miércoles, 28 de abril de 2010

CONFIDENCIAS REALES DE RAMÓN J. VELÁSQUEZ

*José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de la Historia del Táchira


Dr. Ramón J. Velásquez y José Antonio Pulido Zambrano.-

             Conocer a Ramón J. Velásquez me parecía meta imposible. El 3 de abril del 2009 traté al escritor Francisco Suniaga, autor del texto El pasajero de Truman, libro sobre la vida del queniqueo Diógenes Escalante y eso ayudó a animarme a escribirle un E-mail al Doctor Velásquez por intermedio del amigo Idelfonso Méndez. Fue así como el 30 de abril tenía en mi correo electrónico lo siguiente: “Mi estimado amigo, con verdadero placer le respondo a su mensaje de fecha 16 de abril. Pues trae un conjunto de valores tan fundamentales como el desarrollo de las regiones y la importancia de esa aparentemente pequeña historia local cuya suma de valores la vemos representada en lo que se llama historia nacional. Me agradaría mucho que el próximo mes de junio, cuando venga a Caracas visite esta su casa. Me será muy grato leer sus trabajos y conversar con usted, esos valores que allí destaca. En cuanto a San José de Bolívar, esa ciudad entre neblinas tengo un recuerdo imperecedero, pues uno de sus institutos lleva el nombre de mi madre, la gran educadora tachirense, doña Regina Mujica de Velásquez. Ramón J. Velásquez”. El encuentro con el padre de la historia venezolana del siglo XIX y XX era una realidad.
               Caracas, 15 de junio. Allí estaba frente a la Quinta Regina del Doctor Velásquez, el señor José Morales me invitó a entrar y en la antesala la hija de la señora Betulia Alviarez, la asistente del Doctor Velásquez, me señaló que él me esperaba. Fue un encuentro de dos andinos, con dos visiones de mundo separadas por la distancia de la edad, pero unidas por la visión que ambos tuvimos sobre la historia. Fue un encuentro cálido, de dos amigos que no se habían visto, pero que era una amistad nacida entre el escritor y un joven lector. Fue un encuentro muy familiar frente a un café, compartiendo un diálogo que para mi permanecerá intacto como uno de mis mejores recuerdos. El sueño se había hecho posible, y como decía el pariente Lubin yo siempre llegaba a donde quería llegar por ser positivo y creer en lo que hacía, y esto lo señalo pues algo similar me dijo el Dr. Velásquez, sólo que el le dio el nombre de vocación.
        El Dr. Velásquez me midió con su mirada, dejó que hablara primero, le entregué un cuadro del pueblo y unos ejemplares de Riobobense, le hablé de la historia riobobera, y al final él dijo: ¡Que bueno! Me preguntó sobre si los Pulido de Rubio y los de San José de Bolívar eran los mismos y yo le conté mis hallazgos e investigaciones, y lo que iba ser una cita de treinta minutos, se transformó en una conversación de tres horas y media. Fue allí después de ese, ¡Que bueno! Que el doctor Ramón J. Velásquez empezó a hablar de historia mientras la combinaba con segmentos de su vida, pues él era personaje y testigo de tantos hechos, él era el venezolano que había presenciado todo el proceso político venezolano del siglo XX, había recuperado la memoria histórica del siglo XIX, y veía desde el lejos el inicio del siglo XXI. Lo primero que me habló fue de la imagen de su madre, doña Regina Mujica, el empeño de ésta por hacer una mejor pedagogía para el Táchira, de su propuesta educativa del bachillerato femenino y la escuela de comercio, artes y oficios para las señoritas tachirenses. Explicó que Doña Regina fundó una revista llamada Alba, donde exponía sus ideas, el amanecer en ideas de la mujer. 


Regina Mujica de Velásquez y su hijo Ramoncito.

Luego recordó que había sido director de El Nacional en dos ocasiones. Pero dejó ese tema de un lado para volver a los recuerdos suyos en el Táchira, cuando era estudiante en el Liceo Simón Bolívar, y de su viaje a Caracas que duró cinco días, y tuvo que hacer hospedaje en Tovar, Bocono. El tercer día al llegar a Barquisimeto, un jefe civil que era de Capacho, le hizo abrir el baúl para ver que llevaba, sorpresa para el hombre, de nombre Ramiro Castro, que la maleta del Doctor Velásquez estaba llenas de libros, y éste le dijo: 
- Para que lleva eso mijo. 
- Son libros - respondió Velásquez. 
- Y si le va a caber todo eso en la cabeza, mire mijo, le voy a dar un consejo, en Caracas no quieren a mucho a los tachirenses, ande con malicia - expresó Castro. Aquella noche no lo dejaron pasar a Maracay, pues la orden era que después de las cinco ningún carro podía pasar, pues en aquel estado vivía Gómez.
          El Dr. Interrumpe la conversación para pedirle a la señora Betulia un café, luego prosigue su relato, y cada vez que lo escuchaba recordaba Las confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez, entre el escritor y el hombre que esta enfrente mío no había diferencias, por eso le señalé que me parecía conocerlo de toda la vida, el Doctor sonrió. Antes de llegar a Caracas escucha como los que le acompañan en ese viaje empiezan a aplaudir: 
- Y eso - pregunta a su amigo Leonardo Ruíz Pineda y él le contesta: - El mar del que tantas veces hablamos. Más adelante vuelve a escuchar aplausos, el chofer explica que ahora el camino será más agradable pues han llegado a la civilización, el símbolo de lo moderno es el cemento, dejando atrás la carretera de tierra. Ahora si se pueden quitar el paño de la cara, ya no hay mas polvo en el camino, pero la tierra se ha quedado adherida a su cuerpo, como recordándole de donde viene y que de allí no se debe olvidar. Es el año 1935, ese primer día en Caracas es extraño, debió tomar un baño muy largo, para quitarse la tierra de cinco días, en una pensión que quedaba a dos cuadras de Miraflores. El Doctor cierra sus ojos, suspira, los recuerdos lo envuelven, por sus poros transmite años y años de historia y este joven lector, mientras, guarda silencio. El día que conoció a Gómez, él iba por la mitad de una calle, pues en Los Andes eso es costumbre de antaño, en todo pueblo andino se anda por el medio de la calle, hoy en pleno siglo XX yo lo hago en San José de Bolívar. Sí, aquel día que se pierde en el tiempo el joven Ramón J. iba lo más de distraído, con un sombrero grande que le cubría el rostro del sol, cuando escuchó voces, al alzar el rostro, frente a él había un soldado de La Sagrada, miles de pensamientos pasaron por la cabeza de Ramoncito. El soldado le volvió a llamar, que anduviese por la acera y diera paso. Al voltearse vio un carro negro, largo, un Lincon recuerda bien y en él, en la parte de atrás observó a un hombre muy blanco, como el mármol, petrificado, no lo podía creer era el General Gómez. Pues era costumbre del General los domingos ir al Hipódromo. Detrás del auto, venían como treinta carros más, no de soldados - expresa Velásquez - sino de adulantes para saludar al Benemérito.
               El Dr. Velásquez vuelve a guardar silencio, me mira. Yo le expreso una idea de López Contreras. El Dr. Velásquez dice: 
- Era de Queniquea, lo conocí después que fue presidente y desde ese día fuimos grandes amigos.
              Le hablo de Diógenes Escalante, y el privilegio es grande, el Doctor Velásquez en la intimidad de ese encuentro me relata lo que han dicho tantos libros y por último ha rescatado Francisco Suniaga. Expresa como fue testigo de la locura del hombre que tuvo más chance en Venezuela en el siglo XX de ser presidente, estuvo a un centímetro - remarca. Ahora yo soy testigo y escucho a un protagonista de un momento clave en la historia política de Venezuela del siglo XX, el Doctor Velásquez me narra con su voz lo acontecido aquel día. Él llegó bien temprano como siempre, le extrañó que Escalante no estuviese en el despacho, en eso llama el presidente Medina para que le pasen a Escalante, él va a buscar al Doctor Escalante, le dice que tiene una llamada del presidente Medina y él expresa: “Dígale que no puedo ir porque me robaron las camisas”.  Él va y observa que todas sus camisas están allí, pero Escalante dice que esas camisas no son las de él, sino que su cuñado se las había robado. Él informa que le digan al presidente Medina que el Doctor Escalante dice que no puede ir porque le robaron sus camisas. Y el presidente Medina pasa ahora al teléfono al explicarle lo que pasa: “Es el presidente Medina, ¿Puede usted decirme que pasa allí? Y él vuelve a repetir “el Doctor Escalante dice que no puede ir a reunirse con usted porque le robaron las camisas”. El presidente Medina expresa: - ¿Y usted que dice? Y Velásquez como el que ha repetido esta historia tantas veces vuelve a decir: “Yo digo que el Doctor Escalante dice que no puede ir porque le robaron las camisas”. La historia se hace amena. Pero es un espacio de nunca acabar. El Doctor Velásquez va y regresa desde su memoria infinita. Aquel encuentro vuelve a tomar aire, y conversamos de Páez y el uso de sus botas inglesas; de Juan Pablo Peñaloza que no doblegó nunca a sus ideas; de Luis López Méndez y como apretó para que se diera a conocer en el Táchira; de Eustoquio  y como este personaje le dio sentido de ciudad a San Cristóbal; de Emilio Constantino Guerrero y sus libros; en fin, me dio tantas palabras para escribir un nuevo archivo histórico, me dio tantas palabras para continuar escribiendo libros, me dio tantas palabras y quizá lo más bonito señalar, que no contaba con un amigo pues ya éramos amigos desde siempre.
          Por último expresó que en Venezuela cualquiera puede ser político, casi todo el mundo tarde que temprano llega allí, pues no hay otra manera de ser. Y estas confidencias sólo son una parte, pues vienen muchos encuentros más, les repito eso a ustedes amados lectores, pero sólo Dios sabe cuando será ese momento. Mañana mismo, a finales de agosto como esta pautado, dentro de diez años. Dios lo sabe.



