domingo, 14 de julio de 2019

EL CULTO A LOS MUERTOS EN SAN JOSÉ DE BOLÍVAR

Por: José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira

El Cristo de los Tiempos - Cementerio de San José de Bolívar

Nada más fundado el pueblo aquel 15 de febrero de 1883, los vecinos - se señala en el Manuscrito de José Saturnino Peñaloza - procuraron establecer los terrenos apropiados para la iglesia, la plaza y el cementerio, para ello los pioneros de aquella empresa, todos radicados ya en tierras del antiguo Ríobobo acordaron la compra de  un terreno para el cementerio a los señores Jesús Vivas y Ramón Guerrero con su esposa María Agueda Vivas "midiendo cuarenta y un metros ochocientos milímetros cuadrados, dentro de estos linderos: frente con terreno de José Gregorio Pulido; y por fondo, costado derecho e izquierdo, con terreno del primer otorgante (Jesús Vivas), alinderados así ambos terrenos y el del cementerio con su entrada y salida por la calle que va directamente por el costado derecho y ambos con los usos, costumbres y servidumbres que les pertenezcan, declaramos ser propiedad indisputable de la Santa Yglesia de Ríobobo". (1) Este terreno junto a los de la iglesia y la plaza costaron a la comunidad 800 bolívares pagaderos a cinco años. (2).
De allí que la idea de cementerio nace a la par de la fundación del pueblo y la primera persona que fue enterrado allí fue el principal promotor y pionero de esta empresa fundacional como lo atestiguan los documentos antiguos, nos referimos a Don Ramón de Jesús Pulido Ramírez, entierro realizado el 4 de junio de 1884 por el presbítero Fernando María Contreras como aparece reflejado en el libro de defunciones de la parroquia Sucre, en este sentido expresó Horacio Moreno (1982: 259) lo siguiente: "Merece un grato recuerdo don Ramón Pulido, pues a sus esfuerzos y donaciones empezaron la fabrica de la iglesia, casa cural, cementerio, etc. Murió este honrado ciudadano sin haber terminado la iglesia y su casa de habitación. La bóveda que cubrió sus restos fue fabricada por el maestro Luis Barrios (Merideño), quien hacía los trabajos de construcción de la iglesia". (3). 

Tumba donde la tradición señala fue enterrado Don Ramón de Jesús Pulido 
y su constructor sería el maestro Luis Barrios.

Desde que tengo memoria, siempre visite el cementerio de mi pueblo, primero con la abuela María Isabel, quien procuraba que en la tumba del tío Baudilio de Jesús no faltara luz (velas o velones) y en el florero destinado para tal fin; flores frescas. En esas visitas me le escapaba a la abuela para visitar la tumba del abuelo José Antonio. Era un choque para mí en la mentalidad de un niño, aquel muerto llevaba mi nombre y sobre la lapida decía José Antonio Pulido. En esa misma tumba estaba la tía abuela Barbara, la costurera del pueblo hasta finales de la década de los sesenta. En esa misma tumba el abuelo había enterrado por años a sus hermanos y sus padres.

Lápida de la tumba del abuelo José Antonio Pulido.

Tumba de José Antonio Pulido Chaparro.

Luego, un día que era obligatorio ir al cementerio, era el Día de los Muertos, el 2 de noviembre. Ese día iba con la abuela, recuerdo que llevaba entre mis manos un tobo y un cepillo. Al llegar al cementerio la abuela me mandaba a llenar el tobo con agua y luego ella lo mezclaba con jabón para así lavar la tumba del tío Baudilio. Con un pequeño balustre que nos prestaba mi padre se deshiervaba los alrededores de la tumba y con pintura negra en aceite y un pincel remarcábamos el nombre del tío Baudilio de Jesús Zambrano, como una manera de no olvidar su existencia de la memoria y del tiempo. A diferencia de otras tumbas, la de mi tío no tenía una foto de él. Después de aquel trabajo de limpieza, la abuela cerraba sus ojos y rezaba algunas oraciones por el hijo ausente.

