jueves, 30 de julio de 2015

LA ESCUELA EN SAN JOSÉ DE BOLÍVAR EN LOS AÑOS 50

POR. JOSÉ LUBÍN PULIDO CHAPARRO


Allá por los años cincuenta, cuando acudimos a la primaria, en la Escuela Regina de Velásquez, estudiamos con un libro primario, cuyo autor era el pedagogo Alejandro Fuenmayor. Un aprendizaje deletreando palabras. Las primeras páginas de este texto se referían a la pronunciación de papá y a mamá. Se deletreaba m con a,  ma; m con á, má, como se dice: mamá. P con a, pa; p con á, pá; papá. Así iban los niños soltando las palabras. La mayoría de las veces los infantes las aprendían de memoria. A medida que avanzaba el estudio, quien, leía corrido, pasaba a leer ciertos relatos: El torito colorado, el ratón Pérez, la historia de un pollito que le cayó un pedazo de cielo en la cola, o aquella melodía: “Compre una chiva con real y medio”, entre los que más recuerdo.
Eran los tiempos que las maestras aplicaban la disciplina con reglazos en las manos y jalones de oreja.
En estas andanzas de aprender a leer los que sabían menos se sentaban en los últimos pupitres, y a medida que avanzaban en el estudio se iban colocando en los primeros puestos. Un buen día llegó Abelardo, a quien apodaban Caruta, tenía que dar la lección de la zeta, que se refiere a las palabras que empiezan por z. Venía atravesando la plaza y deletreaba mentalmente la lección: Z con la a,  za, p con la a, pa,  t con la o, to; zapato. Z con la o, zo, rr con la o, rro; zorro. Abelardo Caruta se sabía la  lección de memoria, tal cual se la enseñó su madre que no sabía leer, pero  la había aprendido de memoria de una vecina que se la enseñó, de manera que no se equivocara, con la esperanza que su hijo fuese un letrado. La alegría de Abelardo era inmensa, ese día pasaría al primer puesto. En ese momento tropieza con don Ángel María Ramírez, quien, traía un animalito amarrado con una cabuya, lo había cazado con una trampa de hierro, solía colocar ese tipo de trampas en su conuco, para cazar animales que consideraba dañinos. Abelardo al ver el animal muy intrigado le pregunta a Don Ángel María:

-         ¿Ese animalito es un zorro?
El cazador – don Ángel María Ramírez - menciona que es un guache y el niño le increpa:
-         ¡Pero parece un zorro!
-         Se parece un poco pero este animal es un guache...

- Pase Abelardo  a dar lección - le dice la maestra Carmen Teresa Belandria - has avanzado en tus estudios, eres un niño aplicado y hoy vas a ocupar uno de los primeros puestos.
Abelardo muy orondo toma el libro en sus manos, y empieza: Z con la a, za, p con la a, pa, t con la o, to; Zapato. Z con la o, zo, rr con la o, rro; guache… guache.

Abelardo tal vez este aún hoy en el último pupitre.

NOTICIAS SOBRE SAN JOSÉ DE BOLÍVAR EN 1931


Rosario Narváez, Socorro La Cruz, Inés Narváez, Teotiste Chaparro,
Séfora Chaparro y Delfina Ramírez.

NOTICIAS TACHIRENSES 1

            San José de Bolívar, 1º de enero de 1931.
            Señor Director de “La Montaña”. San Cristóbal.
           
            Tengo el honor de comunicar a usted para su debida publicidad en su importante Diario, que la hermosa lámpara del primer súper-hombre de Sur América, Simón Bolívar, Libertador, se encuentra en la Santa Iglesia Parroquial del municipio San José de Bolívar, Distrito Jáuregui, del estado Táchira.
            Para ser breve en esta comunicación y por acatamiento a su disposición que desde antemano me ha exhortado, para que las noticias que remita a usted por correo o telégrafo, sean lo más lacónicas, sólo le diré por los momentos, que dicha lámpara es mirada por los habitantes de esta región como una gran reliquia, como en efecto lo es, y es que de ella se sirvieron para iluminar el panteón ante el cual oficio el Vble. Pbro. Br. José Ignacio Moncada, en la solemne ceremonia religiosa dedicada al gran hombre, en el primer centenario de su agonía y muerte en Santa Marta.
            Próximamente le daré informes auténticos con respectoa tradición histórica de la mencionada lámpara, y aprovecharé la ocasión de enviarle aunque sea una pequeña reseña del centenario efectuado en esta jurisdicción.
            Corresponsal, Maldonado.

San José de Bolívar, enero 6 de 1931.
            Señor Director de “La Montaña”. San Cristóbal.

            Los festejos fúnebres del centenario de la muerte del Libertador que se efectuaron en este Municipio, el 17 de diciembre pasado, se llevaron a cabo estrictamente según el programa que había circulado con anterioridad, según el orden siguiente:
            1º A las cinco de la mañana salió el desfile organizado desde la casa del ciudadano jefe civil hacia el templo parroquial, encabezado por las cinco gentiles y espirituales señoritas que iban representando a las cinco repúblicas hermanas, los planteles federales números 54, 69 y 94, la Sociedad Hijas de María, las autoridades, familias y ciudadanos, abierto el núcleo en dos alas respectivamente.
            Fue entrando la última persona del conglomerado y acto continuo el sacerdote comenzó su pertinente oficio religioso. Una vez que hubo terminado el solemne acto, salió la reunión, dio un paseo por las principales calles de la ciudad acercándose finalmente hacia el centro de la plaza principal, en donde estaba preparado el ciudadano Jefe Civil para descubrir el busto del Libertador al punto de las 6 de la mañana.
            Luego que estuvo descubierto, los planteles federales números 54 y 69, cantaron al unísono el himno de nuestra patria. Tres escogidas piezas musicales por el repertorio selecto de la “Orquesta Zambrano” vinieron a conmover los ánimos y hacer sellar el acto de la mañana.
            2º Por la tarde a las doce y media, partió el desfile desde la “Calle Bolívar” hacia distintos puntos del poblado, el cual pasó la marcha cerca y en frente del monumento del Libertador cuya obra arquitectónica, inaugurase en esos momentos. Cuando el reloj marcó la una con exactitud, ocupó la tribuna el orador de orden e impuso a la muchedumbre un silencio imponente de diez minutos.
            Cuando feneció el lapso de tiempo fijado, comenzó la peroración que duró quince minutos. En seguida pronunciaron elocuentes discursos las cinco damas representativas de las cinco repúblicas hermanas, siendo ovacionadas por el auditorio. Fueron cantadas por los alumnos de los planteles federales números 54 y 69 los himnos de las cinco repúblicas.
            La espiritual y virtuosa señorita Socorro Contreras, maestra de ceremonia, recitó un bellísimo soneto dedicado a La Bandera, seguidamente las mismas armoniosas bocas cantaron el Himno de los Libertadores.
            Una selecta pieza, completó este número. La alumna Delfina Peñaloza, en nombre del Plantel Federal de niñas número 69 recitó un soneto titulado: “A Bolívar y a Colón”. Acto continuo la alumna del mismo plantel, Carmen Chacón recito un soneto inédito dedicado al Libertador. Luego el alumno Gilberto Chaparro, en representación de la Escuela Federal número 54, recitó un soneto del inspirado vate colombiano Federico Rivas Frade. Por último, para finalizar el acto, la precoz y simpática niña Elva María, de tres años y cuatro meses, fue subida a la tribuna, dejando perplejo al auditorio por su impavidez y exquisita gracia al recitar una pequeña composición. La “Orquesta Zambrano” cerró con broche diamantino los imponentes festejos fúnebres de la tarde, conmemorativos del primer centenario de la muerte del gran Libertador.
            3º En la noche de 8 a 11 una hermosísima velada, la cual fue clausurada con un cuadro plástico de las cinco repúblicas hermanas, en el que se vio en medio de ellas, al Padre de la Patria.
            Palabras pronunciadas por la señorita Céfora Chaparro, representando a Venezuela, en la celebración del centenario de la muerte del Libertador:
            Yo, la República de Venezuela, siento en lo más hondo del corazón, la inefable complacencia de evocar en estos supremos momentos a uno de los más colosos héroes de nuestra amada patria, el glorioso genio de la Independencia, Libertador Simón Bolívar. Naciste en mi capital Caracas, fecha 24 de julio de 1783 y moriste en Santa Marta, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Colombia, a la una de la tarde del día 17 de diciembre de 1830, día imborrable en la historia de la redención del mundo. Hoy, inspirada en el más acendrado testimonio de eterna e imperecedera gratitud hacia vos, héroe máximo. ¡Inmortal Libertador! Que arriesgasteis vuestra vida tantas veces en los sangrientos campos de batalla de nuestra Guerra Magna por ver más tarde coronada vuestra aspiración y vuestra gloria, de quitar desinteresadamente a mis amados hijos las duras y pesadas cadenas que los oprimían como esclavos que desde hacía siglos, estaban bajo el poder del yugo español, vengo enorgullecida a presentarme ante este digno monumento, investida de la más profunda veneración, que justa y legítimamente debo sentir, hacia vos. ¡Oh esplendoroso sol de la más sublime libertad, para quien los cantos expresivos de los mejores cantores guerreros, en combinación con las suaves armonías de las fontanas y acaso también con el preludio de las canoras aves, que trinan en sus ramajes, de las gigantescas selvas bolivarianas, no son nada, lo mismo que mi canto, para cantar en himnos armoniosos vuestras sagradas gestas libertarias.
            Pero ya que mis palabras y cantares nada significan ante vuestra magna historia de épicas hazañas, y no son dignas de llegar hasta vuestro trono para darte mi demostración de gratitud y ungirte con mis ósculos maternos, permite pues, Divino Prepotente, que me escuchas, que en estos venturosos momentos, en que me encuentro transportada de satisfacción y de dolor, por el motivo de contemplar en el Panteón Nacional, las cenizas de mis preclaros hijos Miranda, Sucre, Páez, Bolívar, etc., etc., adore y venere con toda la fuerza de mi espiritualidad tan veneradas cenizas que son para mí por ciertas, tan sagradas, como es sagrado este pabellón tricolor, en cuyos pliegues combinados por Miranda, juro postrada de hinojos ante el firmamento estrellado y ante el grupo de las demás naciones del orbe civilizado, que he de morir primero abrazando a mi bandera, como lo hago en este instante, antes que mis hijos que me sostienen con vigor y que me honran a imitación de mis antepasados y progenitores que dieron victoriosamente sus vidas por salvarme, se vean en poder de cualquiera ambiciosa nación, que atraída por mis inmensas riquezas, pretendan profanar e imperar en mi orgulloso suelo.
            Permitidme ciudadano Libertador Simón Bolívar, que como madre vuestra, bese vuestras cenizas de sin par paladín y que las deje impregnadas de infinitas lágrimas y de ósculos espirituales, esta humilde corona de laureles que es lo único que vengo a traeros para dejarla ante vuestro digno monumento consagrado a vuestra perpetua memoria, hoy que cumples el primer centenario de vuestra gloriosa muerte.

