viernes, 29 de octubre de 2010

BARBARITA (LITERATURA DE SAN JOSÉ DE BOLÍVAR)




Por: Ramón Márquez

¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?
Miguel Hernández

Ella era un monólogo posesivo y sin remedio. Empezó por hacerse sola sin mucho sentido de la gente ni de la familia y cuando vino a ver era un prospecto andrógino y misántropo en volandas.
El nacimiento de su sobrina María Rafaela y la muerte como consecuencia del parto de su hermana María Angelina Pulido, le retrataron fielmente su futuro inmediato: en lo más profundo y precoz de su ser individualista sintió que había nacido para vestir santos y criar demonios. Hizo estas dos cosas con habilidad, porfía y abnegación, hasta el último suspiro de su existencia cuando puestos sobre ella, ya moribunda, los ojos de un gentío, pidió cuatro o cinco años de recuerdo antes de que la echaran al olvido. Temía por ese abandono post mortem en que caen los seres más queridos cuando, ya en la última luz de su existencia, se percatan de que fueron implacables con los más cercanos e impecables consigo mismos. Aprendió a leer por si sola cuando se enteró de que existían las Sagradas Escrituras y que había un libro que era la Biblia de Dios y que a los efectos de su trayecto individual podría ser la biblia de agua. El pueblo era para entonces un micro mundo de poca vida y poca historia. La vocación de un determinismo celeste lo hacía todo. Pero la pelea era peleando y si Dios ayudaba, pues mejor.


El fogón de Los Paujiles

Así fue Barbarita Pulido. Que nadie me venga con cuentos. La conocí como si la fuese parido. Ella me llevaba no más de cinco años y me conocía como si también me hubiese parido. Era la hermana mayor por sobre siete hermanos también mayores. Nacimos en Los Paujiles camino de San José hacia El Topón Pa’rriba. Después de la muerte poco misericordiosa e inesperada de todos los hermanos, llamamos a la aldea “Paujiles de la soledad”, porque en eso terminó ese pedazo de tierra, de frío y niebla, carencia, oscuridad y abandono. Mudamos la casa hacia lo alto de la soledad y allí empezamos a bregar con una memoria pertinaz y un recuerdo maldito. A Bárbara Dios le daba mucha fuerza y a mí me la daba San Isidro. Cualquiera podía pensar que la adversidad nos había matado la fe, pero no era así. La pandemia nos había matado la familia, pero nada ni nadie podían menguar nuestra fe. Por eso nunca comprendimos la distancia de quienes fueron en aquel tiempo los vecinos, unos cercanos, otros más lejanos y remotos. Mucho menos comprendimos las leyendas que se armaron a raíz de la muerte súbita de los parientes. Se propagaron como el humo verde maldiciones, condenas, castigos divinos y nunca supimos a ciencia cierta el por qué. Bárbara tenía dichos para todo, cada fenómeno sentido era un apotegma, una sentencia, por eso decía “a creencias paganas, oídos sordos, no haga caso José Antonio”, pero a mi me emputaba la miseria de los paisanos y no veía el momento de topármelos de frente por cualquier camino y sacar cuentas e indagar en las bobadas y supersticiones de la gente. Nunca tuve la oportunidad porque desde la distancia lo oteaban a uno y se escabullían por la primera trocha. Pero así fuimos ganando vida y haciendo de la muerte cuento viejo. Fue mucho el aliento que ganábamos de la niña que crecía con nosotros, en la misma oscurana y el mismo silencio. Era la sobrina María Rafaela nacida como de un relámpago de vida, o de muerte, mejor. Hasta que vino el sentimiento de la mujer, el cariño a los hijos propios y un cambio diametral de vida y de cielo, o quizás de infierno. Fuimos ánimas solas, pero nunca ánimas en pena.


