*José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira
-Púyale pa´ arriba – me dijo Don Apolinar un día que se pierde en el tiempo. Yo le pedí que me contara un cuento de camino y me relató lo siguiente:
“Hace mucho tiempo en la época de mi General Gómez, cuando yo era uno de sus soldados, sucedió un extraño caso por allá en el caserío La Costa.
Una noche de esas que no se duerme, por estar moliendo caña en el trapiche para hacer la panela.
Aquella noche sólo habían quedado cuatro obreros, ya que era la ultima molida y ya casi se había terminado toda la caña, entre los obreros de esa trágica noche había un muchacho del cual no recuerdo ahora el nombre, lo cierto era que ese muchacho no se metía con nadie, lo trataban como el bobo de la aldea.
Las risotadas no se hicieron esperar, aquellos trabajadores se burlaban a cada instante de aquel muchacho.
Se cuenta que ya pasada las doce de la noche, se aparecieron en aquel trapiche tres hermosas mujeres.
Los obreros dejaron sus quehaceres y empezaron a cotejar a aquellas damas, pero el muchacho sintió recelo y un poco de miedo, por lo cual se alejó de la parrilla donde se sacaba la miel de la caña y se colocó al lado de los bueyes, ya que el trapiche era movido en aquella época por estos animales.
Las mujeres empezaron a juguetear y seducir a aquellos tres hombres ciegos por el placer, no les importó nada, cada hombre se llevó a una mujer.
Gemidos y suspiros se dejaban escuchar aquella noche. El muchacho temiendo que eso era algo del maligno, se metió debajo de los bueyes, a los que se consideraba animales santos y de protección, pues esta clase de animales habían sido los ayudantes de San Isidro Labrador.
Pasada una hora o más, se escuchó varios alaridos en aquel trapiche.
El joven no se atrevió a salir de su escondite.
Al instante observó a las tres mujeres manchadas en sangre, que daban círculos alrededor de la yunta de bueyes, e invitaban al muchacho a salir y entregarse al placer. Una de ellas le mostraba su cuerpo totalmente desnudo.
Pero el joven que era prudente y no tenía nada de bobo como otros pensaban, espero allí a que amaneciera. Vio en esas mujeres algo que no andaba bien.
A punto de amanecer, el joven observó como las mujeres habían cambiado las expresiones de su rostro y llenas de ira y rabia le gritaban injurias y maldiciones, en sus ojos brotaban relampagueos de candela.
Cuando un gallo cantó a lo lejos anunciando el amanecer, aquellas mujeres desaparecieron del trapiche.
En ese instante, cuando no vio peligro, el joven bajó al pueblo, buscó al jefe civil y al sacerdote de Queniquea, el Padre Moncada, estos subieron de inmediato y encontraron en el sitio tres cadáveres sin sangre.
El sacerdote bendijo aquel lugar, luego mandó a que aquel trapiche pereciera bajo el manto de las llamas”.
Después Don Apolinar se despidió de mí con una palmada en las espaldas y así terminó su historia.