            Palabras pronunciadas por la señorita Teotiste Chaparro, representando a Colombia en el centenario de la muerte del Libertador.
            Yo, Colombia, vengo hacia este girón de suelo venezolano, impulsada solamente por el agradecimiento eterno que tanto mis hijos como yo, sentimos unánimemente hacia aquellos perínclitos patriotas y héroes ilustres, que encabezados por la dirección del glorioso genio de la libertad suramericana, Libertador Simón Bolívar, se sacrificaron y regaron su sangre ennoblecida por legarnos Patria y Libertad. Y hoy que cumple nuestro Libertador cien años de haber dejado su envoltura corporal y haber volado su alma hacia el verdadero trono que ganó por sus hazañas, permitid hermana Venezuela, acercarme ante este momento consagrado a su recuerdo, para dejar esta humilde corona de laurales, a los pies de tan digno monumento.    
            Mi romántico y rumoroso Magdalena se encargó de regarla con sus brisas, son lágrimas de gratitud regadas por mis hijos, que por tantas rodaron hacia él, muy blancas y cristalinas cual las aguas de este río de San Antonio, cuya pureza sin mácula, ni sombra se retrata en mi orgullosa bandera que me escuda, como nación completamente libre e independiente.
            ¡Padre Libertador! Aquellas palabras que pronunciaron vuestros labios en Santa Marta, pocos momentos antes de vuestra muerte: “¡Colombianos! Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”, se han cumplido estrictamente según vuestra última voluntad.
            Hoy se han extinguido las diferentes políticas que no me dejaban surgir próspera y feliz, y mis hijos se han consolidado a trabajar honradamente, cada cual en sus arduas faenas, respetando las instituciones, la soberanía, las leyes civiles y sacrosantas, etc., al fin han sido educados en la fuente del verdadero cristianismo y del respeto hacia los fueros ciudadanos, porque ellos llevan en sus arterias y en sus espíritus, hónrome en decirlo a grito entero, mi inmaculada sangre y nobleza.
            ¡Salve! ¡Oh inmortal Libertador!
Corresponsal, Maldonado.[1]



[1] Periódico “La Montaña”. Año II. Mes I. Nº 324. San Cristóbal, sábado 17 de enero de 1931.

SAN JOSÉ DE BOLÍVAR 1928


Este también es un Municipio agrícola por excelencia, y su capital, el pueblo de su mismo nombre, es una población incipiente.
            Tiene una población de 1.428 habitantes, que en su generalidad se dedican al cultivo del campo. De ellos 714 son varones y 770 hembras.
            La temperatura media de Río Bobo es de 15 grados.
            Produce principalmente este Municipio café y caña, y se cultivan también allí toda clase de frutos menores.
            Lo integran las aldeas de San Antonio y La Colorada, encontrándose Río Bobo a los 1.441 metros sobre el nivel del mar.
            Desempeña el cargo de Jefe civil del Municipio el señor Olinto Chaparro y el de Presidente de la Junta Comunal el señor Francisco Noguera.
            Antiguamente se llamó este Municipio “Valle del Espíritu Santo”, que fue cambiado por el que hoy tiene Río Bobo por el doctor Antonio Bernabé Noguera, dueño de aquellos terrenos.
            Entre las personas destacadas hijas de este Municipio figura Atanasio Cárdenas, quién alcanzó a desarrollar con prestigio como auténtico valor venezolano en el arte de la escultura.

Fuente: Humberto Díaz Brantes. Álbum del Táchira. Año 1930.

SAN JOSÉ DE BOLÍVAR EN 1927


La capital del municipio es Río Bobo., y pertenecen al mismo las aldeas de Mesa de San Antonio y La Colorada. Río Bobo está situado a 1.441 metros sobre el nivel del mar. Su clima es sano aunque muy frío. Su temperatura media es de 15 grados centígrados y sus campos son feraces y muy bien cultivados.
            Tiene el Municipio 233 casas y 1.484 habitantes, de los cuales son varones 714 y hembras 770.
            Tiene Iglesia, una plaza y algunos establecimientos comerciales.
            Jefe Civil: Coronel Francisco Zambrano.
            Secretario: Salomón Ramírez.
            Presidente de la Junta Comunal: Coronel Evaristo Peñaloza.
            Secretario: José maría Ramírez B.
            No tiene Cura: La Parroquia es visitada por el Pbro. Br. José Ignacio Moncada, Cura de  Queniquea.
            El café de esta región es de muy buena calidad. – Produce también frutos menores.
HACENDADOS Y GANADEROS
            Contreras, Gregorio.
            Contreras, Coronel Manuel de Jesús.
            Gómez, Elías.
            Noguera, Felipe.
            Peñaloza, Coronel Evaristo.
            Peñaloza, Leandro.
            Pulido, Juan.
            Pulido, Domingo.
            Pulido, Gregorio.
            Pulido Manuel.
            Vivas, Nicanor.
            Valera, Eloy.
              Zambrano, Narciso.