Barbarita Pulido Chaparro, 
la costurera de San José de Bolívar

Barbarita tenía la cara alargada, muy alargada. Después supe leyendo que podía ser la propia metáfora del insomnio. Si me preguntan que cómo la recuerdo, me obligan a decir que cuento con cuatro circunstancias memorables de su imagen y de su taciturna existencia. Una, cuando me dio el retrato de un padre capuchino, extraído por ella de no sé que revista, y me pidió que se lo pintara en un tamaño mayor. Ya ella sabía que lo iba a hacer perfecto, y eso me alentó y sin chistar lo dibujé. Me salió como ella lo había decidido de antemano: perfecto. Fue mi primer y último dibujo a lápiz porque era malo hasta la dejadez. La segunda, cuando fui a pasar unas navidades con ella sola en San José. Me pidió que fuera a casa de doña Carmen Guerrero por seis hallacas. Atravesé el pueblo en medio de toros candela y hombres disfrazados de negras. Doña Carmen estaba ebria de alegría y de miche. Me dio las seis hallacas sin cobrarme nada. Cuando volví a casa, la mesa estaba servida y la sombra de tía se proyectaba gigante y temblorosa en la pared de la cocina gracias a una vela que destellaba sobre un viejo cirio de iglesia. Cuando le devolví los dos bolívares, me tomó de la mano, apagó de un silbido la vela y salimos a la noche (nada buena). Ni una palabra. Doña Carmen la abrazó efusivamente. “Gustaron las hallaquitas, señorita Bárbara”. Y nos volvimos con las monedas y la certeza de que no era ladrón. La tercera circunstancia fue cuando me llevó de la mano por primera vez a la escuela. Representó el miedo más grande de mi existencia, y ella lo sabía. Cogimos la ruta del trapiche, pasamos frente a Doña Conchita y Doña Sofía Chacón y ya en la puerta de la “Regina Velásquez”, me abrazó y me dijo, “esta es su nueva realidad y su futuro, valor”, me hizo la cruz y se marchó. Y la cuarta, conmovedora, la viví una madrugada en Los Paujiles. Tío José Antonio y ella mataban el insomnio hablando del pasado. Esa mañana oscura hablaba Tío de deudas y de terrenos no resueltos. Barbarita oía como siempre, en silencio. De pronto lo interrumpe y le dice con una frase que todavía reverbera lapidaria en mi imaginación, “hable más bajito que las paredes tienen oídos y los muchachos deben estar oyendo haciéndose los dormidos”. Sentí susto y me quedó la impresión de que era un sopas que escuchaba tras la puerta dramas ajenos.
Cuando el dibujo del padre capuchino, fue un espléndido momento de alegría. Pocas veces como esa la vi sonreír. En navidad, el rostro de su tristeza me mató. Fue un 24 de diciembre en el Calvario y en penumbras, con un fondo de algarabía popular y alegrías bochornosas que llegaban de lejos.
Cuando Barbarita nace en 1898, San José de Bolívar era aldea de un espíritu y muchos sueños materiales por cumplir. Ya habían transcurrido 16 años de la fundación, y entre los Pulidos, los Chaparro, los Contreras, los Vivas y los Peñaloza se había tejido un pacto de voluntad labradora: ¿cómo hacer del Valle del Espíritu Santo un pueblo que empezara a transitar por los senderos de la prosperidad abiertos a su vez a horizontes de progreso? La pregunta que era el punto central –teológico y metafísico- sobre el que giraba el acta de fundación, se convirtió en un requerimiento pragmático que curtió efectos estremecedores en el corazón de los hombres y mujeres ganados por el porvenir. El valle era más geográfico que espiritual y en tal carácter vieron los fundadores el potencial de una comarca que se proyectaba hacia el futuro con sueños de pasión y luchas por la sobrevivencia: valle de aguas pedregosas, faldas de piedras de agua bañadas de sales por algún extinto mar. Turpiales, azulejos y ziotes con trinos y adornos de amanecer. Plantaciones de guineo fresco, barbechos de frijoles rojos, verdes y negros. En ese clima de santidad y brega, empezaron a prender las uniones sacramentales, porque las oficiosas y civiles no tenían basamento legal y terminaban siendo meros concubinatos. Eso lo sabía muy bien José Domingo Pulido Zambrano cuando empezó sus devaneos con la señorita Eufemia Chaparro Mora, de la misma aldea de Los Paujiles. La enamoró con tres palabras nada amorosas ni ornamentales : “vamos a casarnos, y por la iglesia”. En un santiamén se armaron los oficios y se dispuso que el matrimonio fuera en la población de Queniquea, el pueblo con la iglesia más cercana a cargo del presbítero Melecio García, curita bonachón y enamorado como casi todos los escasos curas de la época. Se creía en Dios pero se le temía poco y las incipientes iglesias eran también poco romanas dado el distanciamiento geográfico del dogma. José Domingo hizo llave próspera con quien iba a ser su suegro ejemplar, Don Rafael Chaparro. Este era un riobobero que con suma dificultad se le enfriaba el guarapo ni ponía pies en polvorosa fácilmente, un visionario que tenía además el privilegio de figurar como firmante en el Acta de Fundación de San José. Figurar en los documentos de los orígenes daba alcurnia, por más humildes que sean los pueblos que nacen a la historia o a la memoria. Lo cierto es que entre la miel y la cebolla, entre trapiches y vegas, empezó una empresa humana entre José Domingo y Eufemia. Trajeron al mundo 9 hijos.


Catre de Tío José Antonio Pulido, donde nacieron los sobrinos de Barbarita.

Siempre conservé con mucho orgullo la memoria de mis hermanos. Encarnaron dolores prematuros y profundos que me decía que la vida no iba a ser fácil. Cuando María Angelina muere a los 7 días de haber nacido María Rafaela, un nubarrón nos humedeció la esperanza. Fue sencillamente intolerable que la vida hiciera un canje trastornador entre madre e hija. La lucha fue inútil y no hubo milagro que valiera. Doña Rumualda, la comadrona que la asistió en el parto, me lo había manifestado esa mañana, “son pocas las esperanzas Barbarita. Prepare a los hermanos. María Angelina no pasa de hoy. ¿Dónde está el joven Evaristo? Búsquenlo y que se prepare”. Pero Evaristo era un nómada trashumante que malgastaba su tiempo en francachelas y partidas de dominó hasta por tres días continuos. Cuando nos dejó el suspiro y un vómito negruzco, impávida como una golondrina de luz, sentí que yo no podía ser blanda y que se me morían todos los sentimientos de vida. La muerte de María Angelina me metió un hierro candente en el pecho y la niña María Rafaela encarnaba apenas un aliento que me haría soportable la lucha venidera. Por un momento caí en la tentación de cambiar “Rafaela” por “Angelina”, pero no estaba para sentimentalismos y porque además esa era la voluntad de la hermana fallecida. Pregunté por los muertos que iban ya en menos de cuarenta años de pueblo y no encontré respuesta. Muchos morían y los enterraban clandestinamente en los potreros o solares de cada casa. Pero María Angelina debía ir a un Campo Santo, y así lo dispuse. Que se preparara el sepelio para que durmiera el sueño eterno junto a los otros hermanos. Cuando llegamos a San José con el ataúd, una lluvia boba de sol empapaba y destilaba sobre nuestras cabezas. Íbamos José Antonio junto a la “Flor” que envenenó su corazón, el postinudo del Evaristo Peñaloza, Don Reimundo Contreras, Sinforiana y Prundetina -dos vecinas caritativas y serviciales de la aldea- , cuatro muchachos más que nos ayudaban a cargar, el Párroco de Queniquea, el sepulturero y yo. Un responso, un rosario y entierro sencillo. Evaristo, que para eso era bueno, pintó una breve semblanza de la hermana y se desató una lloradera. Bajamos el cuerpo. Tierra sobre tierra. Polvo sobre polvo e improvisamos una cruz de palo mientras ganábamos tiempo para mandar a hacer la que se merecía. Noté que ya eran veinte cruces y 20 muertos, ocho de los cuales eran de la familia. Salimos con nuestro luto al pueblo camino de El Topón rumbo a Los Paujiles. No sabíamos si los días venideros eran para la vida o para los escándalos perpetuos y vergonzosos de la muerte. Había que pensar en otros modos de sentir.

“Tómeselo que está caliente y la casa sigue fría.”


Cuando llegaban las vacaciones, la resolana del patio se convertía en la canícula de agosto. Era el tiempo de los cielos verdes por el color de las cometas. Los muchachos corrían al Bordo, que era un potrero llano por donde pasaba el camino a casa de Doña Berta “La Joyera”. Desde allí, el viento se llevaba al cielo las cometas gigantes, controladas desde El Bordo por los muchachos que ya pasaban de los 12 o 14 años. Entre ellos se desataban competencias de guerra y las cometas se enfrentaban unas contra otras en el cielo. De pronto la cometa que perdía se iba como una sombra verde al infinito y al muchacho perdedor no le quedaba otra que recoger la pita, cabizbajo y entristecido. El arma de esta guerra eran las hojillas en los canutos o en la cola de esos pájaros verdes que disfrutábamos desde el patio los chiquitos.


