*José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira
Ya era de tarde, el viento se precipitaba sobre los pinos, el frío del páramo estaba cayendo con la neblina, era el año de mil novecientos veinticuatro, era eso de las seis y media, estaba ya oscureciendo, y al páramo El Zumbador no había llegado ningún transeúnte.
Don Ernesto Santander esperaba con paciencia un compañero de camino, pero las horas habían pasado en vano y nada que se veía venir a alguien para hacer la travesía al pueblo de San José de Bolívar.
Don Ernesto empezó a tocar las puertas de las casas cercanas para pedir posada, más nadie le abrió a ese forastero.
Don Ernesto miró de nuevo su viejo reloj que había pertenecido a su abuelo. Era ya muy tarde. Tendría que esperar hasta el otro día para bajar a San José de Bolívar, le tocaría dormir a la intemperie, por suerte llevaba su ruana.
Don Ernesto empezó a tocar las puertas de las casas cercanas para pedir posada, más nadie le abrió a ese forastero.
Don Ernesto miró de nuevo su viejo reloj que había pertenecido a su abuelo. Era ya muy tarde. Tendría que esperar hasta el otro día para bajar a San José de Bolívar, le tocaría dormir a la intemperie, por suerte llevaba su ruana.
Dentro de sí se dijo:
- Cómo me gustaría irme ahora, así tuviese que irme en el mismísimo carro del diablo.
Para esta época la construcción de la carretera estaba en las manos de reos y presos, bajo el mandato del decreto del benemérito Juan Vicente Gómez. A lo cual nadie se arriesgaba a viajar por allí de noche.
Don Ernesto levantó su semblante y divisó entre la neblina los faros de un automóvil que se acercaba, el automóvil era todo negro, en el capó había una calavera de plata, a don Ernesto Santander se le estremeció el alma por lo que instantes antes había acabado de pensar.
El automóvil se paró frente a él, un caballero alto, de piel fina y blanca le preguntó:
-¿Hacia donde se dirige amigo?
-Voy pa´ San José de Bolívar, si usted me llevara, pero para allá no hay camino -contestó don Ernesto Santander un poco receloso ante aquel extraño.
-Móntese amigo, yo lo llevo y allá me paga.
-Ya le dije que para allá no hay camino.
-Pero lo llevó hasta donde pueda.
-Ya le dije que para allá no hay camino.
-Pero lo llevó hasta donde pueda.
Don Ernesto sigiloso montó en aquel automóvil, y no había terminado de acomodarse cuando el extraño chófer le dijo:
-Puede bajarse Ernesto, ya llegamos.
Don Ernesto quedó pasmado y frío, bajó del carro, las piernas le temblaban pues estaba frente a su casa, a un lado de la plaza Bolívar y el chófer volvió a dirigirle la palabra.
- Bueno hasta acá llegué yo, me regreso , pues usted me invitó nada más a que lo trajera, no dijo que me quedara.
-¿Cuánto será la carrera?
El diablo le contesto:
- Deme una morocota Ernesto, con eso basta por ahora.
Don Ernesto sacó de su bolsillo una bolsita, saco una moneda y le pagó. El diablo le dio vuelto, cinco monedas. El automóvil salió del pueblo por la calle central y desapareció en la espesa niebla. El diablo en cuestión de segundos había trasladado a don Ernesto Santander del páramo El Zumbador a San José de Bolívar.
Al otro día cuando don Ernesto Santander en su bodega fue a dar vueltos, al sacar del bolsillo las cinco monedas que le había dado el diablo se encontró que en su lugar había cinco uñas largas y negras.
Don Ernesto Santander
(Archivo de la revista Riobobense).-