Otro día obligatorio para ir al camposanto era a un entierro de un muerto del pueblo. En la época de mi niñez el pueblo era más pequeño, todos nos conocíamos y cada difunto era parte del pueblo, la tristeza era de la comunidad, el sentimiento de dolor abrigaba a todos. La muerte de un riobobero se sentía en todos los hogares, el dolor se hacía colectivo. Era costumbre que el sacerdote llegara unos minutos antes de sacar el cadáver del hogar, hablaba con sus familiares, pedía a uno de sus monaguillos sus herramientas, se vestía para la ocasión, rezaba algunas oraciones, lanzaba agua bendita al lugar donde estaba el féretro. A continuación salía acompañado de los dos monaguillos, seguido del ataúd que era cargado por familiares y amigos y se proseguía la caminata por la calle principal del pueblo hasta llegar al templo parroquial.

Al llegar frente a la iglesia, el sacerdote entra de primero seguido por la nave central del ataúd con el cuerpo del difunto. El sacerdote pide que se cierre el ataúd, no es permitido que este abierto en ese lugar sagrado. Junto al féretro se coloca un cirio pascual, símbolo cristiano que recuerda la unión entre esa muerte y la muerte y resurrección de Jesús, el Cristo. Encima del ataúd se coloca un cruz realizada de flores. El cuerpo siempre se coloca frente al altar, si es un laico se pone con los pies lo más cerca del altar; y si se trata de un sacerdote, es todo lo contrario, la cabeza del cadáver cerca del altar, es decir en la posición en la que estuvo en celebración litúrgica en vida.

La iglesia empieza a colmar de una atmósfera pesada, son cantos tristes, reflexiones sobre la vida y la muerte:

"Hermanos, con la certeza que nos da la fe y con la esperanza de la Vida Eterna, encomendemos a la infinita misericordia de Dios a nuestro (a) hermano (a) que se ha dormido en la paz de Cristo".

Se empiezan a notar lágrimas en la distancia, el llanto más cercano es el de los allegados. Terminado el ritual de exequias el presbítero canta:

¡Quien cree en ti señor, no morirá para siempre!
Dichosos los difuntos que mueren en el señor.
El señor los guiara a las fuentes de agua viva,
y enjugará toda lágrima de sus ojos.
si morimos con Cristo, con él también viviremos.
Yo sé que mi redentor vive,
y el último día resucitaré de la tierra.
Al cual yo mismo he de ver y no otro,
y mis ojos le mirarán.
El salario del pecado es la muerte,
pero el don de Dios es la vida eterna
en nuestro Señor Jesucristo.

De seguida el sacerdote baja del altar y rosea el féretro con agua bendita y los familiares toman los restos de aquel que días antes estaba vivo y con el sacerdote de nuevo delante de aquella caminara fúnebre, como un Caronte andino lleva el cuerpo del difunto a su morada final; el Cementerio.

La entrada al cementerio de San José de Bolívar en la actualidad.

De niño uno poco sentía la tristeza de la muerte en el cementerio, el silencio sepulcral aún no nos abrazaba a esa edad. ¡Temor a los muertos! Eso sí, le tenía pavor ver un cadáver. El primer muerto que toque fue casualmente a la abuela, con ella perdí el temor a los muertos. De niño uno poco entendía la resignación a la ausencia del ser querido. Para los niños del pueblo, el cementerio era un laberinto de cruces y tumbas, y de allí que con entusiasmo y felicidad los infantes empezaban a correr por encima de aquellas tumbas desordenadas, acumuladas a través del tiempo sin ningún temor ni angustia. Los mayores nos decían que no brincáramos "encima de los muertos", que eso era "pecado de Dios". Recuerdo que la tumba que más me producía misterio era la "Tumba Desconocida" o ir a la pared del final del cementerio a ver restos de urnas desperdigados que iban quedando montadas unas sobre otras en un bosque macabro.


Siempre había un resquemor de llenarnos los zapatos de tierra de cementerio, más que tierra, barro. Pues el terreno donde se levantó el camposanto en si era un lugar gredoso, fangoso, húmedo, de allí que muchas tumbas que se habrían con el tiempo para retirar los restos y llevarlos al osario común y enterrar a otro riobobero, se encontraban los que abrían la tumba que la misma estaba anegada de lodo y agua.