La resolana del patio era realmente encantadora. Desde el Ático se veían las casas bajas del pueblo, los cafetales del camino real y los conucos de yuca y chocheco que daban al río. Viví mucho el calor de ese patio mientras la Tía Barbarita cosía sus liquiliques para tío José Antonio y los importantes del pueblo. Como metáfora del insomnio, tía era infatigable como su Singer alemana que nunca supe de dónde salió. Abría la puerta ancha de la sala, se instalaba con su máquina de modo de poder controlar con su mirada los caprichos y ocurrencias dementes de sus demonias, que ya eran tres y con Esperancita, la santa, cuatro.


Barbarita se movía entre el coser y el cocinar con una agilidad de diosa griega, al tiempo que no descuidaba la atención a las locuras que improvisaban las tres sobrinas diablas para mitigar el tedio que les inspiraba la paz y el silencio de las tardes de agosto.
Aquel era el patio del entretenimiento y el recreo familiar. Ya para esos finales del cincuenta tía era una señorita de cincuenta y dos años, de una delgadez comparable a la del Quijote, y encorvada. Sus monólogos eran cada vez más recurrentes. Misterios de oraciones y de palabras que nunca nos tradujo ni supimos de su significado. Recuerdo ahora la respuesta de Esperanza, la hermana mayor, cuando le pregunté una tarde por la razón que llevaba a tía a hablar sola, me respondió, “maleducado, los niños no se meten en lo que hablan los adultos”. “Pero, ¿Tía habla con quién?”, le repregunté. “Consigo misma, muchachito”. En mi inocencia de seis o siete años, pensaba que hablaba con los muertos, con los santos o con Dios. (En el Popol-Vuh se dice que el deber de los hombres-pito y de espadaña es hablar con los dioses). Pero yo me propuse indagar a mi manera el sentido y fondo de esos monólogos. Mis diablas andaban en otras cosas, ya eran mozas que empezaban a interesarse en los besos que salían ilustrados en las revistas que llegaban de Caracas.
La Singer roncaba, erupcionaba, eructaba, se atascaba y mi tía era como una maquinista abriendo diminutas carreteras de hilo sobre el terrero de los caquis color marrón. Era como una C de luto encorvada fija en las líneas y en las curvas que iba exigiendo la costura. Que el señor los tenga en el purgatorio o en la Gloria. Tanto sacrificio señor, tanta ausencia, menos mal que la Marucha me dio estos sobrinos, sino que hubiese sido de mi vida. También el José Antonio que me dio por su parte los sobrinos que le quedaron después de que la loca se marchó. Pero que suerte esta de los Pulido Chaparro, unos muertos, otros idos y el mar de la incomprensión. Ya no voy a entregar este pantalón hoy. Si apareciera la María. El viejo Eustaquio se mete en política sin saber nada, se lo llevan preso y la pobre mujer que tiene que correr a esas ciudades lejanas a hacer qué, si la última vez que se fue no lo pudo ve, y la penúltima se fue por un barranco. No se les antoja otra cosa. A mi ese matrimonio nunca me ha gustado. Empiezan por hacer zapatos y terminan haciendo muchachos. Qué Dios me perdone pero francamente. Bueno, ya es hora del puntal. Esto no lo termino hoy, y esta máquina que no responde, no sé que le pasa, Señor. Qué estarán haciendo los muchachos. Por ahí vi pasar una sombra. A lo mejor me están aguaitando, quieren el café con leche y la paledonia. Si tuviera cuatro manos y otro ser. Ya es hora de que el Escolástico de compadre Elías llegue por ahí con sus apresuramientos, pero me va a oír. Que pase mañana. Pero el tiempo apremia y ese muchacho tiene que irse al Seminario y por mi no va a dejar de ser ¿Quién es? ¿Quién? “Filomena, señorita Bárbara”. Lo que faltaba. Con qué vendrá. Nunca le falta un chisme. Hágame el favor Filomena, no estoy pa cuentos ni pa perder tiempo. Es que vengo con una razón. Tampoco estoy pa razones. Hay Barbarita se me va a morir de una rabieta un día de estos. Y usted parece un ánima que desanda con mucha pena. ¿No tiene oficio? Pues si no me quiere oír me voy. Si ve por ahí a las muchachas que las espera el puntal. Están en casa de los buey. Familia Rodríguez Pérez, Filomena. La misma vaina señorita. Qué suerte de vecina. Qué mujer.
Y Doña Filomena cogía el camino real para su casa susurrando lo que nadie le oía. Le iba a contar, pero ya pa qué, que Emerenciana está muy grave y que en su agonía está soltando lo que no había soltado en vida. Pero ya pa qué.
Después del puntal Barbarita volvía a la Singer a rematar las costuras del día. Las diablas jugaban a las muñecas y yo cogía el solar a inventar juegos con palos y piedras y a hacer puentes y carreteras por las ciudades de mi imaginación. Pasaba la tarde. A las seis la cena, pasta campesina como sólo tía Bárbara sabía hacerla, una taza de chocolate y la infusión deliciosa de sábila, clara de huevo, gotas de brandi y malta Polar. A las siete, el santo rosario y unas palabras introductorias de la tía por los que se han ido, por los que se irán, por los que están mal pero que podían estar mejor y por los que gozaban de vida holgada y buena. Las diablas aprovechaban el sagrado momento del rosario para infligir diabluras. Se interrumpía el rezo y se procedía a estrenar la vara de manzano del día. Era una vara larga y pulida que utilizaba tía para reprender las anormalidades recurrentes de mis hermanas. Dos o tres varazos sobre la más diabla, la negra Lourdes y la exclamación con lágrimas del “pecadito negro, pecadito negro”. Después un silencio profundo como nunca más he oído, interrumpido sólo por los ronquidos que salían del cuarto de papá cuando estaba en casa. “Eso es lo único que hace, fregar, comer y roncar”. ¿Qué símbolos guardaba la vara de manzano para tía? Era el único instrumento que usaba para reprender. El manzano es bíblico, el árbol del pecado y de la vida. ¿Tendría algo qué ver con lo monólogos?