Fuente: Guía General de Venezuela. Primer Tomo. Por F. Benet. Director y Editor propietario. Año 1929. Pp. 74-75.

DOÑA ANA MANUELA PAZ, LA MAESTRA DEL PUEBLO

POR: HORACIO MORENO
*HISTORIADOR DE LA ACADEMIA DE HISTORIA DEL TÁCHIRA
INDIVIDUO DE NÚMERO


Treinta años luchó por el bien del pueblo,
treinta años escendiendo la llama de la cultura
y treinta años conquistando voluntades.

            Dice en una de sus más recientes entrevistas, la doctora Emilcy Zambrano, al referirse a Doña Manuela Paz de Pulido que “ella formo al pueblo desde lo pedagógico”. He aquí la magnitud de una labor que resplandece como luminarias encendidas en los surcos que señalaron tres décadas de fecundas actividades docentes al pueblo de San José de Bolívar. Nació en La Grita en 1913, hija de Miguel Paz Toro y Clotilde Sánchez Urbina. La extensa labor educadora de doña Manuela empezó en la aldea Mesa de San Antonio, municipio Francisco de Miranda, el 19 de junio de 1933, cuando oficialmente recibió el nombramiento para fundar allí la escuela rural Nº 87.
            Las dotes prominentes que iluminaron el sublime ejemplo de sus virtudes confraternizaron en un apostolado de amor fecundo cargado de nobles enseñanzas. La obra perdurable dejada por ella en San José de Bolívar, quedara incrustada en la historia de su conglomerado social.
            Las tres décadas de magisterio exornan dos épocas significativas en la cultura nacional: la inauguración de la escuela rural y la escuela activa conforme a los postulados que surgían para renovar los tradicionales métodos educativos. Este “paso de verdadera trascendencia en el proceso de nuestra instrucción pública, llamado a tener repercusión en el futuro desenvolvimiento económico del país y a crear en nuestros caseríos y aldeas una cultura peculiar encaminada a hacer del campesino factor consciente de la renovación y progreso de la agricultura y las industrias locales, vinculando el cariño por el trabajo y por las faenas en medio a las cuales se ha levantado; educándole en el amor del campo como su centro de acción por utilidad propia y por las ventajas que de ella derivará la Nación en general”.
            “La escuela rural es un plantel del todo nuevo dentro de nuestra tradicional instrucción primaria, quedando definitivamente separado del bloque general de las escuelas de un maestro a que venía adscrita”. Así se expresaba el Ministerio de Instrucción Pública de la época al anunciar los cambios que sufriría la educación nacional.
            En estos mismos años se habla de la escuela nueva como un centro de actividades en el que los niños ocupan el lugar principal, para poner término y remate a esa otra escuela inerte, sin más actividad que el ejercicio de la memoria. La escuela activa recomendaría las excursiones escolares, el huerto, el jardín como el medio donde el niño se pone en contacto con la naturaleza, descubriendo los hechos y relacionándolos con las materias abstractas como el lenguaje, aritmética, instrucción cívica, entre otros.
            La coeducación fue llevada a las escuelas rurales, simultáneamente a niños del uno y del otro sexo. Tuvo sus opositores, hasta que se extendió a los centros urbanos. Doña Ana Manuela, siguiendo la luz de sus conocimientos fundó su nuevo hogar y se preparó a rendir una labor fructífera: labor que no muy tarde proporcionará los futuros educadores de las próximas generaciones. Su laboriosidad, disciplina y respeto para con la colectividad en cuyo seno sirve, la impulsaron por el engrandecimiento patrio.
            Dice una crónica de esos tiempos: “La nueva organización tiende a favorecer grandemente a las clases campesinas, pues les permitirá aprovechar durante medio día, la labor de los escolares, lo que mejorará la asistencia a los planteles, que encuentran siempre un serio escollo en el campesino, reacio a deshacerse de la ayuda de sus hijos, quedando por consiguiente dividida por mitad la actividad del niño entre la obligación escolar y las faenas domésticas”.
            Doña Manuelita fue atalaya luminosa en la silente aldea de Mesa de San Antonio. Con entusiasmo, como si dictara la lección a sus alumnos, los conduce por los caminos solitarios del hogar y la escuela, donde se cultiva el sentimiento nacional desde el punto de vista de la Patria, para la afirmación sucesiva de los efectos ciudadanos. Al remontar las cumbres de La Cimarronera, nos la imaginamos, como la mujer de la leyenda bíblica, ofrendando el agua de su vaso al caminante en un gesto de consolación inimitable.
            El sentimiento altruista de doña Manuelita era una escuela de moral, fue como una lluvia de violetas sobre el campo azul de la esperanza. En el culto del deber se compendiaban todas sus virtudes: trabajo, ayuda, discreción y fraternidad, las que fulgen en su alma florecida de primavera. Ella abrió el horizonte a la juventud de todas las condiciones sociales en la aldea Mesa de San Antonio  y luego en el pueblo de San José de Bolívar. En su aula, cercada de ideales modeló muchos espíritus de la sociedad del futuro.
            En esa caravana de recuerdos suena el paso de los triunfadores del destino. Y como ahora y como siempre, la más preciada gloria, la más alta justicia, el deber más urgente, está en la ayuda al niño, en el gran hogar de la escuela, donde todo es de ellos, desde las flores del jardín al corazón generoso de su maestra.
            Doña Manuelita escribió una página de emoción que intituló “Recuerdos que aún perduran” dedicada a su primera escuela, a sus primeros alumnos y moradores de la aldea Mesa de San Antonio.
            Con la sencillez natural de la maestra nos conduce por “los huertos conucos y el rancho carente de comodidad, admirando el marco de las montañas y sus manantiales, cuyas aguas cantarinas parecen saludar y bendecir al Creador, conjuntamente con el trino de los pájaros en el inicio de un día de jornal”.
            Exalta “lo grande y meritorio que es la vida del campesino. Sin vicios que degraden sus almas. Sólo sus manos fuertes para conducir el arado y toda una vida para soportar el duro jornal de sol a sol”.
            Pide “no descuidar a los niños campesinos, pues en ellos se hallan muchas esperanzas de la Patria, pero para lograrlo, dice: la maestra debe depositar en ellos, todo el cariño e interés, a fin de moldearlos y convertirlos en seres dignos y útiles a la comunidad”. “El niño es el espejo de su maestro, pues su recuerdo perdurará en su mente”.
            Las mañanas en la escuela rural no las pudo olvidar. Muchos de sus alumnos con una flor en la mano se la obsequiaban junto a los buenos días. Otros le rendían estas palabras: “Eres tan buena como mamá”.
            “Si acaso el que esto dijo, llega a leerlas algún día, entonces recordará a su primera maestra y del elogio lleno de sinceridad vertido a mi humilde labor”. “Con el niño campesino no hay penas. Ellos viven en su mundo lleno de ilusiones y esperanzas”.
            “Me parece ver después de cuarenta años el desfile de mis primeros alumnos, con sus caritas sonrosadas y el sombrero en la mano para saludarme. La escuelita destartalada, en un rancho miserable, piso de tierra y en su interior los bancos largos de madera y el retrato del Libertador presidiendo el optimismo de una labor rendida generosamente”.
            Recuerda a una pequeña chica llamada Hermildes, de siete años, quien le dirigió la siguiente inspiración:
“Ya lave los platos
y ordene la cocina.
Ahora cojo la silla
y me echo para atrás,
parezco a la preceptora
Ana Manuela Paz.