Nuevo encuentro con el Dr. Ramón J. Velasquez con José Antonio Pulido Zambrano
el viernes 09 de septiembre del 2011

LA HISTORIA DE LOS PÉREZ EN EL RÍO BOBO (OBRA DE TEATRO TACHIRENSE)

LA HISTORIA DE LOS PÉREZ EN EL RÍO BOBO
(Obra de teatro en tres actos)
Autor: José Antonio Pulido Zambrano.

PERSONAJES:
Eutiquio Pérez Mora
Raimundito Pérez Carrero (Niño de 10 años)
Raimundo Pérez Carrero (Hombre de 80 años)
Hijos de Eutiquio Pérez (Personajes referenciales)

I ACTO
EL VIEJO Y LA MONTAÑA

(Entra a escenario un niño con un canasto lleno de papas, va vestido de kaqui y en alpargatas)
Raimundito: El abuelo siempre me dice que la historia no es un metro, ni un litro, ni un hilo, la historia es algo más. La historia es un río, como el río Bobo donde hay de todo y cabe de todo, en donde se puede andar pescando, hoy es 25 de enero de 1943 y estoy cumpliendo 10 años. Mi abuelo me dice que me pusieron José por el bisabuelo y Raimundo vaya a saber el mundo porque, pero ese nombre le gusta más a él. El abuelo Eutiquio me ha dicho que debo sentirme orgulloso de ser un Pérez, que es un apellido patronímico dice la maestra Irene, ella me dijo que Pérez proviene del nombre Pedro, y Pedro según la Biblia es piedra, así que los Pérez somos como hijos de las piedras, es decir duros ante las adversidades. Eso de saber historia de uno es muy bonito porque quién no sabe de dónde viene no sabe pa´ donde va. “Papior” dice el abuelo Eutiquio. Y como desde chiquitico he sido tan preguntón, más que mi hermano Arcángel, se que el nombre Eutiquio tiene un origen griego y simboliza facilidad y éxito, y debe ser así porque todos los Pérez como dice papá Abraham hemos sido hombre de éxito y trabajo, éxito alcanzado con un trabajo noble y honrado. Qué raro que el abuelo aún no ha llegado, ya está lleno de achaques, voy a buscarlo (Sale).
(Entra a escena un abuelo, lleva una machetilla en sus manos)
Eutiquio: ¿Donde agarraría Raimundito? Ahh yo a su edad también era así, medio espalomado. Recuerdo ver en estos momentos a mi viejo regresar entristecido los días que él llegaba con las manos vacías, cuando estas montañas inclementes no le permitían encontrar algo para traer a casa. El Cobre, de donde soy oriundo, antaño era un caserío de pocas casas alejadas por el aislamiento y el olvido. Cierro mis ojos y aún escuchó los pasos de mi padre en el corredor (Eutiquio cierra los ojos).
(Aparece en escena Raimundo)
Raimundito: Abuelo, donde estaba usted (Eutiquio abre los ojos). Lo fui a buscar al callejón. En el conuco, pero usted ya se había venido me dijo tío Miguel. Ya le llevé a mamá Jacinta el canasto de papas.
Eutiquio: Uhh. Usted me recuerda mucho a mi hermano Rafael María.
Raimundito: Y, ¿ese quién es? Nunca lo había oído abuelo.
Eutiquio: Ese era uno de mis hermanos mayores, él se quedo viviendo allá en El Cobre.
Raimundito: ¡Ah nosotros somos de El Cobre! No lo sabía abuelo. Como usted casi nunca habla de la familia.
Eutiquio: Yo no hablo, porque nadie pregunta. Quiere saber un poco más sobre los Pérez.
Raimundito: Si abuelo, eso me gusta mucho.
Eutiquio: Bueno, primero écheme en ese tarro un poco de aguamiel, porque la garganta seca cuaja la voz de los hombres, y más cuando uno busca hablar de las cosas pasadas, la de los recuerdos.
(El abuelo Eutiquio se sienta en una silla, mientras Raimundo le sirve de una olla, que está al lado del fogón, un poco de aguamiel)
Raimundito: Tome abuelo.
Eutiquio: Ah, ¡papior! que aguamiel más sabrosa, es que esta panela que saca Miguel en La Hoyada es de muy buena caña, de razón el Miguel se ha metido a alambiquero.
Raimundito: ¡Alambiquero! ¿Qué es eso, abuelo?
Eutiquio: Un alambique es un aparato muy moderno, lo último en tecnología, sirve para extraer un aguardiente muy sabroso, pero eso es para adultos.
Raimundito: ¿Por qué abuelo?
Eutiquio: ¡Ahh Raimundito, usted si es preguntón! No es para niños porque lo dice la palabra: agua ardiente, si un niño lo toma le quema la garganta. Además eso de miguel viene de familia, ese ingenio lo tenía mi viejo allá en El Cobre haciendo trapiches en la aldea de Río Arriba, y de allá en El Cobre traje la idea de hacer canales de barro para hacer el acueducto de esta finca. Pero no desviemos el tema, voy a hablarle del origen de su familia. Deje primero que me quite esta faja (Se quita la faja y la coloca a un lado de la mesa, vuelve a probar la aguamiel). Los Pérez de San José de Bolívar somos oriundos de El Cobre como ya usted se enteró, los de nuestra rama familiar, porque hay otros Pérez que vinieron por la Laguna de García de Pregonero, esos son otros. Mi padre se llamó José del Espíritu Santo Pérez y mi santa madre: María del Carmen Mora. Mi padre había nacido en la aldea de Río Arriba. Pues en El Cobre también habían dos ramas del apellido Pérez, uno los de Río Arriba y otros los de Angostura. Los Pérez de Angostura eran bajitos, a diferencia de los Pérez de Río Arriba, los nuestros, eran altos. Yo nací el quince de abril del año mil ochocientos sesenta y nueve, y me bautizaron en la iglesia de El Cobre, el que me echo el agua fue el presbítero Juan Isidro Pérez, y mis padrinos fueron José del Rosario Zambrano y María de la Concepción Montoya. Por mi padrino José fue que me dieron mi segundo nombre, por eso me llamo Eutiquio del Rosario. Mis otros hermanos fueron José de los Ángeles y Rafael María, y la que más me consentía era mi hermana mayor de nombre María Leona. Luego mi padre se mudo a una aldea de El Cobre llamada “El Topón”.
Raimundito: Ala, abuelo, y usted como sabe tanto.
Eutiquio: Porque mi papá aparte de enseñarnos la profesión más hermosa y honrada, la de labrar los campos, procuro que aprendiéramos a leer, escribir, sumar y restar, por ese tiempo habían maestros itinerantes, muchos de ellos de Pamplona, Colombia, maestros que iban por los campos y cobraban algunas monedas por enseñarnos. Luego a José de los Ángeles como era el mayor lo mandaron a El cobre a ver clases con el maestro Espíritu Morales, y como yo era tan preguntón, así como usted es, siempre que llegaba José le preguntaba y él muy paciente y con alegría tomaba un tizón y nos empezó a enseñar las letras y así fue como aprendí a leer. A mi madre Carmela, porque así la conocieron en la aldea como Carmela, le encantaba que le leyéramos parte de una Biblia que nos había obsequiado el padre Juan Isidro Pérez, papá decía que este cura era familiar lejano nuestro. Eso de leer y escribir me sirvió de mucho para más adelante redactar documentos y ser Comisario de la aldea.
