en un barranco. La visita a Río Azul tenía dos intensiones para Leonardo, una entregar un bulto de habas y visitar al amor de su vida, a la india Concepción Aranda, conocida como Concha.
Cual sería nuestra sorpresa cuando aquella noche volvimos a escuchar los aullidos de un perro y más pavoroso para nosotros cuando percatamos que afuera de la casa estaba aquel perro demoniaco.
"Ese es Mamelú" - dijo Concha mientras nos servía un plato de sanes con aguamiel.
"Es el perro del Diablo, transita por toda esta zona desde que mano Eustoquio quemó Pregonero".
Decían los rioazuleros que como los hombres de la Sagrada habían quemado una capilla en la zona con la imagen del crucificado adentro, aquella zona había perdido la protección de Dios, que por eso la gente acostumbraba a acostarse al deponerse el sol y mañanear bien tempranito para aprovechar al máximo el día.
En la sala que nos quedamos había un altar con muchos santos y estampitas de la virgen.
El perro seguía ladrando en el afuera, por lo que Concha tomó su santo Rosario y empezó a rezar y fue la única manera de que aquel engendro del mal nos dejara tranquilos.
Al otro día, muy temprano emprendimos el viaje a San José de Bolívar.