            “Como olvidar a don Leandro Peñaloza y a su señora Genara de Peñaloza, ricos en bondad y grandes en corazón. Incansables trabajadores. Las sementeras del surco rendían abundante cosecha. El trapiche transmitía su olor a caña y panela por entre los cafetales”.
            “Siete hijos formaban este hogar digno y meritorio. Entre ellos: José Eutimio, hoy profesor universitario; Juan y Altagracia, honrados y ejemplares trabajadores, quienes fueron mis alumnos”.
            “Muchas noches, en una tertulia familiar inolvidable, se reunían en el salón de clase para escuchar lecturas patrióticas, aventuras y cuentos infantiles. Don Leandro se las aprendía y al día siguiente las comentaba a sus peones con la sencillez de sus propias facultades creativas e imaginativas”.
            Dedica su recuerdo a la familia de don Miguel Peñaloza y su esposa Manuela Moreno. En sus recuerdos brotan los nombres de sus primeros alumnos en la escuela Nº 87 de la aldea Mesa de San Antonio, del hoy municipio Francisco de Miranda. En ese ambiente de fraternidad, de labor desinteresada recibieron las primeras experiencias docentes y los textos de la escuela repetidos por las juventudes en marcha a la conquista del porvenir.
            El 30 de abril de 1936 fue trasladada a la escuela federal primaria para niñas Nº 69 en la población de San José de Bolívar. Allí forjó en el alma popular el sentimiento entero de la Patria. Los días solemnes que nos recuerdan la cruzada libertadora, doña Manuelita enseñó el trono eterno de las cimas de la montaña, como el reflejo luminoso de la espada del héroe que parece eternizarse en la sombra de las cumbres.
            Si es necesario aludir con detalles a las fiestas patrias, doña Manuelita las rememora íntimamente, pues así brilla la evocación con toda su grandeza. El alma de los pueblos convertida en leyenda pudo escribirla con entusiasmo, como los antiguos, en los mármoles de armiño de la antigua Grecia.
            De la disciplina de esa época surge el presente feliz, porque una juventud con brazo de acero golpea hasta vender en la muralla de las cosas de la vida, la oposición al torrente de su ensueño y su energía.
El inspector técnico de la XVII zona escolar del estado Táchira, R. Olivares Figueroa, en comunicación dirigida el 20 de agosto de 1942 a la educadora Ana Manuela Paz de Pulido decide nombrarla maestra concentrada y directora de la misma, al frente de los grados 3º y 4º de la escuela unitaria Nº 814.
La Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela en conocimiento del informe rendido por el ciudadano supervisor del estado Táchira, decidió nombrar a la ciudadana Ana Manuela Paz de Pulido directora de la Escuela Federal “Regina de Velásquez”, el 16 de enero de 1948, reemplazando al educador Luis Pacífico Contreras, quien había rendido una labor satisfactoria.
Doña Manuelita afirmó su voluntad en el amplio regazo de la solidaridad. Conservó en su actividad docente el ideal excelso de la vieja estirpe y lo hermanó con los grandes ejemplos que nacen en los jardines gloriosos, donde el poema de la vida canta el himno del deber cumplido.
El alma venezolana es el heraldo glorioso que pregona en el símbolo de la tricolor bandera la epopeya de nuestro abolengo.
 Doña Manuelita recorrió con detenimiento sus libros en las veladas de trabajo, consagró en la leyenda el culto a la justicia, a la caridad y a la obediencia.
Vida sencilla y culta. Con su esposo don Víctor Pulido fundió en un romance la fiesta de la raza y la belleza.
La madre, señora en la tierra y el cielo, gloriosa de júbilo en la flor de los hijos, abierta al beso de paz y de amor. Manuelita, la maestra y apóstol del hogar fue faceta de luz en las tersas mejillas de sus nietos, en los cálidos afectos de sus hijos y en la apoteosis del ritual cristiano, donde ella ofició con el más ferviente sentimiento del optimismo humano.
“Escuela sin religión no se concibe, como no se concibe la Patria sin bandera, la madre sin el cariño y el consejo, el jardín sin el perfume de la flor. En las libres tierras de América arraigó muy hondo y para siempre el madero que cubre, con la amplitud piadosa de sus brazos, esos seres queridos que se nos van quedando en el sendero”.
En vida doña Ana Manuela Paz recibió de la federación Venezolana de Maestros (seccional Táchira) el Diploma de Honor, en el acto solemne del 29 de noviembre de 1956, realizado en el salón de lectura, con motivo de la celebración de la Semana de Andrés Bello. Se le otorgo el Diploma de Merecimientos entregado el 30 de noviembre, durante el acto celebrado en el auditórium del grupo escolar “Ciudad Carúpano” de Lobatera.
“Orden 27 de junio”, segunda clase, acordada por el Gobierno Nacional en el año de 1960. Cuatro años después recibió esta condecoración en medio de la natural sorpresa y de excusas bien estudiadas.
Condecoración concedida por el Santo Padre Juan Pablo II, “Cruz Pro Eclessiet Pontifice”. El acto de imposición fue el 23 de enero de 1980 en acto celebrado en la ciudad de San Cristóbal. Estuvo presidido por el excmo. señor doctor Alejandro Fernández Feo, Obispo de la diócesis de san Cristóbal.
Doña Manuelita fue miembro fundadora de la asociación Nacional de Educadores Jubilados, el 23 de junio de 1966 y durante 14 años se desempeñó como secretaria de este mismo organismo, en la seccional Táchira.
El pueblo de San José de bolívar se enorgullece de haber bautizado con el nombre de doña Ana Manuela Paz de Pulido la biblioteca que funciona en esa localidad. Honrar, Honra. Murió en San Cristóbal en el año 2010.

DON VÍCTOR MANUEL PULIDO VIVAS

Por: Horacio Moreno


DON VÍCTOR PULIDO VIVAS, ejemplo indiscutible de constancia y dedicación al trabajo. Siempre fue un amante de su pueblo, preocupado por el desarrollo del mismo, participó en muchas actividades sociales y culturales. Fue una empresa de proyectos que hicieron época en los anales de San José de Bolívar. Con un motorcito para el alumbrado eléctrico que inauguró el 2 de diciembre de 1935 cambió en parte la fisonomía del pueblo. El proyecto fracasó, pues lo recaudado era Bs. 2 mensual por familia y no llegaba a cubrir los gastos. Construyó varias tenerías para curtir pieles. Buscó expertos en este oficio. No pudo sostener el gasto, ya que las entradas no daban para pagar la materia prima.
            Hizo hornos para quemar piedra de cal. Establece una alfarería, obteniendo arcilla en el mismo lugar y empieza la fabricación de tejas y ladrillos. Se puede decir fue la primera fabrica montada en San José de Bolívar llamada “La casa del Tejar”, ubicada en la carrera 5 con calles Sucre y Páez. La falta de vías de comunicaciones imposibilita extender su radio de acción. Perseveró por el espacio de 10 años y se vio obligado a cerrar el negocio.
            Estableció un rebaño de ovejas en su finca “La Maravilla”, al pie de La Cimarronera. Con este fin se traslada a La Mulera y compra ochenta ovinos. El invierno y la falta de vigilancia hicieron que murieran todas.
            Sembró de truchas las lagunas de la Cimarronera. En compañía del señor Rafael Ángel Contreras van a Mérida y con un señor de apellido Urrutia se asocian y compran la semilla que fructifica en poco tiempo. Hay truchas que llegaban a pesar 6 kilos. El español José Massip interviene en el negocio de las truchas, compran el terreno, construyen ocho tanques de gran capacidad a orillas del río Bobo. Empezó la producción. Se convertía San José de Bolívar en un lugar para exportar turismo. Se construye una casa estilo europeo, surgen problemas, los administradores presentan cuentas malas y el proyecto fracasa, esto sucedió en el año 1957.
            Don Víctor Pulido fue un hombre servicial. Se desempeñó como enfermero, cirujano, picapleitos, sacamuelas y repartidor de tierras. Su pasión fue ayudar a sus semejantes en la solución de problemas. Con otros amigos trazó nuevas calles para el pueblo, urbanizando, parcelando un terreno para venderlos a módicos precios e hizo que la calle de la escuela fuera acondicionada para que los padres y alumnos pudieran llegar sin dificultad.
            Doce hijos fueron el fruto de su matrimonio con la maestra Ana  Manuela Paz de Pulido, ellos son: Víctor Manuel (doctor en ciencias sociales, con estudios en Florencia, Italia), Juan (aviador civil, obtuvo su título en México), Nelly Georgina (bacterióloga de la Universidad Nacional de Bogotá), Elsa Virginia (profesora), Freddy (arquitecto), Teresa (artista plástico), Armando (ingeniero mecánico), Alfredo Enrique (ganadero), Miriam (licenciada en educación), Nancy Beatriz (bachiller en comercio), Omar David (dibujante arquitectónico) y Carlos Pulido Paz.