Raimundito: ¡Ahh, que interesante abuelo, yo ya también estoy aprendiendo las primeras letras. ¿Y la abuela Edelmira?
Eutiquio: En esas tardes de jornal, de ir a recoger café a la aldea de Angostura, en el sitio donde había tenido ocasión una de las batallas de la Independencia que llevaba por el país El libertador simón Bolívar, en esos aledaños vivían los Mora. En esos cafetales mientras entonábamos cantos con mis hermanos, llenando canastos con pipas rojas conocí a su abuela Edelmira. Y al tiempo nos casamos, aunque no fue fácil, a mí me costaba mucho para verla a ella, porque el papá era un hombre de mucho carácter; un hombronon, el que más se parece a él es su tío Pedro María, ese salió a los Mora.
Raimundito: Y, ¿cómo es eso de enamorarse abuelo?
Eutiquio: ¡Ah Raimundito! Como le explico. Usted ha comido esos alfondoques de panela blanca que saca su tío Miguel Arcángel  en el trapiche.
Raimundito: Si abuelo, son riquísimos.
Eutiquio: ¡Ahh, bueno, así es enamorarse! El amor, el bonito, el verdadero amor es dulce, pero no empalagoso, así como esa panela blanca que hace su tío. Yo me enamore de su abuela porque ella tenía una voz preciosa, pero a pesar de que yo ya sabía escribir, me costaba era hablar. Eso sentí como si tuviera un poco de bichos en el estomago cada vez que la veía. Un día fui a visitar a mi madrina Concha, y cuál sería mi sorpresa, ella estaba allí, ayudando a hacer un bizcochuelo porque venía una paradura de niño. Ese fue el momento ideal, la invite al baile, porque mis papás eran los padrinos de la paradura de niño, pero me dijo que ella era una mujer decente, que si yo era decente fuera hablar con sus padres.
Raimundito: Y usted que hizo abuelo.
Eutiquio: Pues ni corto, ni perezoso, me arme de valor, y, ¡papior! me dije, y al otro día fui a la casa de don Cirilo y doña Dolores, ambos amigos de mi papá. A ellos les extrañó que yo los visitara así, pues siempre que iba era por el trabajo o a cambiarle papas por queso. ¡Uhh!, porque su abuela hacía un queso riquísimo. ¡Uhh! (Se rasca la cabeza). ¿Dónde iba?
Raimundito: Que usted fue a casa de la abuela Edelmira.
Eutiquio: ¡Ahh, si! Me arme de valor y le dije a don Cirilo que me permitiera llevar a Edelmira a la Paradura del niño en casa de madrina Concha. Don Cirilo me oteó, y sin más aspavientos me preguntó: ¿Acaso usted tiene amoríos con la María Edelmira? Yo me quede privado, no esperaba aquella reacción. Pero cuando uno enjalma una mula debe saber que la carga es difícil. Le dije que no, pero que si él me permitía me gustaría visitarla con más frecuencia. Y en la Paradura del niño baile con su abuela la perrabaya y el pato bombiao. Y ese día ella me aceptó el pañuelo.
Raimundito: ¿El pañuelo abuelo?
Eutiquio: Es decir, Raimundito, aceptó ser mi mujer. Y yo de lo más contento, como gallo en gallinero nuevo. Y así fue como empezó el amor y a los meses le propuse el casorio, lo cual aceptó. Yo me fui formando Raimundito, me formé hombre, aprendí a rezar, a esas cositas y tal; entonces fue que resolví casarme, porque la mujer es una compañía incomparable, la falta que hace. Me case de veinte y dos años. Eso fue un día muy bonito pa´ mí. Recuerdo esas palabras mágicas que dijo el padre Manuel Cárdenas: - María Edelmira Mora Sánchez, aceptas como legítimo esposo a Eutiquio del Rosario Pérez Mora. Las lágrimas de sudor por los nervios corrían por mis manos y se calmaron cuando ella me dijo: - Sí. Luego nos fuimos pa´ El Topón, con mis hermanos y los hermanos de Edelmira. Los testigos de mi boda fueron mi compadre Juan salvador Pernía y la comadre Felipa Escalante.
Raimundito: ¿A dónde se fue a vivir abuelo?
Eutiquio: En esa época el hombre que se casaba, como decía mi abuelo “el que se casa, casa quiere”. Todos mis hermanos y amigos de mi padre en la aldea me ayudaron a levantar una casita de bahareque y en ese nido de amor nacieron todos sus tíos: Rufino Abigail, Tobías de Jesús, Pedro María, Rafael Ángel, Salomón, Miguel Arcángel, Salomón de Jesús, Juan Vicente y María Betzabeth. ¡Ahh y su padre José Abraham!
Raimundito: Abuelo, yo creo que usted se equivoco, nombró al tío Salomón dos veces.
Eutiquio: No Raimundito, pocas veces me equivoco, Tuve dos hijos con ese nombre, uno me nació el 11 de mayo de 1901, pero se murió el carricito, por ello años después cuando tuve otro hijo le puse Salomón de Jesús. A ese lo enterré en el cementerio de El Cobre. Fue un golpe muy duro, no hay nada más triste que ver morir a un hijo.
Raimundito: Soy muy niño para entender eso de la muerte, pero el sábado pasado fui a un velorio de angelito, y hay que ver como cantan de bonito a la muerte nuestros campesinos. Tuvo usted bastantes hijos abuelo.
Eutiquio: Eso es natural en los Pérez, espero usted siga la tradición porque no hay nada más bonito que una familia grande. Y en esos tiempos había que trabajar fuerte para mantener tantos hijos, en ese tiempo, yo no sé cómo decirle Raimundito, la comida la hacían así un poco como tronchada. Echaban en una olla grande; carne, arvejas, guineos y yuca picada, y hacían un ajiaco. Por ese tiempo no había tazas como las hay ahora, entonces eran de barro y las cucharillas de palo y para tomar aguamiel y café usábamos unas taparas. En la mesa comíamos todos juntos; yo siempre al lado de Edelmira. Era una mesota grande, larga. Nos sentábamos a comer lo que Dios nos socorría. Esa comida alentaba en toda forma, porque difícilmente la gente se enfermaba. En esos tiempos la gente se sabía conservar, a pesar de que la vida era un poco animalada. Había que ver trabajar la gente en la época de mi papá, daba gusto verlos, debajo de un palo de agua, deshierbando yuca, o apio, sanes, o lo que fuera; era como que no llovía, aunque les corría el aguatal por la barba. Era gente muy guapa eso Pérez antiguos para el trabajo. Y ya por hoy dejemos las historias, váyase a su casa antes que Jacinta lo regañe por mi culpa, mañana vuelve y seguimos con la historia de los Pérez (Sale de escena Raimundo, y Eutiquio va a uno de los laterales y saca un baúl, del que empieza a extraer papeles).