Los domingos era la fiesta y las ceremonias religiosas. Tía nos levantaba temprano. Bañaba a los más pequeños con agua tibia y hojas de romero. Desayunábamos con arepas de maíz pilado, huevo o hígado y el vaso de leche que bajaba Tío José Antonio de Los Paujiles. A las ocho la misa, los encuentros con Dios y los sermones del Padre Juanito. “No es asunto de salir de Dios temprano, pero alivia.”
El resto del domingo era la consagración de la primavera. El tiempo ideal para pasearse por los cafetales, o salir al pueblo a curiosear a los aldeanos que llegaban al pueblo a hacer compras y a cumplir con el santo sacrificio dela misa. Los de Río Azul eran seres de una otredad extranjerizante: catires, de ojos azules pero de un recelo montuno y avergonzado. Si eran ocho, se convertían en una cadena de 16 manos asustadas y entrelazadas.
El banquete del mediodía era con lo que más soñábamos durante la semana. Había un esmero inusitado por la culinaria dominguera. Por lo general eran inmensas gallinas preparadas a la braza, o guisadas con salsas rojas en calderos negros. Y era el encuentro familiar entre Los Paujiles y San José. Tío José Antonio llegaba acompañado de Tulio, inseparables y contertulios del aguardiente. El primo Pedro era el más desprendido porque apostaba siempre a ser el galán de la comarca, casi siempre con éxito. A eso de las cuatro aparecía jineteando un caballo, y aquello era motivo de jerigonzas terribles por parte de tía Bárbara. “Ya llegó, ya llegó el muy sin pena. ¿Ya fue a misa, ya comulgó? Pues entonces no pierda ni el arrepentimiento ni la comunión. Siéntese a almorzar. Tía Barbarita, apenas una vueltica pal muchacho. . Una vueltica si que es bueno. Se lo lleva y termina con las novias y dando malos ejemplos. “. Esos eran más o menos los diálogos entre la tía y el sobrino. Finalmente yo me escabullía y Pedro me recogía por el Camino Real. Y en efecto, la Tía no se equivocaba, salíamos con las novias, dos hermanas, las García que viajaban al pueblo desde “El otro Lado”. Pedro “Garantías” cogía el monte con la mayor y yo me quedaba en pleno camino sin saber qué hacer, qué decir ni qué tocar, con la menor.
Tía era fregada pero una mujer de un gran corazón. (“Mentiras, María, yo nací sin corazón”). Nunca se le vieron dobleces, al menos yo no se las notaba. Muy estricta y apegada a su fe y a la verdad que Dios le inspiraba. Pero, fíjese, era poco caritativa, no creía en las limosnas, ni en las dádivas. Ella pensaba que cada quien debía resolverse lo de cada quien. Tenía un dicho, “la caridad entra por casa”.
Pues yo nunca le conocí a nadie. Pero creo que…si, había un señor ya mayor que la lisonjeaba mucho. Pero ella indiferente…¿cómo era que se llamaba? ¿De la familia…? Qué memoria mijito, creo que de los Vivas. (“No inventes María, déjese de imaginaciones.”). Muy poco comunicativa y monologante, si así puede decirse y de un silencio impenetrable siempre. . Tenía una frase que recuerdo ahora, pero que nunca supe a qué se estaba refiriendo. Cuando ella veía la cosa difícil, que para esos días era casi todo el tiempo –nada era fácil mijito- decía, “la lluvia no está pa’ fiestas”, y se iba como rezando oraciones con su eterno vestido de medio luto, que era un diseño, por cierto mijo, de la tía Gertrudes. Pues la que nos enseñó a coser ropa y a ganarnos la vida con la costura. ¿La tía Gertrudes?. Si, una de las últimas que murió, todavía estaba Gómez vivo y yo una pelada. ¿En qué año fue que murió Gómez? En el treinticinco, Mamá. Entonces sí. Era severa y austera y aprendía muy rápido. Claro, la necesidad era una gran escuela y tenia, como dicen, cara de perro. Cuando apareció Márquez, sus pedidos nos ayudaban mucho con eso de las capelladas para la fabricación de los zapatos. A tía nunca le gustó Márquez. Lo vio siempre como el forastero. Qué estudio ni qué nada, mijo. Papá se vino con la camada del segundo matrimonio y nosotras teníamos que ayudar para que ellos estudiaran. Yo si creo, Ramoncito, que la historia de esos pueblos es más imaginación que memoria. La gente inventaba mucho, había mucho fantasioso con su lata de versiones. Lo detestaba sin consideración, tía era severa, dura con quienes llegaban a contar historias y a falsear la realidad. Dígame las agarradas que cogía con Tía Genara, que le gustaba mucho darle a la lengua, y con Doña Filomena. No podía verlas. Con tío José Antonio se llevaba bien. Tío era un alma de Dios, pero con él también fue muy severa. Cuando lo de Doña Flor, Tía se convirtió en la consejera espiritual de Tío. Lo ayudó mucho porque al pobre viejo se le quebrantaron los elementos y la naturaleza, y se fue a pique espiritual. Si uno contara todo como fue, no habría cara para tanta vergüenza, mijo. Yo estaba muy pequeña cuando bajamos a vivir a San José. Supongo que los dos tíos arreglaron sus cuentas y se dividieron lo que tenían que dividirse. De ahí salió la casita de El Calvario. Ahí vivimos las dos solitas por mucho tiempo. Desde ahí empezó nuestra lucha, Ramoncito. El abuelo Evaristo tampoco se llevaba muy bien con Tía. Eran como el agua y el aceite. Papá fue parrandero y michero. Cuando la abuela Alcira lo abandonó y cogió con los muchachos para Caracas, al viejo se le agravó el vicio. Cómo no, cómo me gustaría que alguien compusiera esa historia con tantos datos sueltos y tanta imaginería. Por ejemplo, ese personaje tenebroso de apellido Noguera, era un demonio. Todas esas cosas tienen que salir, en forma de historias o en forma de cuento. Sería bonito hasta una novela. 
¿Cómo se llama?, No sé, pero dicen que nació con vocación. ¿Vocación de qué? De historiador. Es el hijo mayor de Pedro, pero todavía no lo conozco. Pero qué espera para conocerlo. Un día de estos. Pero para eso, la necesitamos a usted alentada y buena. Ayy mijito, siento que estoy en las últimas. Ya uno fue lo que fue. Echen ustedes el cuento.

viernes, 22 de octubre de 2010

LA MORADA DE LAZARO (RESEÑA LIBROS TACHIRENSES)