DOÑA VICTORIA MÁRQUEZ DE VIVAS, EL SABOR DE LA GASTRONOMÍA DEL RÍO BOBO

Por: José Lubín Pulido Chaparro


Nació en San José de Bolívar, por los lados de El Topón, el 9 de mayo de 1926. Sus padres Román Márquez y Efigenia Vivas. Su abuela fue Doña Ninfa Márquez. Sus hermanos: Benigno, Pío, Eleticia, Pedro, Cleodomiro, Eloisa, Rosa Elena, Ramona y Ana.
                  Sus padres la dejan al cuidado de doña Mañuela Paz de Pulido cuando apenas contaba con siete años de edad, a esa temprana edad ayuda a la crianza del hijo primogénito de los esposos Pulido Paz. Su nueva vida no fue fácil. Doña Manuela era severa y estricta, recibe de ella una excelente educación y formación hogareña que le sirvió en su vida, allí permaneció hasta los dieciocho años, cuando casa con Julio Vivas, de su matrimonio son hijos: Virginia, Carmen y Adrián. Bajó su responsabilidad están también sus dos hermanas menores a quienes encamina por el buen sendero, pero allí no termina su brega, contribuye en la crianza de varios de sus sobrinos políticos, y los ayuda en sus estudios. Para ayudarse en su vida forma una pequeña Pensión, hace comida a comensales que así se les llamaba en ese tiempo, un suculento almuerzo valía un bolívar.
                  Empieza a trabajar en el comedor escolar cuando lo fundaron, hará más de medio siglo, ganando cuatro bolívares diarios. Un buen día da cuenta que en el sobre decía doce bolívares de salario, este detalle y otros desafueros le hicieron desistir del trabajo, su sana formación habían moldeado en ella una persona de una clara honestidad, renuncia y se dedica por entero a su Pensión. Con su esposo crían cochinos. A su memoria llegan recuerdos:

Les hice comida a quienes construyeron  la prefectura en 1946, a los obreros  que hicieron la casa cural, a la gente que estuvo en la construcción de la Escuela Regina de Velásquez, a obreros que trabajaron en la construcción de la Iglesia en 1960, a los que construyeron las cloacas, los que estuvieron trabajando en la Medicatura, a quincalleros que venían para las fiestas de San José, a gentes del Ejecutivo, a don Segundo Pulido y sus hijos. A don Pedro Pulido le hice comida por más de treinta años. Muchas personas necesitadas me pedían comida y jamás se las negué. Yo trabaje mucho en mi vida. Doy gracias a quienes me han ayudado. 

sábado, 25 de julio de 2015

LOGOS DE LOS JUEGOS DE ANTAÑO DE SAN JOSÉ DE BOLÍVAR













LA HISTORIA DE LOS PÉREZ EN EL RÍO BOBO


Abraham Pérez


LA HISTORIA DE LOS PÉREZ EN EL RÍO BOBO
(Obra de teatro en tres actos)
Autor: José Antonio Pulido Zambrano.

PERSONAJES:
Eutiquio Pérez Mora
Raimundito Pérez Carrero (Niño de 10 años)
Raimundo Pérez Carrero (Hombre de 80 años)
Hijos de Eutiquio Pérez (Personajes referenciales)

