martes, 31 de marzo de 2015

DON PÍO LEÓN MÉNDEZ PULIDO, EL RIOBOBERO TAUMATURGO DE RANCHERÍA

Tomado de la Revista ELITE 26-06-1965
Textos y fotos de Paco Ortega.
Con datos actualizados de su nieto
Orlando Cárdenas Méndez.
Transcripción: José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira

UN RIOBOBERO LLAMADO PÍO LEÓN MÉNDEZ PULIDO, SOLDADO DE CIPRIANO CASTRO


Pío León Méndez Pulido

La historia de Pío León Méndez Pulido es fascinante. Nació en la aldea Los Paujiles, sitio perteneciente al lugar llamado Río Bobo, el 20 de febrero de 1881, hijo de Ramón Méndez Méndez y María Fernanda Pulido Zambrano.
Había casado este matrimonio de Ramón Méndez y Fernanda Pulido en el poblado de Queniquea el 5 de noviembre de 1879, Ramón Méndez a su vez era hijo de Manuel Méndez y Viviana Méndez y Fernanda Pulido, hija de José Eufracio Pulido Chacón y Juana María Reyes Zambrano. 
Del matrimonio de Ramón Méndez y Fernanda Pulido serían hijos: José Neptali, Pío León, José Adán y María Emperatriz.


Pío León y José Neptalí Méndez Pulido

El abuelo de Pío Léon Méndez Pulido aparece como firmante en el Acta de Fundación de San José de Bolívar, que dice así: "Por ruego de Manuel Méndez, Juan de Jesús Guerrero i Juan de los Ángeles Vivas, por no saber firmar: Ambrosio Araque". En ese recien fundado pueblo Pío León daría sus primeros pasos, ya que una de las primeras casas construídas sería la de su abuelo materno don Eufracio Pulido.


Casona de Don Eufracio Pulido construida en 1883,
hoy propiedad de Don Domingo Moreno.

Don Manuel Méndez se hará muy amigo del padre Fernando María Contreras, por lo que emigrará a finales del siglo XIX con sus hijos al sitio de Ranchería, cerca de Capacho con sus hijos, coincidiendo a los pocos con la revolución restauradora que llevaría a cabo el general Cipriano Castro. Don Pío era bisnieto de Tomas Pulido Contreras, uno de los fundadores de Queniquea.


Ranchería, casa de don Pío León Méndez


Ranchería, casa de don Pío León Méndez Pulido

Ahora pasemos a transcribir el texto de Paco Ortega intitulado "La Paz de un guerrero", dedicado al riobobero que acompañé a Cipriano Castro hasta Caracas:


Coronel Pío León Méndez Pulido

Otra dignisíma representación del valor y la hidalguía, nacido en el sitio de Río Bobo, (hoy San José de Bolívar), radicado a finales del siglo XIX en Capacho (aunque sus propiedades estén en la localidad llamada Ranchería), es la de don Pío León Méndez Pulido, quien en sus andanzas guerreras con el General Restaurador, alcanzó el grado de Coronel, viviendo por igual los días gloriosos de aquellas hazañas, que iniciaron 60 hombres en Puente Unión, la noche del 23 de mayo de 1899.


Don Pío León Méndez Pulido recuerda los encuentros con las tropas del Gobierno de Andrade y pintorescas anécdotas que la falta de espacio nos impiden relatarlas con todo el sabor que tienen, sobre todo puestas en boca del ex-militar que ahora vive la pacífica existencia del hombre entregado a sus quehaceres profesionales y a una vida de profundo misticismo, cuya trayectoria de popularidad en el Táchira ya ha adquirido los ribetes de lo extraordinario por sus milagrosas curaciones.


Don Pío León Méndez Pulido frente a su capilla
a la cual bautizó con el nombre de su pueblo de origen


Cuando hablamos de aquellos lejanos días de principio de siglo, don Pío también hace gala de su memoria, relatando con todo lujo de detalles sus aventuras guerreras. Como por una pantalla desfilan los jefes que hicieron posible aquella memorable gesta. Sus ascensos, sus relaciones militares y sus amistades con los jefes gobiernistas a quienes apreció por su valor, destacando el General Francisco Linares Alcantara y a quienes midieron sus fuerzas anteriormente contra él, en ocasión en que tan sólo con "una carabinita" paseó sus triunfos por Pregonero, San Antonio, Canaguá, Capurí, Chacanta y Guaraque. Para todos, siempre la palabra de recnocimiento a sus méritos y el patriotismo que derrocharon en la contienda Restauradora. Anécdotas llenas de hondo sabor castrense, no sólo en los momentos que forjaron la entrada triunfal de Castro en el Capitolio Nacional, sino aquellas que posteriormente se originaron con las montoneras como las de Peñaloza y Fossi.


Pío León Méndez Pulido en sus años mosos.

Pero, sobre todo, una, que no queremos silenciar, porque revela de cuerpo entero a este soldado de enorme personalidad, con su metro ochenta y cinco de estatura, rostro simpático y ademanes resueltos, que no han perdido nada de los otrora marciales gestos, sobre el campo de batalla.