José Antonio Pulido y el Dr. Ricardo Méndez Moreno

Por: José Antonio Pulido Zambrano

De La Grita tuve la primera noción de una novela escrita en la región; "Lucía" del Dr. Emilio Constantino Guerrero, hermoso texto de corte romántico. Muchos años después llega a mis manos otra novela griteña, escrita por el Dr. Ricardo Méndez Moreno intitulada "La Morada de Lázaro" o "Cuando la lepra subió a los páramos de La Grita", novela que en la voz del autor "es un libro de ficción".
Y "La Morada de Lázaro" es eso, ficción con pinceladas del realismo mágico, retoma el autor el camino de García Márquez y hace de La Grita y de la aldea Aguadía un nuevo macondo, donde pasa el Judío Errante, el Tirano Aguirre, y todo español llegado a estas tierras en sus diversos oficios.
La novela es contada en varios monólogos por los diversos personajes que andan en ese mundo creado por el escritor, Es "La Morada de Lázaro" una crónica de leprosos andantes y muchos de esos recuerdos son evocados por la imagen de los diversos monjes que llegaron a La Grita en el s.XVI. Los personajes de este texto están envueltos en soledad y deprimencia y para salvar la memoria de esta aldea Global como lo es La Grita surgen dos personajes femeninos, antagónicos pero que se entremezclan en la simbiosis del mestizaje, por un lado la memoria (Mnenósine) cobra nombre en la niña Carmela, la voz del nativo, del aldeano, la voz del olvido que termina en desmemoria, frente a la otra voz de Lucía Requena, la voz del otro, la mirada del otro, este último nombre altivo, de apellido, de memoria genealógica. Son los recuerdos encontrados de las razas, y Ricardo Méndez Moreno usa la "lepra" como pretexto, para contarnos el viaje de los hombres del viejo mundo al nuevo mundo a través de sus creencias y mitos. La visión particular del mundo, vino según la conveniencia de los personajes dado el lugar y centro de poder donde es establezcan.
En la novela se observa la construcción del discurso del médico que se hace escritor, y de allí que el discurso del "leproso" sea descarnado, duro, voraz a la memoria y lo inserta en lo que el llama "el cuarto del olvido", es decir la morada de Lázaro. De allí que la lepra devore y mate incluso a la memoria: "La aldea cambió pero el convento, Tobías y la niña Carmela permanecen incólumes" (p.97). De allí que personajes como: Fray Maqueda, Fray Pascual, Abad Domingo Lupi, Fray Tobías el inventor, Anton Goering, Miguel Tamañizo, Blas Uribe, Vinicio el curioso, Jovita, Gamaniel, Leonidas, Tarsicio y Francisco de Cáceres, Alonso Pérez de Tolosa, Raul Salcedo, unos reales, otros inventados, nos erizan la piel por no terminar infectados de lepra y los que la poseen parecen no quererla compartir, pues según ellos es un regalo divino.
En conclusión este es un libro con acento de tragedia griega, donde un coro de voces expresan sentimientos encontrados de la fe y la razón. El discurso de lo teológico se confronta con el científico, y al notar que la creación y la memoria son femeninas, nos queda una pregunta a flor de piel: ¿Acaso Dios es Mujer? Pues, otro de los elementos para recordar que usa el escritor son los olores y la gastronomía local, esa que surge del humo del fogón de la abuela.

domingo, 17 de octubre de 2010

EL FRIO DE LOS MUERTOS (LEYENDAS DE SAN JOSÉ DE BOLÍVAR)

José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira


El niño y su bisabuela en el gallinero

Días atrás, viendo la nueva temporada de la serie The walking dead (Los muertos caminantes) transmitida por Fox, mi hijo me preguntaba: ¿Papá, el frío de los muertos en realidad existe? Yo le dije el por qué de esa pregunta, y él me explicó que se lo había escuchado a su bisabuela Ana Francisconi, cuando estaba echándole de comer a las gallinas en una de las pocas casas con solar y gallinero que aún quedan en esta ciudad. Hoy hasta eso se ha perdido, el solar de la casa, y no sólo el solar, los jardines, las ventanas sin rejas, las casas se han transformado en cárceles en miniatura mientras el mundo hamponil cada día se adueña más y más de la calle.
¿El frío de los muertos en realidad existe? Esa noción la tengo de chico, desde que oí a mis padres, después de regresar de un velorio de angelito, que el frío del muerto se había llevado a ese párvulo.
Según los abuelos – versión contada en San José de Bolívar – es verdad que un muerto genera un frío, una especie de niebla invisible que rodea el aura de la persona recién fallecida y que puede abrazar a las personas débiles del entorno y como consecuencia ser besados por la muerte. Es creencia que las personas que manipulaban un cadáver no pudiesen acercarse después, ni osar tocar a un niño recién nacido porque le podía transmitir “el frío” del muerto. De allí que siempre que los mayores que trataban, acondicionaban y preparaban al difunto, al terminar dicho ritual, debían bañarse con agua de guayabo agrio, para retomar el calor de la vida y desprenderse de ese halo misterioso que juega con la mortalidad.
Recuerdo – eso lo tengo muy presente – que mi madre siempre estaba buscando los distintos elementos para proteger a este quien escribe y a mis hermanos del “frío” de los muertos, ya que en el pueblo siempre buscaban a mi padre para inyectar el formol a los recién fallecidos. Al volver mi padre al hogar de aquel trabajo mortuorio, nuestra madre no dejaba que se nos acercara hasta que se limpiara de esas energías negativas que había recibido del cadáver; ella le preparaba un baño de agua caliente con hojas de guayabo y naranja agria, así como otras hierbas que ahora no vienen a mi memoria. Luego mi madre le frotaba el cuerpo con alcanfor y alcohol, sobre todo las manos. A continuación se ponía a hervir agua, al llegar al punto de ebullición se introducía un huevo en la misma y al estar cocinado, se sacaba, se le quitaba la cáscara y lo envolvían en sal. Procedía luego mi padre a comerlo, pues la sal – según los más antiguos - era sinónimo de vida.
Después del baño se procedía a dar a quienes trabajasen con los muertos un tarro de café con miche, o si no se le hacía ingerir unas góticas de kerosene en aguamiel.
De allí venía la leyenda en mi pueblo que cuando moría una persona mayor, y a los días moría un infante, se le achacaba esta muerte al “frío del muerto”, viniendo a colación de que el adulto era un posible pecador y para entrar al cielo se había llevado un angelito, un ser de la inocencia.
No sé hasta qué punto el “frío” de la muerte engendra más muerte, quizá por ello hoy vemos más violencia y muerte, tal vez porque se han olvidado los rituales de purificación en nuestro estado. He dicho.