II ACTO
FAMILIA Y ALDEA

Eutiquio: La vida es una historia. ¡Bueno, la vida de uno, es una gran historia! Hablemos de la vida de los ancestros de papá, de la familia de él. Los Pérez; los primeros que llegaron a estas tierras fueron dos hermanos, vinieron con el capitán Francisco de Cáceres, el fundador de La Grita, uno se llamaba Marcos y el otro Adrián. En estos viejos documentos que atesoro como mi vida, dice que el 25 de abril de 1578, don Francisco de Cáceres dio hatos de ganado a estos, por los servicios prestados a la corona española. Más adelante uno de estos hermanos, me refiero a Marcos Pérez declara en 1611 en el cabildo de La Grita ser el descubridor de unas minas de cobre en tierras de su propiedad en el valle conocido como San Bartolomé, cerca de un volcán al que llamó “Bermejo Grande”, a poco más de tres leguas de La Grita. A este ancestro nuestro se debe el nombre de San Bartolomé del Cobre.  Ahora ustedes pensaran que yo fui el primer Pérez que piso las tierras del valle del Espíritu Santo, ¡pues no! Este Marcos Pérez aparte de descubrir las minas del cobre en el valle de San Bartolomé recibió de don Francisco unas tierras al pie del paramo, ese paramo que recibiría luego el nombre de “Páramo de los Noguera” o “Cimarronera”, esa encomienda del valle del Espíritu Santo se perdió luego. En el segundo viaje de Cáceres, el de 1580, viene un tercer Pérez, de nombre Martín. Este Martín Pérez llegaría en 1582 y se instalaría en La Grita. La segunda generación de Pérez fue relevante en nuestra historia regional, por decir algo, ¡lo que era la gente de ese tiempo! En esos papeles viejos aparece que en 1611 Simón Pérez del Basto explorando las tierras del valle de San Bartolomé mientras va de cacería. En 1617 otro Pérez, me refiero al capitán Juan Pérez de Cerrada en batalla campal con los indios motilones aprisiona 800 indios y mata un buen numero de ellos, eso es triste pero es la historia, así está en el viejo archivo de La Grita, llore de tristeza cuando descubrí esa historia, esa leyenda negra de nuestra raza española, pero es que los motilones no eran unos angelitos, en Queniquea habían despedazado a machetazos al español Juan de Medina. Como les iba diciendo hubo una segunda generación de Pérez que marcó pauta, me refiero a los Pérez Duque, ellos serían: Martín, Diego y Manuel. En 1619 Martín Pérez Duque se desempeña como Alcalde de La Grita. Su hermano Diego Pérez Duque participó en 1649 en la pacificación de los indios Oropes y Manatetas, donde pierde su vida. Diego Pérez Duque estaba casado con doña Teresa de Castilla. Dice en su testamento ser viuda de Diego Pérez Duque y poseer en Bailadores a los indios Uracaes y Guariquenas, en Lagunillas a los indios Tusaquíos y en La Grita los Omuquena y Caricuena y tenía un hijo: Antonio Pérez Duque. En 1657 este Antonio Pérez Duque será Alcalde Ordinario de La Grita. Y podía seguir hablándoles de mis ancestros y no acabar, en ese mismo año que Antonio Pérez Duque es Alcalde de La Grita, al capitán Antonio Pérez de Lima se le entregó media estancia en el valle de San Bartolomé del Cobre. Luego vendrá un percance familiar en los años de 1700, no se recuerda bien el año, porque el abuelo sólo lo contaba así, que un Lázaro Pérez había tenido pleitos de honor con un tal Pedro de Silva, pues este último había deshonrado a su hija María de la Rosa Pérez. Pero este fue un siglo de querellas familiares y de afincamiento en esta tierra de gracia, en esos vericuetos don Marcos Mora acuso al tatarabuelo Luis Pérez de haberle amenazado de meterle una “cuarta de hierro”, es decir una puñalada, además de gritarle “zambo”. Y esto no es de extrañar ya que eran los tiempos de la limpieza de sangre como contaba el abuelo. Estos percances de guerra de clases llevaron no sólo a El Cobre, sino a toda Venezuela a un distanciamiento con el gobierno español, fue allí cuando otro de mis ancestros se hizo comunero para defender al pueblo, pero también tuvimos ancestros que seguían apoyando la monarquía, al Rey. De allí el caso en 1796 de la esclava María Asunción Pérez quién solicitó amparo al gobernador de Maracaibo, por saber leer y escribir, contra su amo José Pérez en El Cobre, o la participación el 30 de junio de 1808 de Domingo y José Pérez en la escuela patriótica que estableció el Obispo Hernández Milanes en La Grita. Pero la tradición esclavista en la familia no se acabó con esto, ya que en los libros antiguos aparece de 1813 a 1818 el nombre de Antonio Pérez con varios esclavos en la región. Pero esto se derrumbó con la Guerra de la Independencia y la familia Pérez se replegó montaña adentro para seguir cultivando y las manos esclavas fueron establecidas por nuevos Pérez, que entendieron que Venezuela y El Cobre eran otros. En este contexto de crear nuevas haciendas y fincas nació mi padre José del Espíritu Santo Pérez (Guarda los papeles en el baúl). La vida de uno es una historia y los Pérez como hemos visto hemos sido parte de esa historia, no lo digo yo, lo dicen estos viejos papeles que con tanto celo guardo el abuelo y que mañana le entregare a Raimundito (Sale). 