De todo el cementerio a mi me agradaba las tumbas del ajedrez, como en mi mente de niño las llamaba para esa época. Mi padre me decía: ¡Esas son las tumbas que hacía Don Nicolás Rosales! Eran tumbas hechas con un mosaico muy bello (o lozas) a dos colores. A diferencia de otras tumbas envueltas en puro cemento que mostraban la condición social del difunto riobobero. El cementerio a su manera también estratificaba a sus muertos. En el centro del cementerio estaba el imponente mausoleo de la familia Zambrano, que había mandado a hacer don Teodulo Zambrano para enterrar a sus señores padres.

Tumbas realizadas a mediados de los años cincuenta por don Nicolás Rosales.

Tumba realizada por don Nicolás Rosales.

Tumba realizada por don Nicolás Rosales.

Al recorrer el cementerio uno empezaba a observar también la variación arquitectónica de los diferentes mausoleos, así como también ver una simple cruz de madera sobre la tierra al final del camposanto. Sí uno preguntaba: ¿Quién está enterrado allí? La respuesta de los mayores era simple y fría: "Un sin nadie".
Como todo cementerio, existían tumbas que tenían su historia, como el de "La Virgen de los Romero" (esta tumba ya no existe), la "Tumba Desconocida" (de la que ya hicimos referencia), la del "Angelito", "El Capitolio", "Cruz de hierro", "El Monolito", "El Cristo sin tiempo", la de don Luis Duque, entre otras.

La tumba del Angelito.

El Capitolio.

Cruz de hierro.

El Monolito.

La tumba desconocida.

Si algo se tenía claro de niño era que los fantasmas de los antepasados vivían y caminaban con nosotros mientras no se les olvidara. Por algo el primo Ramón Márquez, profesor de la Universidad de Los Andes en Mérida señala que: "San José de Bolívar es el Comala de mi infancia, y porque no decirlo el de mi vejez. Cada vez que regreso, es un volver para conversar con los muertos, y no con un muerto cualquiera, sino con mis muertos".
La convivencia con los espíritus del más allá era (y es) una relación de familia, de alegría, pero para muchos rioboberos se podía tornar peligrosa y esquiva si no se respetaba a los muertos, por ello, los habitantes de San José de Bolívar (sobre todo los nativos) acostumbran como se hace desde antaño mandar a hacerle misas. El primer paso cuando hay un difunto en el hogar riobobero es la preparación de los novenarios (que no sólo es oración, es camaradería, es comida, es licor, es chiste, es encuentro), el responso al finado y en días de Semana Santa el réquiem por las Ánimas del Purgatorio.
Antaño en mi pueblo existía la creencia que el Jueves Santo salían a las calles todas las Ánimas del cementerio y a medianoche se dirigían al templo parroquial a rezar hasta entrado el amanecer, quienes relataban este hecho - entre ellos mi abuela - decían que aquellos que escucharon esta misa de las ánimas la describían como un murmullo de oraciones: "Ruega por ella, ruega por nosotros...".
Otra costumbre en el poblado era el de procurar no colocar las camas en la posición que eran enterrados los muertos, en este caso - para hacernos entender -, la cabeza del difunto quedaba de espaldas al río Bobo que transita el terreno de Queniquea conocido como "Río Arriba".
Otro de los datos recabados para este escrito, es que el primer cementerio de la zona fue un cementerio aborigen y estuvo ubicado donde hoy queda el templo parroquial - este hecho salió a la luz en el año de 1929 cuando se socavaron dos pilares en la iglesia y en ese acontecimiento expresa Moreno que "el maestro constructor Bernabe Vivas y los señores Juan y Domingo Pulido empezaron a buscar el origen del hundimiento, todo se debió a dos pilares o columnas que cedieron al peso del techo, pues habían sido levantadas sobre una bóveda funeraria indígena" (4).

Cementerio de San José de Bolívar

Pareciera que en la creencia del riobobero, los muertos aún deambulan las calles del pueblo durante el tiempo del "duelo", del luto familiar, que sólo culmina con los novenarios del año. Es costumbre por lo tanto cambiar las cosas del difunto de puesto, para que - según la creencia - el muerto acepte que ya no pertenece al mundo de los vivos, el hacerle ver que esta en "otro plano astral".
En el pueblo se tiene cierta consideración por aquellas muertes inducidas (ahorcados, envenenados, suicidas). Pareciera ser que la mentalidad religiosa del riobobero, a este tipo de muerte conlleva un tránsito más difícil para alcanzar la gracia de Dios, de allí que a estos tipos de difuntos se les entierre de otra manera. Estos tipos de muerto necesitan de más oración y penitencia.
El día de los muertos parece delimitarse a la visita del cementerio a visitar a sus ancestros, llevarles flores a su tumba, orar y recordar sus anécdotas. San José de Bolívar desde su fundación valoró el respeto y el culto a los muertos, los velorios tanto de adultos como de infantes es todo un suceso. A estos últimos se les llama "Velorio de angelito", pues al niño o niña que muere se le coloca a sus espaldas unas alas que emulan un ángel, a este respecto la insigne maestra Ana Manuela Paz en entrevista al profesor Horacio Moreno (1982: 212-213) señaló lo siguiente:

La muerte de un niño en cualquier hogar parece causa de alegría el momento del deceso.
Los músicos no se hacen esperar, sus instrumentos de cuerda, maracas y charrascas envían las notas melodiosas en coplas sentidas, dolientes y alegres, décimas improvisadas en un ambiente festivo que dura hasta tres días, durante los cuales se preparan grandes "comilonas". Hay quienes sacrifican reses, cochinos o gallinas para satisfacer el apetito de los asistentes al velorio.
El miche "calentao" y la miel de abejas o "cachicamo" que es más barato, hacen las delicias de los trasnochadores.  

En cuanto al velorio de los adultos es más sobrio, domina el color negro en el vestido de los asistentes, una persona se sienta al frente del féretro a leer letanías o entonar cantos tristes, melodías dolorosas, así como los rosarios que acompañan en coro a los que se acercan al ritual de la muerte. El rosario hace polifónico las oraciones para pedir por el alma del difunto.

Muchas cruces van quedando apiladas en el tiempo...

En cuanto al cadáver, su preparación es todo un ritual dentro del inconsciente colectivo del riobobero. A la hora del deceso, se manda a salir a todo mundo del lugar del hecho y se procede, los familiares más cercanos a bañar al difunto, se le colocan ungüentos que destilan olores agradables para tapar el proceso de pudrición y corrupción del cuerpo. Por lo general alguien de la comunidad inyecta al cuerpo el formol. A continuación se viste y encima se le coloca una especie de túnica llamada "mortaja" acompañada de un cordón de tres nudos. En las manos del difunto se coloca un rosario y una cruz.



Origen de los datos:
1.- Registro Principal de San Cristóbal. Sección Jauregui. Protocolo N° 1. 3er Trimestre. Año 1888. Distrito Guzmán Blanco. Serie numérica catorce.
2.- Ídem.
3.- Horacio Moreno. (1982). Monografía de San José de Bolívar. Canal Ramírez - Antares. Bogotá.
4.- Ídem. Pág. 230.  

jueves, 11 de julio de 2019

SAN ISIDRO LABRADOR: EL SANTO PATRÓN DE LA COLORADA

Por: Mgs. José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de la Historia del Táchira

A finales del siglo XIX, la aldea La Colorada tuvo un Santo Patrón en una pequeña capilla realizada por los vecinos del lugar, encabezado dicha empresa por el italiano Miguel Francisconi, creador de la talla en yeso del santo protector de los campesinos.
El culto a San Isidro es antiguo, pero al parecer a la zona, la primera huella religiosa para celebrar este acto fue en estos parajes de esta bella aldea, hoy perteneciente al municipio Francisco de Miranda, capital: San José de Bolívar.
No hay una constancia escrita de que se diera una Ermita en esas tierras, de por si llenas de soledad y angustia en aquellas ultimas décadas del siglo XIX, en la que la Sección Táchira pertenecía al nominado Grande Estado Los Andes, proyecto de nación instaurado por Guzmán Blanco. Para este tiempo San José de Bolívar pertenecía al Distrito Crespo, capital La Grita.
La imagen a la que hacemos referencia mide unos 30 cms de largo por 15 de ancho, y se encuentra en custodia del señor Enrique Chacón.
Las imágenes que presentamos a continuación han tenido su restauración para mostrar la imagen en su aspecto original, ya que la misma presenta signos de destrucción por el pasar de los años y debiera la misma ya tener una restauración, porque no todo lo que se desmorona es Historia, es Historia si se preserva para las generaciones del futuro.

San Isidro Labrador realizado por Miguel Francisconi a finales del siglo XIX
(Foto: Archivo de la Fundación Pulido).