miércoles, 28 de abril de 2010

CONFIDENCIAS REALES DE RAMÓN J. VELÁSQUEZ

*José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de la Historia del Táchira


Dr. Ramón J. Velásquez y José Antonio Pulido Zambrano.-

             Conocer a Ramón J. Velásquez me parecía meta imposible. El 3 de abril del 2009 traté al escritor Francisco Suniaga, autor del texto El pasajero de Truman, libro sobre la vida del queniqueo Diógenes Escalante y eso ayudó a animarme a escribirle un E-mail al Doctor Velásquez por intermedio del amigo Idelfonso Méndez. Fue así como el 30 de abril tenía en mi correo electrónico lo siguiente: “Mi estimado amigo, con verdadero placer le respondo a su mensaje de fecha 16 de abril. Pues trae un conjunto de valores tan fundamentales como el desarrollo de las regiones y la importancia de esa aparentemente pequeña historia local cuya suma de valores la vemos representada en lo que se llama historia nacional. Me agradaría mucho que el próximo mes de junio, cuando venga a Caracas visite esta su casa. Me será muy grato leer sus trabajos y conversar con usted, esos valores que allí destaca. En cuanto a San José de Bolívar, esa ciudad entre neblinas tengo un recuerdo imperecedero, pues uno de sus institutos lleva el nombre de mi madre, la gran educadora tachirense, doña Regina Mujica de Velásquez. Ramón J. Velásquez”. El encuentro con el padre de la historia venezolana del siglo XIX y XX era una realidad.
               Caracas, 15 de junio. Allí estaba frente a la Quinta Regina del Doctor Velásquez, el señor José Morales me invitó a entrar y en la antesala la hija de la señora Betulia Alviarez, la asistente del Doctor Velásquez, me señaló que él me esperaba. Fue un encuentro de dos andinos, con dos visiones de mundo separadas por la distancia de la edad, pero unidas por la visión que ambos tuvimos sobre la historia. Fue un encuentro cálido, de dos amigos que no se habían visto, pero que era una amistad nacida entre el escritor y un joven lector. Fue un encuentro muy familiar frente a un café, compartiendo un diálogo que para mi permanecerá intacto como uno de mis mejores recuerdos. El sueño se había hecho posible, y como decía el pariente Lubin yo siempre llegaba a donde quería llegar por ser positivo y creer en lo que hacía, y esto lo señalo pues algo similar me dijo el Dr. Velásquez, sólo que el le dio el nombre de vocación.
        El Dr. Velásquez me midió con su mirada, dejó que hablara primero, le entregué un cuadro del pueblo y unos ejemplares de Riobobense, le hablé de la historia riobobera, y al final él dijo: ¡Que bueno! Me preguntó sobre si los Pulido de Rubio y los de San José de Bolívar eran los mismos y yo le conté mis hallazgos e investigaciones, y lo que iba ser una cita de treinta minutos, se transformó en una conversación de tres horas y media. Fue allí después de ese, ¡Que bueno! Que el doctor Ramón J. Velásquez empezó a hablar de historia mientras la combinaba con segmentos de su vida, pues él era personaje y testigo de tantos hechos, él era el venezolano que había presenciado todo el proceso político venezolano del siglo XX, había recuperado la memoria histórica del siglo XIX, y veía desde el lejos el inicio del siglo XXI. Lo primero que me habló fue de la imagen de su madre, doña Regina Mujica, el empeño de ésta por hacer una mejor pedagogía para el Táchira, de su propuesta educativa del bachillerato femenino y la escuela de comercio, artes y oficios para las señoritas tachirenses. Explicó que Doña Regina fundó una revista llamada Alba, donde exponía sus ideas, el amanecer en ideas de la mujer. 


Regina Mujica de Velásquez y su hijo Ramoncito.