I ACTO
EL VIEJO Y LA MONTAÑA
(Entra a escenario un niño con un canasto lleno de papas, va vestido de kaqui y en alpargatas)
Raimundito: El abuelo siempre me dice que la historia no es un metro, ni un litro, ni un hilo, la historia es algo más. La historia es un río, como el río Bobo donde hay de todo y cabe de todo, en donde se puede andar pescando, hoy es 25 de enero de 1943 y estoy cumpliendo 10 años. Mi abuelo me dice que me pusieron José por el bisabuelo y Raimundo vaya a saber el mundo porque, pero ese nombre le gusta más a él. El abuelo Eutiquio me ha dicho que debo sentirme orgulloso de ser un Pérez, que es un apellido patronímico dice la maestra Irene, ella me dijo que Pérez proviene del nombre Pedro, y Pedro según la Biblia es piedra, así que los Pérez somos como hijos de las piedras, es decir duros ante las adversidades. Eso de saber historia de uno es muy bonito porque quién no sabe de dónde viene no sabe pa´ donde va. “Papior” dice el abuelo Eutiquio. Y como desde chiquitico he sido tan preguntón, más que mi hermano Arcángel, se que el nombre Eutiquio tiene un origen griego y simboliza facilidad y éxito, y debe ser así porque todos los Pérez como dice papá Abraham hemos sido hombre de éxito y trabajo, éxito alcanzado con un trabajo noble y honrado. Qué raro que el abuelo aún no ha llegado, ya está lleno de achaques, voy a buscarlo (Sale).
(Entra a escena un abuelo, lleva una machetilla en sus manos)
Eutiquio: ¿Donde agarraría Raimundito? Ahh yo a su edad también era así, medio espalomado. Recuerdo ver en estos momentos a mi viejo regresar entristecido los días que él llegaba con las manos vacías, cuando estas montañas inclementes no le permitían encontrar algo para traer a casa. El Cobre, de donde soy oriundo, antaño era un caserío de pocas casas alejadas por el aislamiento y el olvido. Cierro mis ojos y aún escuchó los pasos de mi padre en el corredor (Eutiquio cierra los ojos).
(Aparece en escena Raimundo)
Raimundito: Abuelo, donde estaba usted (Eutiquio abre los ojos). Lo fui a buscar al callejón. En el conuco, pero usted ya se había venido me dijo tío Miguel. Ya le llevé a mamá Jacinta el canasto de papas.
Eutiquio: Uhh. Usted me recuerda mucho a mi hermano Rafael María.
Raimundito: Y, ¿ese quién es? Nunca lo había oído abuelo.
Eutiquio: Ese era uno de mis hermanos mayores, él se quedo viviendo allá en El Cobre.
Raimundito: ¡Ah nosotros somos de El Cobre! No lo sabía abuelo. Como usted casi nunca habla de la familia.
Eutiquio: Yo no hablo, porque nadie pregunta. Quiere saber un poco más sobre los Pérez.
Raimundito: Si abuelo, eso me gusta mucho.
Eutiquio: Bueno, primero écheme en ese tarro un poco de aguamiel, porque la garganta seca cuaja la voz de los hombres, y más cuando uno busca hablar de las cosas pasadas, la de los recuerdos.
(El abuelo Eutiquio se sienta en una silla, mientras Raimundo le sirve de una olla, que está al lado del fogón, un poco de aguamiel)
Raimundito: Tome abuelo.
Eutiquio: Ah, ¡papior! que aguamiel más sabrosa, es que esta panela que saca Miguel en La Hoyada es de muy buena caña, de razón el Miguel se ha metido a alambiquero.
Raimundito: ¡Alambiquero! ¿Qué es eso, abuelo?
Eutiquio: Un alambique es un aparato muy moderno, lo último en tecnología, sirve para extraer un aguardiente muy sabroso, pero eso es para adultos.
Raimundito: ¿Por qué abuelo?
Eutiquio: ¡Ahh Raimundito, usted si es preguntón! No es para niños porque lo dice la palabra: agua ardiente, si un niño lo toma le quema la garganta. Además eso de miguel viene de familia, ese ingenio lo tenía mi viejo allá en El Cobre haciendo trapiches en la aldea de Río Arriba, y de allá en El Cobre traje la idea de hacer canales de barro para hacer el acueducto de esta finca. Pero no desviemos el tema, voy a hablarle del origen de su familia. Deje primero que me quite esta faja (Se quita la faja y la coloca a un lado de la mesa, vuelve a probar la aguamiel). Los Pérez de San José de Bolívar somos oriundos de El Cobre como ya usted se enteró, los de nuestra rama familiar, porque hay otros Pérez que vinieron por la Laguna de García de Pregonero, esos son otros. Mi padre se llamó José del Espíritu Santo Pérez y mi santa madre: María del Carmen Mora. Mi padre había nacido en la aldea de Río Arriba. Pues en El Cobre también habían dos ramas del apellido Pérez, uno los de Río Arriba y otros los de Angostura. Los Pérez de Angostura eran bajitos, a diferencia de los Pérez de Río Arriba, los nuestros, eran altos. Yo nací el quince de abril del año mil ochocientos sesenta y nueve, y me bautizaron en la iglesia de El Cobre, el que me echo el agua fue el presbítero Juan Isidro Pérez, y mis padrinos fueron José del Rosario Zambrano y María de la Concepción Montoya. Por mi padrino José fue que me dieron mi segundo nombre, por eso me llamo Eutiquio del Rosario. Mis otros hermanos fueron José de los Ángeles y Rafael María, y la que más me consentía era mi hermana mayor de nombre María Leona. Luego mi padre se mudo a una aldea de El Cobre llamada “El Topón”.
Raimundito: Ala, abuelo, y usted como sabe tanto.
Eutiquio: Porque mi papá aparte de enseñarnos la profesión más hermosa y honrada, la de labrar los campos, procuro que aprendiéramos a leer, escribir, sumar y restar, por ese tiempo habían maestros itinerantes, muchos de ellos de Pamplona, Colombia, maestros que iban por los campos y cobraban algunas monedas por enseñarnos. Luego a José de los Ángeles como era el mayor lo mandaron a El cobre a ver clases con el maestro Espíritu Morales, y como yo era tan preguntón, así como usted es, siempre que llegaba José le preguntaba y él muy paciente y con alegría tomaba un tizón y nos empezó a enseñar las letras y así fue como aprendí a leer. A mi madre Carmela, porque así la conocieron en la aldea como Carmela, le encantaba que le leyéramos parte de una Biblia que nos había obsequiado el padre Juan Isidro Pérez, papá decía que este cura era familiar lejano nuestro. Eso de leer y escribir me sirvió de mucho para más adelante redactar documentos y ser Comisario de la aldea.
Raimundito: ¡Ahh, que interesante abuelo, yo ya también estoy aprendiendo las primeras letras. ¿Y la abuela Edelmira?
Eutiquio: En esas tardes de jornal, de ir a recoger café a la aldea de Angostura, en el sitio donde había tenido ocasión una de las batallas de la Independencia que llevaba por el país El libertador simón Bolívar, en esos aledaños vivían los Mora. En esos cafetales mientras entonábamos cantos con mis hermanos, llenando canastos con pipas rojas conocí a su abuela Edelmira. Y al tiempo nos casamos, aunque no fue fácil, a mí me costaba mucho para verla a ella, porque el papá era un hombre de mucho carácter; un hombronon, el que más se parece a él es su tío Pedro María, ese salió a los Mora.
Raimundito: Y, ¿cómo es eso de enamorarse abuelo?
Eutiquio: ¡Ah Raimundito! Como le explico. Usted ha comido esos alfondoques de panela blanca que saca su tío Miguel Arcángel  en el trapiche.
Raimundito: Si abuelo, son riquísimos.
Eutiquio: ¡Ahh, bueno, así es enamorarse! El amor, el bonito, el verdadero amor es dulce, pero no empalagoso, así como esa panela blanca que hace su tío. Yo me enamore de su abuela porque ella tenía una voz preciosa, pero a pesar de que yo ya sabía escribir, me costaba era hablar. Eso sentí como si tuviera un poco de bichos en el estomago cada vez que la veía. Un día fui a visitar a mi madrina Concha, y cuál sería mi sorpresa, ella estaba allí, ayudando a hacer un bizcochuelo porque venía una paradura de niño. Ese fue el momento ideal, la invite al baile, porque mis papás eran los padrinos de la paradura de niño, pero me dijo que ella era una mujer decente, que si yo era decente fuera hablar con sus padres.
Raimundito: Y usted que hizo abuelo.
Eutiquio: Pues ni corto, ni perezoso, me arme de valor, y, ¡papior! me dije, y al otro día fui a la casa de don Cirilo y doña Dolores, ambos amigos de mi papá. A ellos les extrañó que yo los visitara así, pues siempre que iba era por el trabajo o a cambiarle papas por queso. ¡Uhh!, porque su abuela hacía un queso riquísimo. ¡Uhh! (Se rasca la cabeza). ¿Dónde iba?
Raimundito: Que usted fue a casa de la abuela Edelmira.
Eutiquio: ¡Ahh, si! Me arme de valor y le dije a don Cirilo que me permitiera llevar a Edelmira a la Paradura del niño en casa de madrina Concha. Don Cirilo me oteó, y sin más aspavientos me preguntó: ¿Acaso usted tiene amoríos con la María Edelmira? Yo me quede privado, no esperaba aquella reacción. Pero cuando uno enjalma una mula debe saber que la carga es difícil. Le dije que no, pero que si él me permitía me gustaría visitarla con más frecuencia. Y en la Paradura del niño baile con su abuela la perrabaya y el pato bombiao. Y ese día ella me aceptó el pañuelo.
Raimundito: ¿El pañuelo abuelo?
Eutiquio: Es decir, Raimundito, aceptó ser mi mujer. Y yo de lo más contento, como gallo en gallinero nuevo. Y así fue como empezó el amor y a los meses le propuse el casorio, lo cual aceptó. Yo me fui formando Raimundito, me formé hombre, aprendí a rezar, a esas cositas y tal; entonces fue que resolví casarme, porque la mujer es una compañía incomparable, la falta que hace. Me case de veinte y dos años. Eso fue un día muy bonito pa´ mí. Recuerdo esas palabras mágicas que dijo el padre Manuel Cárdenas: - María Edelmira Mora Sánchez, aceptas como legítimo esposo a Eutiquio del Rosario Pérez Mora. Las lágrimas de sudor por los nervios corrían por mis manos y se calmaron cuando ella me dijo: - Sí. Luego nos fuimos pa´ El Topón, con mis hermanos y los hermanos de Edelmira. Los testigos de mi boda fueron mi compadre Juan salvador Pernía y la comadre Felipa Escalante.
Raimundito: ¿A dónde se fue a vivir abuelo?
Eutiquio: En esa época el hombre que se casaba, como decía mi abuelo “el que se casa, casa quiere”. Todos mis hermanos y amigos de mi padre en la aldea me ayudaron a levantar una casita de bahareque y en ese nido de amor nacieron todos sus tíos: Rufino Abigail, Tobías de Jesús, Pedro María, Rafael Ángel, Salomón, Miguel Arcángel, Salomón de Jesús, Juan Vicente y María Betzabeth. ¡Ahh y su padre José Abraham!
Raimundito: Abuelo, yo creo que usted se equivoco, nombró al tío Salomón dos veces.
Eutiquio: No Raimundito, pocas veces me equivoco, Tuve dos hijos con ese nombre, uno me nació el 11 de mayo de 1901, pero se murió el carricito, por ello años después cuando tuve otro hijo le puse Salomón de Jesús. A ese lo enterré en el cementerio de El Cobre. Fue un golpe muy duro, no hay nada más triste que ver morir a un hijo.
Raimundito: Soy muy niño para entender eso de la muerte, pero el sábado pasado fui a un velorio de angelito, y hay que ver como cantan de bonito a la muerte nuestros campesinos. Tuvo usted bastantes hijos abuelo.
Eutiquio: Eso es natural en los Pérez, espero usted siga la tradición porque no hay nada más bonito que una familia grande. Y en esos tiempos había que trabajar fuerte para mantener tantos hijos, en ese tiempo, yo no sé cómo decirle Raimundito, la comida la hacían así un poco como tronchada. Echaban en una olla grande; carne, arvejas, guineos y yuca picada, y hacían un ajiaco. Por ese tiempo no había tazas como las hay ahora, entonces eran de barro y las cucharillas de palo y para tomar aguamiel y café usábamos unas taparas. En la mesa comíamos todos juntos; yo siempre al lado de Edelmira. Era una mesota grande, larga. Nos sentábamos a comer lo que Dios nos socorría. Esa comida alentaba en toda forma, porque difícilmente la gente se enfermaba. En esos tiempos la gente se sabía conservar, a pesar de que la vida era un poco animalada. Había que ver trabajar la gente en la época de mi papá, daba gusto verlos, debajo de un palo de agua, deshierbando yuca, o apio, sanes, o lo que fuera; era como que no llovía, aunque les corría el aguatal por la barba. Era gente muy guapa eso Pérez antiguos para el trabajo. Y ya por hoy dejemos las historias, váyase a su casa antes que Jacinta lo regañe por mi culpa, mañana vuelve y seguimos con la historia de los Pérez (Sale de escena Raimundo, y Eutiquio va a uno de los laterales y saca un baúl, del que empieza a extraer papeles).