III ACTO
80 AÑOS DE ALEGRÍAS Y SOLEDAD

(Entra a escena un Raimundo mayor, lleva en sus manos un velón encendido)
Raimundo: Dicen que en la vida todo es necesario saber uno; así me lo enseñó mi abuelo Eutiquio: “-Mire Raimundito, en esta vida hay que aprender a todo, porque uno nunca sabe cuando lo va necesitar”. Él fue un hombre muy bueno conmigo, eso lo sabe Chucha, era un hombre muy simpático, y nos quería mucho a nosotros. Yo lo conocí allá en la finca de La Hoyada, allá murió. Era un hombre muy útil mi abuelo, y muy sabio a su manera. Conversaba mucho conmigo y me aconsejaba de muchas cosas, me echaba cuentos y chistes, pero también muchas historias sobre la familia, recuerdo cuando hablaba de don Antonio María Pérez, un tío bisabuelo suyo que fue miembro de la Junta de San Antonio del Táchira en 1810 y que éste antepasado nuestro había dicho al Libertador: “Levantad el cuello y sacudid el yugo de ese gobierno opresor que hasta ahora nos ha agobiado”. Por eso siempre he dicho que los Pérez hemos sido demócratas, por eso el abuelo Eutiquio se vino a estas tierras, porque El Cobre no sólo era un semillero de guerrilleros de montaña, sino que era enemigo acérrimo del gobernador de esa época don Eustoquio Gómez. El abuelo optó como en el éxodo de la biblia emigrar con esposa e hijos y encontró la tierra prometida en estos Paujiles de mi alma. El abuelo llegó a tierras de Río Bobo en 1914, él se vino con la abuela Edelmira y sus vástagos. (Al fondo como un recuerdo saldrán a escenario los distintos hijos de Eutiquio y se van congelando en diferentes poses de trabajo, uno con un canasto, otro con una pala, otro con una machetilla, la hembra y los menores con ollas de llevar comida a los obreros). El tío Rufino Abigail llegó de 22 años, Pedro María 19 años, José Abraham 18 años, Rafael Ángel 17 años, Miguel Arcángel 10 años, Tobías de Jesús 9 años, Salomón de Jesús 8 años, Juan Vicente 5 años y María Betzabeth 3 años. El abuelo Eutiquio vino con la idea de comprar tierras y dejar atrás a El Cobre y su historia de candelas en la niebla. Venían de la aldea El Topón y llegó a La Hoyada. Allí comenzó a construir una casa y un trapiche. Los Pérez Mora como se les comenzó a conocer en la aldea Los Paujiles trabajaban con bueyes, muy buenos, traídos de El Cobre y comenzaron a sembrar trigo y arveja. La abuela Edelmira mientras cocinaba en un fogón grande que hizo el abuelo y en esas tardes de silencio y niebla, mientras entonaba viejas tonadas de sus ancestros españoles hacía sombreros de palma, la abuela murió en La Loma, sitio de Los Barros en Queniquea, allá la enterraron. Recuerdo vagamente un verso de la abuela que decía más o menos así:
El niño se ha perdido
su madre lo anda buscando.
Lo encuentra a orillas del río,
de juerga con los gitanos.

            Bueno nada hay de extraño en esa copla, pues por ahí leí en un libro que el apellido Pérez es de origen gitano y cuando conocí España cuando Ramón Elvidio me llevó, hubo pueblos con los que me sentí tan identificado que estuve seguro de recordar al abuelo Eutiquio y ver en esas tierras del viejo continente la tierra ancestral de los Pérez. Quizá por ello nos gusta eso de viajar, de conocer nuevas tierras, de ser alegres. Como decía el abuelo Eutiquio “papior, Raimundito, la vida es como un bambuco, es ritmo y alegría”. El abuelo Eutiquio fue un casamentero por naturaleza, no sólo le compró fincas a sus hijos, sino además le buscó mujer a sus ramas de árbol viejo, fue casando uno a uno a sus hijos. Al tío Abigaíl le compró terrenos en Las Mesas, a tío Jesús en El Táparo, sitio de Caricuena, a tío Pedro María en El Cerro en los predios de Queniquea, a tío Salomón en Samparote, a mi papá en El Cerro cerca de Santa Filomena, tío Miguel y tío Vicente siguieron viviendo con él en La Hoyada, a tía Betzabeth le compro en La Loma detrás de la aldea Los Barros en Queniquea, allá murió la abuela Edelmira. A mi papá le busco de esposa a Jacinta, mi buena madre, Jacinta Carrero Moreno, hija de Antonio Carrero y Carmela Moreno. Eso fue una familia muy bonita, mi papá aprendió buenos valores del abuelo Eutiquio (Al fondo aparece el espíritu de Eutiquio). Abuelo es usted (se restriega los ojos). Debo de estar soñando. ¡Abuelo!
Eutiquio: ¡Ahh Raimundito, usted si ha crecido, todo un hombre como su mi papá! Aún recuerdo el ultimo día que le ví, en su cumpleaños número diez, a los días morí. Recuerda.
Raimundo: Si abuelo. Usted murió dos días antes del día del patrono en ese año de 1943. ¡Esto es un sueño abuelo!
Eutiquio: Eso me pregunto yo, acaso yo también estaré soñando. Sera el morir un sueño. ¡No sé! De ser así que ha pasado en este mundo que veo todo tan distinto.
Raimundo: Si abuelo todo ha cambiado, el silencio hermoso de la aldea lo a arropado el ruido infernal del pueblo. Hoy estoy cumpliendo 80 años y mirando todo en reversa como dicen sus tataranietos hoy día, me siento complacido con el deber cumplido. Todos sus hijos nos hicieron hombres y mujeres de bien, papá Abraham fue un buen padre. Es más uno de mis hijos lleva el nombre de él, porque como usted me decía la historia familiar se debe preservar. Todos mis hijos han sido muy buenos, todos muy buenos hijos, han recorrido el mundo, en esa alma gitana que lleva nuestro apellido, Nilzita fue elegida la Reina del pueblo que lo recibió a usted cuando cumplió 100 años de fundado, el Omar ahora y que resulta es historiador, le gusta eso de la historia y como en nosotros hay tanta historia, hay tiene para rato. Me case con Jesusa Parra, una buena mujer, ella ha sido mi ruana de andino, mi calor de fogón, mi único y verdadero amor. Hemos seguido sus preceptos cristianos.
Eutiquio: Mire Raimundito, a veces los sueños duran tan poco como poco dura el tiempo. Veo en usted el hombre que soñé y sé que mis descendientes, los que llevan mi sangre, por dentro de sí están orgullosos de ser Pérez. No se olvide de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Raimundo: Abuelo, he cumplido y seguido su camino.
Eutiquio: Lo sé, ya debo irme, pero no quiero que pase como el último cumpleaños en que nos vimos. Feliz cumpleaños mijo, que Dios me lo guarde siempre. Feliz Cumpleaños (Eutiquio se acerca a Raimundo y lo abraza, luego sale de escenario, Raimundo queda con los ojos cerrados).
Raimundo: (Abriendo los ojos). ¡Abuelo, abuelo, abuelo! Lo debí haber soñado. Todas las cosas de la vida son un espejo, las buenas y también las malas, para uno fijarse. El consejo que yo doy a mis hijos, nietos y bisnietos, es ser honrado con lo ajeno. Porque ladrón no tiene remedio por ningún lado. Dios me ha premiado – es un poquito feo el decirlo, porque uno no puede nunca alabarse – pero de mis muchachos no me ha llegado una queja nunca, bendito sea a Dios. Hoy puedo mirar a todo hombre con la frente en alto porque seguimos siendo Pérez campesinos, honrados, trabajadores y sobre todo creyentes en Dios. Y si no que lo diga el abuelo Eutiquio desde arriba: ¡Papior! Dios le pague abuelo Eutiquio.