Luego recordó que había sido director de El Nacional en dos ocasiones. Pero dejó ese tema de un lado para volver a los recuerdos suyos en el Táchira, cuando era estudiante en el Liceo Simón Bolívar, y de su viaje a Caracas que duró cinco días, y tuvo que hacer hospedaje en Tovar, Bocono. El tercer día al llegar a Barquisimeto, un jefe civil que era de Capacho, le hizo abrir el baúl para ver que llevaba, sorpresa para el hombre, de nombre Ramiro Castro, que la maleta del Doctor Velásquez estaba llenas de libros, y éste le dijo: 
- Para que lleva eso mijo. 
- Son libros - respondió Velásquez. 
- Y si le va a caber todo eso en la cabeza, mire mijo, le voy a dar un consejo, en Caracas no quieren a mucho a los tachirenses, ande con malicia - expresó Castro. Aquella noche no lo dejaron pasar a Maracay, pues la orden era que después de las cinco ningún carro podía pasar, pues en aquel estado vivía Gómez.
          El Dr. Interrumpe la conversación para pedirle a la señora Betulia un café, luego prosigue su relato, y cada vez que lo escuchaba recordaba Las confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez, entre el escritor y el hombre que esta enfrente mío no había diferencias, por eso le señalé que me parecía conocerlo de toda la vida, el Doctor sonrió. Antes de llegar a Caracas escucha como los que le acompañan en ese viaje empiezan a aplaudir: 
- Y eso - pregunta a su amigo Leonardo Ruíz Pineda y él le contesta: - El mar del que tantas veces hablamos. Más adelante vuelve a escuchar aplausos, el chofer explica que ahora el camino será más agradable pues han llegado a la civilización, el símbolo de lo moderno es el cemento, dejando atrás la carretera de tierra. Ahora si se pueden quitar el paño de la cara, ya no hay mas polvo en el camino, pero la tierra se ha quedado adherida a su cuerpo, como recordándole de donde viene y que de allí no se debe olvidar. Es el año 1935, ese primer día en Caracas es extraño, debió tomar un baño muy largo, para quitarse la tierra de cinco días, en una pensión que quedaba a dos cuadras de Miraflores. El Doctor cierra sus ojos, suspira, los recuerdos lo envuelven, por sus poros transmite años y años de historia y este joven lector, mientras, guarda silencio. El día que conoció a Gómez, él iba por la mitad de una calle, pues en Los Andes eso es costumbre de antaño, en todo pueblo andino se anda por el medio de la calle, hoy en pleno siglo XX yo lo hago en San José de Bolívar. Sí, aquel día que se pierde en el tiempo el joven Ramón J. iba lo más de distraído, con un sombrero grande que le cubría el rostro del sol, cuando escuchó voces, al alzar el rostro, frente a él había un soldado de La Sagrada, miles de pensamientos pasaron por la cabeza de Ramoncito. El soldado le volvió a llamar, que anduviese por la acera y diera paso. Al voltearse vio un carro negro, largo, un Lincon recuerda bien y en él, en la parte de atrás observó a un hombre muy blanco, como el mármol, petrificado, no lo podía creer era el General Gómez. Pues era costumbre del General los domingos ir al Hipódromo. Detrás del auto, venían como treinta carros más, no de soldados - expresa Velásquez - sino de adulantes para saludar al Benemérito.
               El Dr. Velásquez vuelve a guardar silencio, me mira. Yo le expreso una idea de López Contreras. El Dr. Velásquez dice: 
- Era de Queniquea, lo conocí después que fue presidente y desde ese día fuimos grandes amigos.
              Le hablo de Diógenes Escalante, y el privilegio es grande, el Doctor Velásquez en la intimidad de ese encuentro me relata lo que han dicho tantos libros y por último ha rescatado Francisco Suniaga. Expresa como fue testigo de la locura del hombre que tuvo más chance en Venezuela en el siglo XX de ser presidente, estuvo a un centímetro - remarca. Ahora yo soy testigo y escucho a un protagonista de un momento clave en la historia política de Venezuela del siglo XX, el Doctor Velásquez me narra con su voz lo acontecido aquel día. Él llegó bien temprano como siempre, le extrañó que Escalante no estuviese en el despacho, en eso llama el presidente Medina para que le pasen a Escalante, él va a buscar al Doctor Escalante, le dice que tiene una llamada del presidente Medina y él expresa: “Dígale que no puedo ir porque me robaron las camisas”.  Él va y observa que todas sus camisas están allí, pero Escalante dice que esas camisas no son las de él, sino que su cuñado se las había robado. Él informa que le digan al presidente Medina que el Doctor Escalante dice que no puede ir porque le robaron sus camisas. Y el presidente Medina pasa ahora al teléfono al explicarle lo que pasa: “Es el presidente Medina, ¿Puede usted decirme que pasa allí? Y él vuelve a repetir “el Doctor Escalante dice que no puede ir a reunirse con usted porque le robaron las camisas”. El presidente Medina expresa: - ¿Y usted que dice? Y Velásquez como el que ha repetido esta historia tantas veces vuelve a decir: “Yo digo que el Doctor Escalante dice que no puede ir porque le robaron las camisas”. La historia se hace amena. Pero es un espacio de nunca acabar. El Doctor Velásquez va y regresa desde su memoria infinita. Aquel encuentro vuelve a tomar aire, y conversamos de Páez y el uso de sus botas inglesas; de Juan Pablo Peñaloza que no doblegó nunca a sus ideas; de Luis López Méndez y como apretó para que se diera a conocer en el Táchira; de Eustoquio  y como este personaje le dio sentido de ciudad a San Cristóbal; de Emilio Constantino Guerrero y sus libros; en fin, me dio tantas palabras para escribir un nuevo archivo histórico, me dio tantas palabras para continuar escribiendo libros, me dio tantas palabras y quizá lo más bonito señalar, que no contaba con un amigo pues ya éramos amigos desde siempre.
          Por último expresó que en Venezuela cualquiera puede ser político, casi todo el mundo tarde que temprano llega allí, pues no hay otra manera de ser. Y estas confidencias sólo son una parte, pues vienen muchos encuentros más, les repito eso a ustedes amados lectores, pero sólo Dios sabe cuando será ese momento. Mañana mismo, a finales de agosto como esta pautado, dentro de diez años. Dios lo sabe.



Nuevo encuentro con el Dr. Ramón J. Velasquez con José Antonio Pulido Zambrano
el viernes 09 de septiembre del 2011