MICHAEL JACKSON Y SU INCURSIÓN EN EL RÍO BOBO

Por: José Antonio Pulido Zambrano


Thriller fue el sexto álbum de estudio del artista estadounidense Michael Jackson. Fue lanzado al mercado el 30 de noviembre de 1982 por Epic Records como la continuación del exitoso y aclamado álbum de Jackson de 1979 Off the Wall. Thriller incluyo géneros similares a los de Off the Wall, incluyendo el funk, soul, pop, easy listening, R&B, rock y la música post-disco. Y por supuesto el pueblo de San José de Bolívar no fue ajeno a este hecho, hoy histórico. Si, Michael Jackson tambien llego a través de la radio y la televisión a nuestro amado pueblo. En el diciembre de 1983 varios jóvenes del pueblo llevaron al escenario el opening de Thriller, y un joven llamado Alirio, que para esos días visitaba al pueblo y que luego traería junto a Luis Rojas las primeras minitekas al pueblo. Este Alirio se compró una chaqueta roja a lo Michael Jackson y deleitaron al Río Bobo con este baile, que para muchas abuelitas, era una canción del diablo, pues y que hasta hacían bailar a los muertos.
Lo cierto es que esta canción vudu caló en la juventud riobobera de los ochenta, y más de un tocadisco tuvo entre  su repertorio el LP de Michael Jackson, por ello Michael siempre fue cercano a nuestro pueblo y seguimos la historia de su transformación de hombre negro a blanco, y de allí que se hiciera todo un mito. Recuerdo una de las puertas de mi cuarto de aquella época con las distintas imagenes del Rey del Pop. 



Las sesiones de grabación de Thriller se llevaron a cabo entre abril y noviembre de 1982 en los Estudios de Grabación Westlake de Los Ángeles, California, con un presupuesto de producción de 750.000 dólares.Ayudado por el productor Quincy Jones, Jackson escribió cuatro de las nueve canciones de Thriller. En poco más de un año, Thriller se convirtió en el álbum más vendido de todos los tiempos —distintivo que aún posee en 2010, aún después de muerto el Ídolo — con ventas estimadas entre 109 y 110 millones de copias en todo el mundo, siendo asimismo el álbum más vendido en los Estados Unidos y del mundo.Siete de las nueve canciones del álbum fueron lanzadas como sencillos, y todos ellos llegaron al top 10 en el Billboard Hot 100. El álbum ganó un récord de ocho premios Grammy en la edición de 1984.
Thriller estableció el estatus de Jackson como una de las estrellas del pop por excelencia a finales del siglo XX, y le permitió romper las barreras raciales a través de sus apariciones en MTV y su reunión con el Presidente Ronald Reagan en la Casa Blanca. Además fue uno de los primeros en utilizar los videos musicales como herramientas de promoción, destacando los clips de "Thriller", "Billie Jean" y "Beat It", que se transmitieron de manera continua en el canal MTV.


José Antonio Pulido con el disco en acetato BAD

viernes, 15 de octubre de 2010

LA PROMOCIÓN DE SEXTO GRADO AÑO 1986 ESCUELA BÁSICA "REGINA DE VELÁSQUEZ" - SAN JOSÉ DE BOLÍVAR

José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira


Promoción de estudiantes de sexto grado año 1986. E.B. "Regina de Velásquez". En la imagen están: María Cogollo, Elio Omar Araque, Rodrigo Rodriguez, Tito María Peñaloza, Wilma Chacón, Omar Ricardo Pérez Salas,  Ligia Vivas, Yoli García, Gladys Guerrero, Elias Niño, Jesús Chuchin, Delma Cogollo, Yoel Cardenas y Jose Antonio Pulido Zambrano.

Es agradable viajar en el tiempo a través de ese don que nos da la memoria. Días atrás el amigo Omar Ricardo Pérez Salas me enviaba fotografías que hicieron reagrupar en mí una serie de sentimientos hacia los años que pase en mi primera escuela. Recuerdo que en primer grado me dio la maestra Carmen Guillen y finalizando el año escolar culmine grado con la profesora Noraima Duque, le siguió segundo grado de nuevo con la maestra Noraima Duque, el tercer grado sólo me viene a la desmemoria mía el nombre de profesora Fanny, no recuerdo su apellido, una mujer poco agraciada en lo físico y la primera que me castigaría sin motivo alguno, y quizá por ello a esa edad extrañaba tanto a mi primera maestra, la profesora Carmen Guillen. Mis amigos de primero a tercer grado fueron: Jaime Escalante y Yoel Cárdenas. En tercer grado llegó una niña que movió mis instintos, más de amistad que de amor, se trataba de Delma Cogollo. Recuerdo que ese día todos se burlaron del apellido de Delma, yo en cambio la vi tan pequeña, tan frágil, que busque ser su amigo. En tercero grado también viene a mi memoria los nombres de Rocío Ardaya, Gladys Aleida Guerrero, entre otros.
Cuarto y quinto grado no los dio la profesora Aura Salas Becerra, excelente educadora quien nos abrió caminos en el mundo de la cultura mundial. Allí vienen nombres como: Mirian Montilva, Virginia Quintero, Rodrigo Rodríguez, entre otros. Fue la primera vez que participe en un desfile de Carnaval disfrazado de "El Diablo".
En sexto grado nos dio clase el profesor Jorge Jaimes, de rostro mexicano, con su gran bigote, de voz cortada, ronca y grave. Durante todos estos años de escuela aprendí a leer y sumar, y entre letras y números desde chico soñé que de grande iba a ser escritor.


José Antonio Pulido Zambrano


El profesor Jorge Jaimes al lado de la profesora Cira Santander 
entrega el diploma de sexto grado a Omar Ricardo Pérez Salas


Rodrigo Rodríguez, Omar Ricardo Pérez, Jesús "Chuchin" Carrero, 
Yoel Cárdenas y Eleázar Vivas.


Profesores Jorge Jaimes, Adolfo Rubio y Rigoberto Lozada 
entregando titulo de sexto grado a Eleázar Vivas.