FIN

EL PADRE LIBERTADOR; JOSÉ RAMÓN SALCEDO Y LA FUNDACIÓN DEL MUNICIPIO FRANCISCO DE MIRANDA

Por: José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira



Nixón Pulido Zambrano y el sacerdote José Ramón Salcedo.- 

En el momento de escribir estas líneas se han cumplido más de 18 años desde aquel mágico 1992. Una fecha que cambiaría mi vida.
Fue en aquel lejano 1992, que me gradué de bachiller, despedí a Mayra y conocí al Padre José Ramón. 
Sí, fue en aquel lejano 1992 cuando, de pronto, descubrí que mi pueblo era un “pueblo encantado”. 
Al iniciarse 1993 ingrese al Grupo Juvenil Seguidores de Jesús, y allí se dio inicio a una gran amistad con el padre José Ramón Salcedo.
Luego, por aquellos días fundamos el teatro Mascarada.
El Padre José Ramón había nacido en Colon. Y, desde muy temprana edad tuvo una fuerte inclinación hacia Dios. Fue al Seminario de Palmira y allí de la mano de monseñor Marco Tulio Ramírez Roa fue ordenado sacerdote y su primer presbiterio fue San José de Bolívar. 
Con apenas 23 años llegó a asumir la parroquia. Muchos lo veían muy niño cuando se apareció en el río Bobo, pues el pueblo estaba acostumbrado a sacerdotes por decirlo más avejentados.
El padre José Ramón hoy me recuerda a otro sacerdote que marcó al pueblo, el padre Santos. 
El padre José Ramón se encargó de la Infancia Misionera dejada por el padre Jesús Campos y fundó el Grupo Juvenil Seguidores de Jesús, agrupación cultural-religiosa que dio sus avances en teatro, danza y el regazo espiritual. 
Aún se recuerda el montaje de la obra llanera El Silbón bajo la dirección del padre José Ramón Salcedo. O la obra de teatro infantil La Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez. O su desprendimiento por el Víacrucis de Semana Santa.
El padre José Ramón, bajo de estatura, delgado, era una hormiguita en el trabajo de nuestro pueblo, un hombre de amanecer hasta que el piso de nuestra iglesia brillara como un espejo ante la visita del señor Obispo.
El padre José Ramón, el hombre culto, de lecturas criticas, de voz fuerte, que en sus homilías no comía cuento para decir las verdades que en el pueblo se callaban; atacó al alcohol, la droga, la infidelidad que se desbordaba en las madrugadas frías y sobre todo a la indiferencia ante la pobreza de nuestros coterráneos.
Y la lucha fuerte fue su tesón para que nuestro pueblo fuera llevado a Municipio, el como el Libertador forjó no una espada en sus manos, sino forjó una voz que se alzó en estas montañas, para destrozar de una vez por todas las cadenas que nos tuvieron subyugados y olvidados por mucho tiempo al gran imperio de La Grita. 
Fueron muchos los que se opusieron, pero el Padre José Ramón al lado de valientes rioboberos independizaron a nuestro pueblo, y lo más triste es que nuestro padre José Ramón fue expulsado luego, al igual que Bolívar, de este pueblo, que era su terruño, expulsado por las voces mezquinas que se esconden en las esquinas de este pueblo del confín del mundo.
Las primeras autoridades que asumieron el poder autónomo como municipio Francisco de Miranda olvidaron el legado de José Ramón (perdone el lector esta confianza), si estas autoridades lanzaron al exilio y al olvido a José Ramón Salcedo, pero José Ramón Salcedo, “el Libertador Riobobero” quedó entrañado en los corazones de los que le conocimos.
Después José Ramón se hizo Capellán, viajó a Roma y España, hoy se sigue cultivando espiritualmente desde la lejanía, y en lugar de su corazón perdura el grito (No de Dolores), el grito independentista de los rioboberos.

DON ALTAGRACIA PEÑALOZA Y LA MESA DE SAN ANTONIO

*José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira



- ¡Ala muchacho! Yo seguí los senderos del general Juan Pablo Peñaloza -fueron las ultimas palabras que recuerdo de don Altagracia Peñaloza, estaba sentado en su casa de habitación en el sector La Quinta. 
En charla amena recordaba su infancia en la Mesa de San Antonio junto a sus padres Don Leandro y Genara Peñaloza, de esta unión nacieron: Celina, Eulalia, Emilio, Juan, Altagracia del C, Simona, Genara y José Eutimio Peñaloza Peñaloza. Las raíces de esta familia venían de la zona de La Florida, donde vinieron con nuevos sueños a cultivar las tierras del Río Bobo. Una familia muy alegre y jocosa, que mostraban la alegría por la vida.
Aquella tarde remota en la que este servidor conversaba con Don Altagracia señaló haber nacido un 11 de marzo de 1922. Me habló mucho de su hijo Freddy, y de un tío al que quiso mucho llamado don Tito Peñaloza. 
Una de las anécdotas que recordaba era la visita que le hiciese al pueblo el Ex-Presidente de la República, el Señor Carlos Andrés Pérez, con quién conversó y compartió un almuerzo.
Con gran nostalgia Don Altagracia nos habló de sus años dorados, de su amor por el campo y su conocimiento sobre la guerrilla de montaña (los montoneros) en la época que los andinos mandaban en Venezuela. Así mismo añoraba sus incas El Mazparro y San Vicente en la Mesa de San Antonio, y comentaba con orgullo que “la mesa es tierra de Peñalozas, forjadores de trabajo y sueños”. 
Don Altagracia nunca fue amigo del ocio, se levantaba muy temprano, pues “quién mañanea mijito coge agua clara” - nos señaló aquel día. A los 17 años contrajo matrimonio con Maira Marcela Carrero, con quién tuvo 11 hijos. 
Don Altagracia fue prefecto del municipio de 1975 a 1977, cargo que desempeñó con respeto y honradez. Fue disciplina suya el estar muy temprano en el oficio administrativo y en buscar obras para el pueblo, una de estas fue cambiar el viejo busto del libertador Simón Bolívar que había sido traído de Mérida por uno nuevo hecho de bronce, que estaba en Caño Amarillo en la capital, con la ayuda de su amigo Vicente Vivas. 
Don Altagracia también se recordara por su gran lealtad a la amistad y el amor inculcado en su familia.
Don Altagracia Peñaloza cultivó dos géneros muy importantes para el riobobero; uno el campo, que lo vio florecer hasta el atardecer de su vida, jovial y alegre como caracterizó a este gran señor y, el otro genero que cultivó fue el de la buena amistad. Quienes recuerdan a Don Altagracia, lo rememoran con gran cariño y una gran sonrisa en un riobobero al recordar los cuentos y chistes de Altagracia.
Formó un gran hogar, que supo llevar al lado de su esposa, de sus hijos y nietos. 

“Vale más vivir con grandes agobios
pobre, que haber sido señor
y pudrirse en una rica tumba.
Es mejor morir como el pueblo”

Sus palabras perviven no por su sabiduría campesina sino por las obras que dejó para nuestros hijos, sus enseñanzas y su moralidad, serán un ejemplo para las nuevas generaciones de rioboberos. Murió el 2 de julio del 2001, a raíz de una fractura en el fémur.

EL DOCTOR ANTONIO BERNABE NOGUERA Y LA CAPILLA DEL RÍO BOBO.