II ACTO
FAMILIA Y ALDEA
Eutiquio: La vida es una historia. ¡Bueno, la vida de uno, es una gran historia! Hablemos de la vida de los ancestros de papá, de la familia de él. Los Pérez; los primeros que llegaron a estas tierras fueron dos hermanos, vinieron con el capitán Francisco de Cáceres, el fundador de La Grita, uno se llamaba Marcos y el otro Adrián. En estos viejos documentos que atesoro como mi vida, dice que el 25 de abril de 1578, don Francisco de Cáceres dio hatos de ganado a estos, por los servicios prestados a la corona española. Más adelante uno de estos hermanos, me refiero a Marcos Pérez declara en 1611 en el cabildo de La Grita ser el descubridor de unas minas de cobre en tierras de su propiedad en el valle conocido como San Bartolomé, cerca de un volcán al que llamó “Bermejo Grande”, a poco más de tres leguas de La Grita. A este ancestro nuestro se debe el nombre de San Bartolomé del Cobre.  Ahora ustedes pensaran que yo fui el primer Pérez que piso las tierras del valle del Espíritu Santo, ¡pues no! Este Marcos Pérez aparte de descubrir las minas del cobre en el valle de San Bartolomé recibió de don Francisco unas tierras al pie del paramo, ese paramo que recibiría luego el nombre de “Páramo de los Noguera” o “Cimarronera”, esa encomienda del valle del Espíritu Santo se perdió luego. En el segundo viaje de Cáceres, el de 1580, viene un tercer Pérez, de nombre Martín. Este Martín Pérez llegaría en 1582 y se instalaría en La Grita. La segunda generación de Pérez fue relevante en nuestra historia regional, por decir algo, ¡lo que era la gente de ese tiempo! En esos papeles viejos aparece que en 1611 Simón Pérez del Basto explorando las tierras del valle de San Bartolomé mientras va de cacería. En 1617 otro Pérez, me refiero al capitán Juan Pérez de Cerrada en batalla campal con los indios motilones aprisiona 800 indios y mata un buen numero de ellos, eso es triste pero es la historia, así está en el viejo archivo de La Grita, llore de tristeza cuando descubrí esa historia, esa leyenda negra de nuestra raza española, pero es que los motilones no eran unos angelitos, en Queniquea habían despedazado a machetazos al español Juan de Medina. Como les iba diciendo hubo una segunda generación de Pérez que marcó pauta, me refiero a los Pérez Duque, ellos serían: Martín, Diego y Manuel. En 1619 Martín Pérez Duque se desempeña como Alcalde de La Grita. Su hermano Diego Pérez Duque participó en 1649 en la pacificación de los indios Oropes y Manatetas, donde pierde su vida. Diego Pérez Duque estaba casado con doña Teresa de Castilla. Dice en su testamento ser viuda de Diego Pérez Duque y poseer en Bailadores a los indios Uracaes y Guariquenas, en Lagunillas a los indios Tusaquíos y en La Grita los Omuquena y Caricuena y tenía un hijo: Antonio Pérez Duque. En 1657 este Antonio Pérez Duque será Alcalde Ordinario de La Grita. Y podía seguir hablándoles de mis ancestros y no acabar, en ese mismo año que Antonio Pérez Duque es Alcalde de La Grita, al capitán Antonio Pérez de Lima se le entregó media estancia en el valle de San Bartolomé del Cobre. Luego vendrá un percance familiar en los años de 1700, no se recuerda bien el año, porque el abuelo sólo lo contaba así, que un Lázaro Pérez había tenido pleitos de honor con un tal Pedro de Silva, pues este último había deshonrado a su hija María de la Rosa Pérez. Pero este fue un siglo de querellas familiares y de afincamiento en esta tierra de gracia, en esos vericuetos don Marcos Mora acuso al tatarabuelo Luis Pérez de haberle amenazado de meterle una “cuarta de hierro”, es decir una puñalada, además de gritarle “zambo”. Y esto no es de extrañar ya que eran los tiempos de la limpieza de sangre como contaba el abuelo. Estos percances de guerra de clases llevaron no sólo a El Cobre, sino a toda Venezuela a un distanciamiento con el gobierno español, fue allí cuando otro de mis ancestros se hizo comunero para defender al pueblo, pero también tuvimos ancestros que seguían apoyando la monarquía, al Rey. De allí el caso en 1796 de la esclava María Asunción Pérez quién solicitó amparo al gobernador de Maracaibo, por saber leer y escribir, contra su amo José Pérez en El Cobre, o la participación el 30 de junio de 1808 de Domingo y José Pérez en la escuela patriótica que estableció el Obispo Hernández Milanes en La Grita. Pero la tradición esclavista en la familia no se acabó con esto, ya que en los libros antiguos aparece de 1813 a 1818 el nombre de Antonio Pérez con varios esclavos en la región. Pero esto se derrumbó con la Guerra de la Independencia y la familia Pérez se replegó montaña adentro para seguir cultivando y las manos esclavas fueron establecidas por nuevos Pérez, que entendieron que Venezuela y El Cobre eran otros. En este contexto de crear nuevas haciendas y fincas nació mi padre José del Espíritu Santo Pérez (Guarda los papeles en el baúl). La vida de uno es una historia y los Pérez como hemos visto hemos sido parte de esa historia, no lo digo yo, lo dicen estos viejos papeles que con tanto celo guardo el abuelo y que mañana le entregare a Raimundito (Sale). 