Omar Pérez y su madre la profesora Aura Salas Becerra.

domingo, 10 de octubre de 2010

LA LLEGADA DEL PRIMER CARRO (EL CANARIO) A SAN JOSÉ DE BOLíVAR

Por: Josefa Zambrano


En el año 1951 al comienzo del mes de marzo llega al Pueblo de San José de Bolívar el primer carro. ¿Quién trajo el primer carro? Fue en ese tiempo el joven Nicolás Rosales que le decían “El manco Nicolás”, él era hijo de Don Nicolás Rosales.
Cuando llegó el primer carro los habitantes del pueblo, generó mucha curiosidad y asombro a la vez, pues nunca se imaginaron que eso podía suceder. En ese tiempo las calles eran de piedra y el traslado del carro fue un vía crucis. Era un camión amarillo y los habitantes lo bautizaron "El Canario" pues era muy bonito y toda la gente estaba muy emocionada.
Fue tanta la emoción que todas las señoritas del Pueblo se querían montar en el camión y los niños corrían tras el camión, todos sorprendidos y asustados porque nunca habían visto semejante espanto. Pero lo mas increíble era que decían los viejitos, ¿Qué será eso? Será que estamos a fines de mundo, ese aparato se mueve solo, parece que fuera cosa del Diablo.
Con el paso de los años se fueron acostumbrando y lo empezaron a ver como algo normal, solo era los nuevos tiempos que se venían y El Canario solo paso a ser un buen recuerdo.

martes, 5 de octubre de 2010

BIOGRAFIA OFICIAL DE DON ROMULO ROMERO VIVAS (SAN JOSÉ DE BOLÍVAR)

José Lubin Pulido Chaparro
Cronista de San José de Bolívar


Singular personaje, muy querido y recordado por la mayoría de rioboberos, nació en nuestro poblado en el año de 1905. Sus padres fueron: Doña María de La Paz Vivas Chaparro, de principios religiosos muy sólidos; ya entrada en años la vi rezar El Crisajio, y hacia el vía crucis en el entorno de la iglesia, cargando una pesada cruz de madera en sus hombros y se colocaba a manera de diadema en su cabeza una corona de espinas, con devoción suprema, invocando a los pecadores para que Dios los perdonara, y de mayor edad, aun, cuando ya no podía cargar aquel suplicio, rezaba los quince minutos, todos los días a esto de las tres de la tarde de rodillas. Era una santa mujer.


Don Abigaíl Belandria - Año 1947.

Su padre fue: Don Juan Luís Romero Romero, quien era hijo de los distinguidos esposos: Don Gregorio Romero y Doña Águeda Romero. Había nacido en el municipio Peguega, del Distrito San Luís del Estado Falcón, y murió en nuestro poblado en 1953 a la edad de 99 años. Llegó a San José de Bolívar después he haber caminado desde la ciudad de Coro, al parecer huyendo para no pagar el servicio militar obligatorio, a finales de la década de 1890. Fue encontrado por Don Pedro José Contreras, en el páramo de Simusica, casi desnudo, emparamado y con un clarinete que le acompañaba, pues formaba parte de la banda de música de su pueblo natal. Ejerce de secretario de la prefectura en 1902. y durante su larga vida estuvo apegado a las labores del campo: cultivo de café y caña panelera. Hermanos de Don Rómulo fueron: Temistocles, América, Luis, Eucaris, Candida y José.


Familia Romero Vivas: Don Luis Romero y Doña Maria de la Paz Vivas con sus hijos: Temistocles,Romulo,America,Eucaris,Juan Luis,Candida, Gustavo y Jose


Romulo Romero en su mocedad

Se dedica, Don Rómulo desde muy joven al comercio, obtiene la primera licencia para la venta de licores al detal, pero además vende víveres, trae de innovación para las damas, a finales de la década de 1940 las toallas sanitarias; vende entre otros artículos: pescado salado, estampillas, timbres fiscales y papel sellado, los domingos vende carne de marrano. Con el tiempo funda la primera farmacia en nuestro terruño, en el mismo negocio separado de una pequeña reja.
En el año de 1937 casa con la distinguida dama: la joven Ana Asunción Belandria Pulido, hija de Don Abigaíl Belandria y Rosario Pulido, con quien concibe sus distinguidos hijos: Argimiro, Luisa, Emma, Ramón, Margarita, Teresa, Iván, Gerardo, Coromoto, Beatriz y Rómulo Enrique.
Hermanos de Doña Ana Asunción: José Ramón, Carmen Teresa, Aura Rafaela, Hermildes, Acacio, María Auxiliadora, Teonila y Enrique. 


Trae el primer radio, a mediados de 1942, los lugareños en las noches acuden a oír música, noticias y el programa humorístico: El Galeron Premiado. Se informaban de los acontecimientos de la II Guerra Mundial y hacían comentarios de los acontecimientos suscitados.
Varios niños nos acercamos al puente colgante del Rió Bobo, para ver cuando traían sobre dos varas de madera, amarrada, desde Queniquea, por el camino de las mulas, la primera nevera que funcionaba con kerosén. Cuatro hombres se turnaban con otros, para cargar tan preciada reliquia.
Dicharachero, alegre, amante de la parranda, bailarín de postin, aprehendió los movimientos del tango con la ilustre señora Doña Hilda Rojas de Chaparro, lo bailaba con sorprendente armonía con la joven: Ana Beatriz Contreras y en días pasados me comentaba mi primo y amigo: Magín Roa Ramírez que cuando bailaba pasodoble con la joven licenciada Juanita Pulido Vivas, había que desocupar la sala pues la quería para el solo, y así demostrar los diferentes pasos que con sobrada maestría nos deleitaba.


Ana Asunción Belandria Pulido y Rómulo Romero


Ana Asunción Belandria en su cocina de leña

Traslada su familia a San Cristóbal para que sus hijos estudien, Don Rómulo continua viviendo en San José, su pueblo que tanto quería, al frente de su bodega, deleitando a sus paisanos con sus chanzas y sus chistes. Atendía con vocación suprema a los forasteros que llegaban, tenia un don muy particular para hacerse amigo de las personas; hombre ejemplar y probo, honrado y su palabra un documento, después de una penosa enfermedad, apegado a sus principios religiosos de su fe cristiana, muere en San Cristóbal a la edad de 85 años, trascurrida una larga, exitosa y placentera vida.