*José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira




Panorámica de San José de Bolívar
Foto (Archivo Fundación Pulido)

De no haberse interpuesto el doctor Antonio Bernabé Noguera en lo que se conoce como "la primera fundación", nuestro pueblo; San José de Bolívar, tendría más de 200 años de fundación.
La historia no es fácil de digerir, para 1805 el doctor Antonio Bernabé Noguera era el dueño absoluto del Valle del Espíritu Santo o sitio conocido como Río Bobo como le llamaban los habitantes que vivían al margen del valle. 
El Doctor Noguera se interponía a crear el pueblo pues el proyecto estaba entre sus predios. Los vecinos argumentaban que allí estaban las ruinas de la una antigua iglesia, y sobre aquellas bases debía nacer el nuevo pueblo. 
El Doctor Noguera mueve sus cartas del Poder a su favor, empieza a alimentar la querella entre queniqueos y rioboberos. El 2 de diciembre de 1805 llega el Obispo de Mérida monseñor Santiago Hernández Milanés a La Grita en una visita pastoral y allí reconoce la necesidad de crear nuevas parroquias en aquel dilatado territorio. En 1806, en el sitio de Río Bobo se había reconstruido la iglesia que los antepasados de aquel valle habían construido en el siglo XVI como señalas las antiguas Crónicas de Indias.
En esa visita parece ser, que el Doctor Noguera movió sus influencias para que la capilla de Nuestra Señora del Rosario de Río Bobo no se volviera a levantar, igual los vecinos levantaron una capilla con guadua.
El doctor Noguera siguió sembrando la desunión y llevó la balanza hacia los vecinos de Queniquea y se empezaron tramites para su futuro traslado, cosa que no ocurrió muy pronto.
Once años después, es decir en el año de 1817, año de la muerte del Doctor Noguera, la ironía y las circunstancias logran que la capilla de Río Bobo sea llevada a Queniquea. 
Parecía que la venganza del Doctor Noguera hacia los vecinos del Río Bobo que le habían hecho la guerra en sus tierras se había cumplido a pesar de su muerte, entre ellos: Eugenio Vivas, José Joaquín y Thomas Pulido, Juan Andrés Roa, Doña Lucia Márquez, entre otros.
Pero, ¿Quién era el Dr. Antonio Bernabé Noguera? Era hermano del Administrador de la Real Hacienda en la ciudad de La Grita; Don José Trinidad Noguera y Neira, quién se caracterizó como su hermano por sus abusos, arbitrariedades y gran soberbia. Esto - sigue escribiendo Lucas Castillo en sus libros - fue lo que consiguió que esta familia se ganase el odio de griteños y circundantes. 
Las ínfulas del poder permitían a los hermanos Noguera transitar las calles de La Grita en fastuosos carruajes y bellos corceles blancos. Esta familia era una de las castas más poderosas de la ciudad del Espíritu Santo; La Grita. 
Llenos de orgullo - dice Horacio Moreno - por sus blasones, se titulaban los “Caballeros Noguera” y dominaban con su poder a todo aquel conglomerado. Su soberbia y autoritarismo, los había convertido en el blanco de muchos odios y malquerencias. La mayoría del pueblo los detestaba, pero también tenían su grupo que los respaldaba y defendía.


El Doctor Antonio Bernabé Noguera, había estudiado Jurisprudencia en la Universidad de Madrid, donde se graduó de Doctor y prosiguió estudios avanzados de Medicina en ese mismo instituto. Esto le permitió ejercer el liderazgo de la zona. El Valle del Espíritu Santo le servía como una gran hacienda de ganado y frutos de cosecha menor.
La mayoría de sus tierras las adquirió por pleitos y halagos al Rey de España. 
Comenta Horacio Moreno en su libro Monografía de San José de Bolívar que el Doctor Noguera “era un hombre de pasiones intensas, vengativo, de carácter fuerte y modos soberbios, lo que aunado a su poder económico, lo convertían en un hombre temido y odiado por muchos. Por añadidura era un realista a ultranza y defiende sus convicciones con entereza y valor, aun cuando aprovecha las situaciones para ejercer sus venganzas personales”. 
Más que una rencilla con los campesinos de los páramos y las montañas del sitio de Río Bobo, estaban los intereses personales de este hombre acaudalado. 
Los descendientes de este señor terminarían también viviendo en San José de Bolívar, de allí que tenemos a los hermanos Ricardo y Felipe Noguera a principios de 1900, la mayoría de ellos comerciantes y políticos. 
En su testamento, el doctor Antonio Bernabe Noguera deja claro tener una finca en el sitio de Río Bobo que va desde las adjuntas de los ríos hasta la quebrada de los Paujiles y otra posesión contigua, desde los Paujiles a los Ranchos, por el filo de la mano izquierda hasta el cimiento que linda con el páramo de Pernía, con sus caídas para Pregonero, derechos en el Páramo de El Rosal.
El caudillo, cabe bien este termino para definir al Doctor Noguera. El Diccionario de la Real Academia Española señala la palabra Caudillo: “el que como cabeza, guía y manda la gente de guerra” y “el que dirige algún gremio, comunidad o cuerpo”. El Caudillo Noguera desplomó los primeros sueños de creación de un pueblo, que años más tarde bajo las riendas de los descendientes de aquellos primeros hombres de campo, fundarían a San José de Bolívar.
Sus restos hoy yacen en La Grita. Paz a sus restos. La historia se encargara de recordar los actos de los hombres buenos y de los malos.

miércoles, 21 de abril de 2010

MI TIERRA

Autor: José Antonio Pulido Zambrano

Mi tierra tiene montañas
que tratan de cubrir al sol
pero es engaño
mi tierra es luz, no sombras,
mi tierra es amor
mi tierra no hace daño.

Mi tierra tiene café
mi tierra huele a caña
mi tierra es libertad
mi tierra es sueño
su niebla me empaña.

Mi tierra buen amigo
es una copia del Eden prometido
mi tierra buen amigo
es un sueño compartido contigo
mi buen amigo
y soy como mi tierra
mi tierra es libertad
jamás olvido.