III ACTO
80 AÑOS DE ALEGRÍAS Y SOLEDAD
(Entra a escena un Raimundo mayor, lleva en sus manos un velón encendido)
Raimundo: Dicen que en la vida todo es necesario saber uno; así me lo enseñó mi abuelo Eutiquio: “-Mire Raimundito, en esta vida hay que aprender a todo, porque uno nunca sabe cuando lo va necesitar”. Él fue un hombre muy bueno conmigo, eso lo sabe Chucha, era un hombre muy simpático, y nos quería mucho a nosotros. Yo lo conocí allá en la finca de La Hoyada, allá murió. Era un hombre muy útil mi abuelo, y muy sabio a su manera. Conversaba mucho conmigo y me aconsejaba de muchas cosas, me echaba cuentos y chistes, pero también muchas historias sobre la familia, recuerdo cuando hablaba de don Antonio María Pérez, un tío bisabuelo suyo que fue miembro de la Junta de San Antonio del Táchira en 1810 y que éste antepasado nuestro había dicho al Libertador: “Levantad el cuello y sacudid el yugo de ese gobierno opresor que hasta ahora nos ha agobiado”. Por eso siempre he dicho que los Pérez hemos sido demócratas, por eso el abuelo Eutiquio se vino a estas tierras, porque El Cobre no sólo era un semillero de guerrilleros de montaña, sino que era enemigo acérrimo del gobernador de esa época don Eustoquio Gómez. El abuelo optó como en el éxodo de la biblia emigrar con esposa e hijos y encontró la tierra prometida en estos Paujiles de mi alma. El abuelo llegó a tierras de Río Bobo en 1914, él se vino con la abuela Edelmira y sus vástagos. (Al fondo como un recuerdo saldrán a escenario los distintos hijos de Eutiquio y se van congelando en diferentes poses de trabajo, uno con un canasto, otro con una pala, otro con una machetilla, la hembra y los menores con ollas de llevar comida a los obreros). El tío Rufino Abigail llegó de 22 años, Pedro María 19 años, José Abraham 18 años, Rafael Ángel 17 años, Miguel Arcángel 10 años, Tobías de Jesús 9 años, Salomón de Jesús 8 años, Juan Vicente 5 años y María Betzabeth 3 años. El abuelo Eutiquio vino con la idea de comprar tierras y dejar atrás a El Cobre y su historia de candelas en la niebla. Venían de la aldea El Topón y llegó a La Hoyada. Allí comenzó a construir una casa y un trapiche. Los Pérez Mora como se les comenzó a conocer en la aldea Los Paujiles trabajaban con bueyes, muy buenos, traídos de El Cobre y comenzaron a sembrar trigo y arveja. La abuela Edelmira mientras cocinaba en un fogón grande que hizo el abuelo y en esas tardes de silencio y niebla, mientras entonaba viejas tonadas de sus ancestros españoles hacía sombreros de palma, la abuela murió en La Loma, sitio de Los Barros en Queniquea, allá la enterraron. Recuerdo vagamente un verso de la abuela que decía más o menos así:
El niño se ha perdido
su madre lo anda buscando.
Lo encuentra a orillas del río,
de juerga con los gitanos.
            Bueno nada hay de extraño en esa copla, pues por ahí leí en un libro que el apellido Pérez es de origen gitano y cuando conocí España cuando Ramón Elvidio me llevó, hubo pueblos con los que me sentí tan identificado que estuve seguro de recordar al abuelo Eutiquio y ver en esas tierras del viejo continente la tierra ancestral de los Pérez. Quizá por ello nos gusta eso de viajar, de conocer nuevas tierras, de ser alegres. Como decía el abuelo Eutiquio “papior, Raimundito, la vida es como un bambuco, es ritmo y alegría”. El abuelo Eutiquio fue un casamentero por naturaleza, no sólo le compró fincas a sus hijos, sino además le buscó mujer a sus ramas de árbol viejo, fue casando uno a uno a sus hijos. Al tío Abigaíl le compró terrenos en Las Mesas, a tío Jesús en El Táparo, sitio de Caricuena, a tío Pedro María en El Cerro en los predios de Queniquea, a tío Salomón en Samparote, a mi papá en El Cerro cerca de Santa Filomena, tío Miguel y tío Vicente siguieron viviendo con él en La Hoyada, a tía Betzabeth le compro en La Loma detrás de la aldea Los Barros en Queniquea, allá murió la abuela Edelmira. A mi papá le busco de esposa a Jacinta, mi buena madre, Jacinta Carrero Moreno, hija de Antonio Carrero y Carmela Moreno. Eso fue una familia muy bonita, mi papá aprendió buenos valores del abuelo Eutiquio (Al fondo aparece el espíritu de Eutiquio). Abuelo es usted (se restriega los ojos). Debo de estar soñando. ¡Abuelo!
Eutiquio: ¡Ahh Raimundito, usted si ha crecido, todo un hombre como su mi papá! Aún recuerdo el ultimo día que le ví, en su cumpleaños número diez, a los días morí. Recuerda.
Raimundo: Si abuelo. Usted murió dos días antes del día del patrono en ese año de 1943. ¡Esto es un sueño abuelo!
Eutiquio: Eso me pregunto yo, acaso yo también estaré soñando. Sera el morir un sueño. ¡No sé! De ser así que ha pasado en este mundo que veo todo tan distinto.
Raimundo: Si abuelo todo ha cambiado, el silencio hermoso de la aldea lo a arropado el ruido infernal del pueblo. Hoy estoy cumpliendo 80 años y mirando todo en reversa como dicen sus tataranietos hoy día, me siento complacido con el deber cumplido. Todos sus hijos nos hicieron hombres y mujeres de bien, papá Abraham fue un buen padre. Es más uno de mis hijos lleva el nombre de él, porque como usted me decía la historia familiar se debe preservar. Todos mis hijos han sido muy buenos, todos muy buenos hijos, han recorrido el mundo, en esa alma gitana que lleva nuestro apellido, Nilzita fue elegida la Reina del pueblo que lo recibió a usted cuando cumplió 100 años de fundado, el Omar ahora y que resulta es historiador, le gusta eso de la historia y como en nosotros hay tanta historia, hay tiene para rato. Me case con Jesusa Parra, una buena mujer, ella ha sido mi ruana de andino, mi calor de fogón, mi único y verdadero amor. Hemos seguido sus preceptos cristianos.
Eutiquio: Mire Raimundito, a veces los sueños duran tan poco como poco dura el tiempo. Veo en usted el hombre que soñé y sé que mis descendientes, los que llevan mi sangre, por dentro de sí están orgullosos de ser Pérez. No se olvide de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Raimundo: Abuelo, he cumplido y seguido su camino.
Eutiquio: Lo sé, ya debo irme, pero no quiero que pase como el último cumpleaños en que nos vimos. Feliz cumpleaños mijo, que Dios me lo guarde siempre. Feliz Cumpleaños (Eutiquio se acerca a Raimundo y lo abraza, luego sale de escenario, Raimundo queda con los ojos cerrados).

Raimundo: (Abriendo los ojos). ¡Abuelo, abuelo, abuelo! Lo debí haber soñado. Todas las cosas de la vida son un espejo, las buenas y también las malas, para uno fijarse. El consejo que yo doy a mis hijos, nietos y bisnietos, es ser honrado con lo ajeno. Porque ladrón no tiene remedio por ningún lado. Dios me ha premiado – es un poquito feo el decirlo, porque uno no puede nunca alabarse – pero de mis muchachos no me ha llegado una queja nunca, bendito sea a Dios. Hoy puedo mirar a todo hombre con la frente en alto porque seguimos siendo Pérez campesinos, honrados, trabajadores y sobre todo creyentes en Dios. Y si no que lo diga el abuelo Eutiquio desde arriba: ¡Papior! Dios le pague abuelo Eutiquio.
FIN


Nilza Pérez, Reina del Centenario en San José de Bolívar


Nilza Pérez, Reina del Centenario en San José de Bolívar


Nilza Pérez, coronada Reina del Centenario en San José de Bolívar 
por Francisco (Pacho) zambrano


Nilza Pérez, Reina del Centenario en San José de Bolívar


Nilza Pérez, Reina del Centenario en San José de Bolívar


Nilza Pérez, Reina del Centenario en San José de Bolívar


 

Bodega Boca de Monte de Raimundo Pérez, funcionaba en la calle Bolívar entre carreras 6 y 7
San José de Bolívar