Fotos cortesía: Romulo Enrique Romero Belandria

LA BODEGA DE DON ROMULO ROMERO EN SAN JOSÉ DE BOLÍVAR

José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira


Bodega de Don Rómulo Romero

La semana pasada me vine con una tristeza tan grande de mi pueblo amado. ¡Ah que cosas con el progreso como cantó Carlos Vives! Sí, el progreso que tanto le ha dado a mi pueblo, ese mismo progreso esta acabando con la memoria de mi pueblo. Sí, la semana pasada fue derrumbada la "Bodega de Don Rómulo", muchos me cuestionaran, que esa ya no era la bodega de Don Rómulo, sino la "Bodega del Tigre". No. Para los que tenemos memoria esa siempre fue la Bodega de Don Rómulo, es factible que con la nueva fachada sea la "Bodega del Tigre". Pero si, las casas de mi pueblo están siendo demolidas, pues no hay una ordenanza municipal para cuidar el patrimonio cultural del Río Bobo.
Voy a exponer porque la nostalgia de la Bodega de Don Rómulo Romero, de Don Rómulo ya ha hablado muy bien Lubin pues es el biógrafo oficial del personaje, hoy quiero hablar de la casona que cayó. En esa Bodega se crearon tantos sueños y se lograron muchos, y la nostalgia viene no de ahora, viene de nuestra niñez, cuando recorríamos esa cuadra, desde la bodega de Don Rómulo hasta la Ferretería de Don Segundo Pulido, o la venta de pescado de Stanislao Vivas o la quincalla de Doña Carmen García de Guerrero, o más allá la bodega de Don Luis Duque o la bodega de los Hermanos Dario y Benedo García. Pero de todas estas, la de Don Rómulo tenía historias particulares.
De niño no nos dejaban entrar a una de las puertas, ya que allí estaba la licorería, pero si podía ingresar por la otra puerta a comprar víveres, cosa un tanto ilógica pero real-maravillosa hermosa.


Don Rómulo Romero en su bodega licorería.


Don Rómulo Romero atendiendo su bodega licorería

Desde muy joven - expresa Lubin Pulido - se dedica Don Rómulo Romero al comercio, y su licencia de venta de licores al detal es la número 0012 de todo el estado Táchira. Dicha bodega fue montada a principios de los años cuarenta y el local comercial funcionó como bodega-farmacia-licorería, una visión para esta época adelantada. Gracias a Don Rómulo llegaron nuevas cosas al pueblo, en parte llegadas con el progreso, ese mismo progreso que hoy mando al piso la casona.
Trajo Don Rómulo las primeras toallas sanitarias para damas, lo cual fue agradecido y mejoro la salud e higiene de las mujeres rioboberas. En su bodega empezó a comercializar y exportar pescado salado, estampillas, timbres fiscales y papel sellado. Agrega además la venta de carne local de vacas, toros y cerdos. Funda en ese mismo establecimiento la primera farmacia y separó la farmacia bodega de la licorería con una simple reja.


José Antonio Pulido Zambrano

Las horas angustiosas de la segunda guerra mundial - opina Lubin Pulido - pudieron escucharse en el pueblo pues Don Rómulo trajo el primer radio en 1942. Y quizá lo más idílico para los niños de aquella generación fue cuando en 1950 "varios niños nos acercamos al puente colgante del Río Bobo (Puente Diablo), para ver cuando traían sobre dos varas de madera, amarrada desde Queniquea, la primera nevera que funcionaba con kerosén". Y fue por primera que gracias a esto los niños del Río Bobo pudieron conocer y probar los helados.
De allí estos recuerdos, que nos los puede tumbar el progreso, pero si el olvido si no los dejamos escrito.


Fotos cortesía: Romulo Enrique Romero Belandria

lunes, 4 de octubre de 2010

DE LOS CAROLINOS AL ROBO DEL BANCO BICENTENARIO EN SAN JOSÉ DE BOLíVAR

José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira


En los años del inicio del gomecismo fueron famosos una banda de ladrones y forajidos conocidos como los "Carolinos" y que vivían en las inmediaciones de Los Paujiles, donde asaltaban a los aldeanos y los maleteros que venían de La Grita, Bailadores, Tovar y Pamplona. Estos hombres no se contentaban con asaltar sino que mataban a sus asaltados y los descuartizaban en una quebrada a la cual la llamaban "La Pesa", quebrada también conocida como La Paujilera. Estos a rasgos generales son los villanos y bandidos más lejanos de los que se tienen noticias, es decir, personas que vinieron a robar al pueblo y arma en mano asaltar la tranquilidad de nuestro pueblo.
Otro hecho que acaeció en el pueblo del mundo hamponil fue el robo que se le realizó a un laboratorio de sangre, el primero y aún único montado en el pueblo. El dueño del establecimiento era una mujer de nombre Miriam Carvajal, ella monto dicho establecimiento frente al puesto policial, al lado de la licorería de Don Rómulo Romero. Una mañana el pueblo amaneció consternado, pues al laboratorio lo habían robado, no dejaron nada, se llevaron todo, y lo irónico y cursi, es que dicho robo se hizo frente a un puesto policial, que según sus declaraciones no se escuchó alboroto durante la noche, de allí que en el pueblo se manejaron varias hipótesis, entre ellas la del auto-robo.
Todos estos hechos anteriores los señalo, para pasar a describir lo acontecido el viernes 1 de octubre del 2010 en el robo a mano armada del Banco Bicentenario de la población de San José de Bolívar.
El  Banco Bicentenario, otrora Banfoandes, esta ubicado en la esquina donde antaño estuvo la casa de Don Segundo Pulido, y jamás imaginaría Don Segundo y su fiel acompañante Arellano, que esa esquina serviría de sede a un Banco y que el mismo sería asaltado para llevarse con ellos los cobritos del riobobero.
  

Casa de Don Segundo Pulido


Sede Bancaria de Banfoandes, hoy Banco Bicentenario.

La tarde del viernes fue de cataclismo en nuestro poblado, cuando al menos ocho asaltantes pernoctaron en la calle Bolívar y sometieron al único policía del pueblo (obvio el nombre), lo amordazaron y lo metieron en un calabozo, le quitaron el arma de reglamento, un revolver calibre 38, un chaleco antibalas, teléfonos celulares y radios.
Allí los asaltantes ingresaron al Banco y sometieron a clientes y empleados y despojaron a la población de 300 mil bolívares. Momentos de angustia vivieron nuestros hermanos rioboberos, pues no sólo con despojar de lo ajeno, empezó una trifulca de tiros, pues los ladrones portaban armas cortas y largas, los fusiles de asalto conocidos como HK, los disparos se dieron pues un riobobero empezó a dispararles a los asaltantes desde la zona del Banco Sofitasa.


FUSIL HK usado por los asaltantes

Los bandidos se perdieron y dejaron la polvoreda vía La Grita, por Los Paujiles, por los caminos que antaño pertenecieron a los primeros  ladrones llegados a la zona, "Los Carolinos". 

NOTA: He obviado por razones necesarias los nombres de los rioboberos que estuvieron en este hecho insólito.