"Me encontraba un día (ya concluída la contienda y siempre con el peligro de los descontentos, mirando sobre las talanqueras de nuestra frontera colombiana), en mi hacienda de Ranchería, recordando aquellos momentos en que yo cargaba mi 45 lleno de mordidas... cuando usaba machete o espada, sobre todo aquella que compre por 25 pesos en Queniquea, cuando murió el coronel Maximiliano De Pablo... Pues sí - hace una pausa el Coronel para recordar mejor el suceso, que diera en llamarse "el pescozón a un intrépido" -, recordaba tranquilito recostado en el chinchorro, éstas y otras cosas, cuando se me acercó Ismael Cárdenas y me dijo: "-Por ahí llega el coronel Evaristo Velasco y vamos preparando una ppandita. ¿Por qué no te vienes con nosotros". pues claro que me decidí. Pero cuál sería mi sorpresa, cuando ahí mismito pude ver al coronel Roberto Fossi, de la tropa de Juan Pablo Peñaloza, quien tiempos atrás, me había robado unos buenos caballitos que yo criaba, amén de una cantidad en buen oro, que hacía la suma de 1.600 pesos "y que para la montonera de Juan Pablo". Y allí mismo me las cobre toiticas. Saqué el revólver, lo amenacé, se me echó encima, porque de que era valiente, lo era, pero lo acogoté, le dí un pescozón y ya no se levantó del suelo en un buen tiempo. Asistí a la parranda, brindé con un miche que yo preparaba, como un mistela que llamábamos "verdún", porque era verdecito, y allí quedó la cosa. Claro está que sin la presencia de Fossi, que nunca me perdonó mi famoso pescozón. Después el hombre murió, y con el tiempo las cosas se van de los campos del odio, para llegar a otros donde las venganzas ya no tienen razón de existir, porque la vida tiene eso de bueno cuando los años se encaraman en los hombros de todo el mundo, para avisarnos que es mucho más práctico acercarnos a Dios humildemente que al diablo con el gesto de perdona-vidas".

DON PÍO, EL TAUMATURGO DE RANCHERÍA 


"Yo empecé a curar, hace ya unos 45 años, por ese favor que la fe en el Santo Cristo de La Grita me otorgó"
Esta nueva faceta de su vida tan interesante, se presentó ya en plena campaña, pero de manera esporádica y sin que Don Pío le concediera la enorme importancia que hoy tiene.

"Para mí -dice-, este don representa todo el favor de Dios, que humildemente ha depositado en mí, por esa gran fe que le tengo. De forma que no soy yo quien cura, sino el Cristo de La Grita y a quienes depositan con fe con fe sus plegarias, para verse libres de sus males. Aquí le llamamos "mal de ojo", pero en realidad, no sólo se trata de este mal tan generalizado entre los venezolanos, sino de aquellos donde predomina un estado donde la inconsciencia y el estar  "más allá que de este lado" los califica como enfermos, poco menos incurables. Hace "tiempísimo" curé a un loco y a una jovencita de unos 20 años, que todo el mundo había desahuciado. Desde entonces la gente viene a mí, para que yo vea la manera de remediar tanto mal. Repito que no soy yo, sino esa fe enorme que tengo en el Santo Cristo y la que me proporcionan los creyentes, que se acercan a mi humilde oratorio".


Sabemos que en más de una ocasión solicitaron sus auxilios religiosos, prestigiosos profesionales, incluso de la medicina. Su fama es tan notoria, que es muy común observar a cualquier hora del día, un constante peregrinar en pos de aquellas oraciones que Don Pío reza en una apostólica postura frente a los pacientes. Cuando le hemos preguntado en qué basa su éxito, siempre contesta lo mismo: "La fe, nada más que la fe". Hace unos 15 años construyo muy cerca de unas ruinas (que se engalanaron para recibir al Libertador en su Campaña Admirable, con un baile de gran gala), una pequeña ermita, donde él hace sus oraciones. La bautizó con el nombre de San José de Bolívar, como para recordar el pueblo que fundaron sus amados ancestros. 


Al hacer mención a las ruinas donde estuvo Simón Bolívar, que están en su propiedad, nos señala lo que queda, gracias a su celo histórico que él ha demostrado por las cosas del Libertador. La historia del baile, la romántica, de Juanita Pastrán, de quien Bolívar se enamorara en tan memmorable ocasión, y los accidentes sucedidos en aquella Casona, que pasó a manos de los hermanos González, hasta que decidieron derruirla, quedando tan sólo unos muros carcomidos, que él ha logrado dejar aún enhiestos, por los constantes cuidados que prodiga al histórico bahareque.


Las ruinas de la casona, frente a la ermita, donde los vecinos de Capacho obsequiaron al libertador con un baile de gala, durante la Campaña Admirable. Escenario de unos amores fugaces con la señorita Juanita Pastrán.

Don Pío no cobra nada por sus valiosos servicios. Tan sólo con obtener los favores divinos que él solicita, para sus enfermos, se considera más que pagado. El antiguo coronel del ejército castrista, se envuelve en esa aureola mística de los grandes hombres que se dieron a Dios después de haber vivido plenamente la existencia física de los grandes capitanes de la historia. Como Teresa de Jesús, o San Juan de la Cruz, el moderno apóstol de la bondad que ha olvidado su azaroso pasado, como lo hiciera Bartolomé de Las Casas o el mismo Ignacio de Loyola, vive la existencia casi anónima de los ascetas, entregado de lleno a la realización del bien, incluso a veces, hasta de su propio peculio, sin la bullanguera publicidad mercantilista, ni la exhibición falsa del que pretende notoriedad, con más créditos de osadía que de virtud.

Y allí en el Táchira, cuna genuina de héroes, estos dos hombres, que han vivido plenamente toda una época de historia patria, en el rincón olvidado de sus terruños, con la mirada puesta en Dios, esperan ambos ese tránsito irremediable que los acerque, para una eternidad, a donde pretenden llegar, antes de que El los llame a capítulo.