El escritor José Antonio Pulido Zambrano

LA HISTORIA OCULTA DE SAN JOSÉ DE BOLÍVAR

Por Andriu Vivas


Parece que la historia de los pueblos no interesa, pero no es cierto, porque existen personas que resguardan la historia local. Hasta hace poco era impensable la presencia que la historia ha cobrado en un pueblo como San José de Bolívar, por la difusión que se ha dado en libros y revistas. 
La historia, en particular, de este pueblo es contada en las diferentes familias que fundaron este terruño (Franciscony, Pulido, Chaparro, Vivas, Peñaloza, Roa, Contreras, Guerrero, García, Moncada, Mora, Araque, Chacón, Pernía, Sanchez, Parra, Escalante, Jaimes, Caicedo, Zambrano, Rojas, entre otros), esto ocurrió según Moreno (1982: 92) el día 15 de febrero de 1883. Pero ese día no empieza la historia de esta comunidad.
La oralidad plantea que el lugar donde hoy reposa el municipio Francisco de Miranda, fue el asentamiento de una comunidad indígena llamada Babukena, que traduce: Lugar de las aguas. Asimismo, en las crónicas de Fray Pedro de Aguado (Folio II, 479 – 480) se explica como en un viaje un tanto difícil, Juan Maldonado llegó a este valle, pasando por el páramo El Zumbador, el 24 de mayo de 1561 y éste lo bautizaría: Valle del Espíritu Santo, allí existían dos pueblos indígenas llamados: Sunesua y Quenega.
Años más tarde en 1601 el Rey de España manda a poblar los pueblos indios, es así como Castillo Lara (1976: 156), señala que en el Valle del Espíritu Santo se mandó a crear una iglesia en el llano pasando el río Bobo, esta ley la dictó el juez Pedro de Sandez. Esta capilla fue construida con troncos de guamo y que luego en 1793 sería destruida. 
Por lo tanto, la idea de esta zona con el nombre de Valle del Espíritu Santo, se remonta a 1561, porque para fundar un pueblo en aquella época, se necesitaba la edificación de una iglesia.
Más adelante expresa Castillo Lara, en la obra citada, que entre 1635 y 1795 funcionó una hacienda para sembrar tabaco, primero administrada por los frailes dominicos y luego por el terrateniente doctor Antonio Bernabé Noguera.
En el año de 1795 – narra Moreno (1982: 88 – 89) - llegan los primeros habitantes al Valle del Espíritu Santo, ellos eran: Thomas Pulido (llega como baquero-mayordomo del doctor Antonio Bernabé Noguera), Eugenio Vivas, José Florentino Pulido, Juan Andrés Chacón, Feliciano Pulido, Josepp Joaquín Pulido y Rafael Ramírez, quienes fueron los primeros pioneros en asentarse a vivir en esta zona y plantearse fundar un pueblo. Esto se conocería como "primera fundación", en los años 1785 – 1817.
En 1808 llegó a Queniquea el padre Casimiro Mora, él dijo que la Capilla a construirse se haría en el sitio de Río Bobo (como llamaba el Dr. Antonio Bernabé Noguera a su Hato), con los años debió ser trasladada en 1817, para fundar Queniquea, y así quedaría en el olvido la capilla de Nuestra Señora del Rosario de Río Bobo.
De igual manera Pulido (2009: 13) expresa que “muchos años después los descendientes de aquellos primeros fundadores se dieron a la tarea de culminar el sueño de sus ancestros. El 15 de febrero de 1883, los vecinos de Río Bobo redactaron el acta de la segunda fundación”. Ese día, jueves 15 de febrero, nacería oficialmente San José de Bolívar, ese nombre dado ya que era el Centenario del nacimiento del Libertador. 
La Junta de la fundación quedó integrada por: Rafael Contreras Duque, Miguel Francisconi, Ramón de Jesús Pulido, Rafael Chaparro y el padre Fernando María Contreras. El acta fue transcrita por el joven José Gregorio Pulido Zambrano. Ya como todo pueblo a la usanza española, San José de Bolívar nacía con la construcción de la iglesia y la plaza.


Miguel Francisconi Puchini


Presbítero Fernando María Contreras Mora


Ramón de Jesús Pulido

A partir de aquel 15 de febrero ya no se usaría el nombre de Río Bobo, ni Valle del Espíritu Santo, tampoco Sunesua, menos Babukena. Esos nombres quedarían ocultos en la historia perdida de lo que hoy conocemos como San José de Bolívar, pero estos nombres siempre estuvieron presentes en la memoria y la oralidad de los abuelos.

CIRA PULIDO DE SANTANDER, MAESTRA COMO POCAS

Por José Palminio Cárdenas


Maestra Cira Pulido de Santander

La señora Cira Cecilia Pulido, viuda de Santander, nació en San José de Bolívar, el 10 de noviembre de 1938. Sus padres fueron Mario Pulido y doña Bertha Franciscony. De 1947 a 1952, aprobó su educación primaria. En el año de 1961 culminó el cuarto año, que le otorgó el Título de Normalista, en la ciudad de Cumaná.
Su primer trabajo fue de portera en una escuela. Después llegó a ser docente de aula por cinco años. 
Regresó a su pueblo natal en donde obtuvo su nombramiento provisional como docente en primer grado en el año de 1962, en la Escuela básica “Regina de Velásquez” de San José de Bolívar. 
El 26 de octubre de 1963 se casó con el señor Rubén Santander del cual nacieron cuatro hijos: Sonia, Susana, Simón y Sara. 
Impartió sus clases hasta 1978 cuando recibió el cargo de Directora de la Escuela Básica “Regina de Velásquez” donde se desempeñó hasta finales de los años 80. Se le recuerda como una gran maestra, baluarte de las ramas del saber.
La señora Cira Pulido llegó a tener sesenta niños y niñas educados entre 2º y 3º, los alumnos se sentaban en cajones o en lo que pudieran, es decir, que no habían sillas como ahora. El horario era de ocho de la mañana a las doce del mediodía.
La evaluación en esta época se realizaba mediante la explicación de la clase y los estudiantes elaboraban un resumen. Se guiaban por medio de una Enciclopedia de varias materias. La escuela tenía un sólo piso.
La maestra Cira señaló que se aplazaban poco los niños y niñas. Igualmente comenta que ella elaboraba los diplomas de graduación. Muchas veces ha sido seleccionada como madrina de promoción, una de ellas fue en el II Festival de la voz rural del Municipio.
Entre los compañeros de trabajo recuerda a: Ana Manuela Paz, Silvino Labrador, Esperanza Márquez, Alix Teresa de González, Carmen Manchego, quién también fue directora de la Escuela “Regina de Velásquez”, Fanny, Amparo Chacón, Marcos Molina, Rosalba, Dora Duque, Marcos Montoya, Mireya Mora, entre otros.

BIOGRAFÍA DE DOÑA MARÍA ISAAC GARCÍA

Por: Juan José García


Doña María Isaac García Méndez




Nació un primero de enero del año 1900. Sus padres: Clemente García y Teresa Méndez. Su niñez transcurrió en un hogar humilde en el caserío La Costa. Entre sus hermanos: Magdalena, Saturna, María La Paz, Crisanto y Román.

Se casa con don Juan García, de cuyo matrimonio son hijos: Hipólito (1925), Alfredo (1927), Antonio (1929), Elda (1930) y Pedro (1933).
Cuando Hipólito tenía 13 años, doña María García quedó viuda a cargo de sus cinco hijos, a los cuales crió con la ayuda de sus hijos mayores en el trabajo duro y laborioso. Se volvió a casar a los 47 años y al poco tiempo volvió a enviudar. 
Un día una de sus nietas le preguntó: ¿Nona por qué nos pelea tanto si usted se caso dos veces? A lo que ella contesto: - Porque yo era bonita.
Doña María les trabajo por muchos años a los santos misioneros, aquí en San José de Bolívar, en Queniquea y en La Florida. Con el padre Guerrero duro del año 1954 a 1964, cuando se fue de párroco para La Grita, se fue a trabajar allá. Un día le dijo que se venía porque los niños estaban solos y el padre le dijo: - ¿Cuanto tiene el menor? Y Doña María con picardía le contesto: - Ya está casado y con hijos.
A Doña María le encantaban las parrandas, los velorios. Todos los viernes en las tardes llenaba sus vasos de flores para que el sábado poder vestir el altar, tener limpia la iglesia y los santos. Fue Cofrade del Santísimo y de la Legión de María por muchos años.
Doña María le contaba a sus nietos leyendas e historias, un día relató que cuando venía de La Costa, le pidió a las benditas Animas, que le acompañaran no más terminar de hablar cuando escuchó unos murmullos de voces a sus alrededores, que oraban; y se hizo la señal de la cruz y siguió. Al llegar a la quebrada La Toponera desaparecieron aquellas voces. Ella decía que a las Ánimas no se les debe pedir compañía. También contaba que un día se le murió una tía y duró varias horas muerta, ya la estaban velando cuando de repente se levantó, decía Doña María que fue tanto el susto que la gente salió corriendo.
Cuando subían los niños de la escuela les daba aguamiel y ajiaco (sopa) y pan. Sus historias las contaba en la noche, pero eso sí, antes se sentaba a rezar el santo rosario. Vivió 103 años y aún a esa edad, usted la visitaba a las cinco y la encontraba leyendo, a ella le encantaba leer.
Murió un 8 de abril del 2003, dejó 5 hijos, 51 nietos, 120 bisnietos y 81 tataranietos y ellos ahora siguen su ejemplo.