miércoles, 13 de enero de 2010

LOS CUENTOS NOCTURNOS DE LA ABUELA

*José Antonio Pulido Zambrano
Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira

Abuela María Isabel Zambrano Zambrano

Cuando fui niño, era costumbre que cada noche me acercaba a mi nona María Isabel para que me relatara algún que otro cuento de espantos. La abuela fue el primer libro por mi leído. Como un viejo y sabio manuscrito egipcio, mi abuela escogía de su repertorio uno que otro relato de su prodigiosa memoria.
Otros días, cuando caminaba a su lado para dirigirnos a la vieja casona que ella tenía en la aldea San Rafael, mi abuela me iba describiendo el pasado del pueblo, la aldea y el caserío y así ella fue moldeando en mi el escritor o ladrón de historias en que me he convertido al pasar de los años. La casa de San Rafael tenía en la entrada un árbol de cacao, del cual una o dos veces al año la abuela lo preparaba de manera magistral. Luego había que caminar desde la carretera hasta la casa unos cien metros. La casa nos recibía con un gran patio donde se doraba el café al sol en tiempos de cosecha. Al lado izquierdo estaba el molino de moler el café después de ser recogido de las plantas seguido de dos arboles de achiote (Onoto). La casa tenía un cuarto, la sala, la cocina de leña y el aposento. En el corredor había una gran mesa de madera y dos bancas. Por la parte de atrás de la casa estaba el lavadero y dos grandes matas de aguacate. Había cantidad de matas de guineos y al fondo en medio de un pantanal un árbol de tótumo.


Cacao.- (Foto Archivo Fundación Pulido).-

A veces cuando viajaba a Queniquea a visitar a la tía Flor, esperaba con ansias a mi nonita, que me iba a traer un caramelo (Vaca vieja) o el famoso pan tostado para saborearlo con el café de aquella tarde mágica cuando ella regresaba y hacía de mi mundo de sueños un mundo real.
Mi abuela siempre mantenía en los bolsillos de su abrigo muchos caramelos y antes de empezar una de sus tantas narraciones nos obsequiaba a todos un dulce; a Pedro, Nixón (a quien mi abuela llamaba Ciriaco por lo tremendo), Luis Ratón y a María Isabel, la nena. Lucerito aún no había nacido.
En ocasiones la abuela me hablaba de su infancia, como ella quedando huérfana de diez años crío al lado de tío Rafael a sus hermanos, como tío Rafael ganó su primer jornal en una tarde soleada, y que al terminar la labranza empezó a jugar una partida de naipes y les ganó a todos, con ello compró una cabeza de cochino para la cena de aquel día que se pierde en el tiempo, de igual manera nos hablaba de las aguamieles de caña en los días que no tenían nada que comer.
Luego me contaba de su hijo, tío Baudilio, quien murió muy joven, él en las tardes se recostaba en el corredor de la vieja casona en la aldea de San Rafael y empezaba a entonar y a crear canciones con su viejo requinto.
La abuela María Isabel luego se retiraba a dormir hasta el otro día, para continuar con sus enseñanzas llenas de amor y gran ternura, nos daba un beso de despedida en la mejilla y todos a la cama, a soñar con la abuela y con todos aquellos personajes que brotaban de su dulce boca.