lunes, 13 de septiembre de 2010

UNA VIDA Y DOS MANDADOS: DON ATILIO ROA CONTRERAS

Por: José Lubin Pulido Chaparro


El fogón estaba encendido. La lámpara de kerosén, que colgaba del techo, proyectaba sobre la habitación un brillante resplandor. Afuera, llevaba lloviendo dos días. Allí nació este escrito a Don Atilio.
Don Atilio Roa Contreras nace en el caserío La Costa de esta población, el 21 de octubre de 1920. Sus padres fueron los distinguidos esposos: Don José Pascual Roa y Doña María Antonia Contreras. Su padre vino procedente de Lobatera a radicarse en esta comunidad de San José de Bolívar en busca de nuevos horizontes. Su profesión agricultor lo llevó a adquirir una pequeña finca que sería la morada de sus futuros descendientes. Su madre una noble mujer, dedicada a los deberes y obligaciones que caracterizó a las mujeres de aquella época, llena de vicisitudes de la Venezuela rural. Era descendiente en grado de nieta de Don Rafael Contreras Duque, uno de los fundadores del pueblo San José de Bolívar, aquel 15 de febrero de 1883. Estos distinguidos esposos fueron formados en la fe católica, que supieron transmitir a sus hijos; pero no sólo legaron esta noble virtud, además los orientaron en el trabajo agrícola, el amor por el campo como base fundamental para su precario desarrollo económico. El desarrollo de nuestro país estuvo basado en el campo, está y estará basado en el campo.
Transmitieron como deber fundamental: La palabra, cómo documento para cumplir sus obligaciones y promesas, pero sobre todo la honradez, que con el transcurrir del tiempo moldeó a Don Atilio un hombre probo, vertical y noble. Tuvo cuatro hermanos: Lucía, Virginia, Rosario y Francisco; con quienes compartió sus años de infancia y adolescencia: en sus quehaceres de la vida rural que los hizo hombres y mujeres aun siendo niños. Un 22 de octubre de 1947, un día después de su cumpleaños se desposa con la joven señorita Juana del Carmen Duque, quien fue conocida en su vida por Ramona. Nieta de otro de los fundadores de este poblado: Don Miguel Franchescony. Hija de Don José La Cruz Duque, honorable trabajador del campo y de Doña María Alejandra Pérez. Estos nuevos esposos siguen el ejemplo de sus padres, dedicados al trabajo del campo. Forman una hermosa y distinguida prole conformada por sus hijos: Cecilia, Rafael, Rita, Ana, Alicia, Heriberto, Gerardo, Mireya, Nelly y Gladis a quienes orientan y forman atendiendo a sus costumbres tradicionales: su fe católica y en los trabajos de campo: ordeñar las vacas, cuidar los becerros, aprontar la leña, alimentar y mudar de sitio a los cochinos, dar comida a los pavos y gallinas, sembrar pasto, coger café, aprontar la molida.
El trabajo cotidiano eran los juegos de infancia de estos niños laboriosos. A Doña Ramona y Don Atilio les preocupa el futuro de sus hijos, colocan a sus hijos mayores en la escuelita rural para que aprendan a leer y a escribir. Con sus escasos recursos que jamás despilfarraron y con ayuda de sus familiares los envían a Caracas para que continúen estudiando y así uno a uno, sus hijos se enrumban en nuevos derroteros.
Para Don Atilio su mayor satisfacción, orgullo y gloria fue ver a sus hijos graduados de profesores y a menudo repetía este hecho. En el tiempo que compartí familiarmente con él, hablamos de sus hazañas y labores del campo, recordaba los trabajos con bueyes: el arado para los sembradíos o en el tiro para la carga de madera y en las moliendas de caña, con peones muy trabajadores y nada exigentes y el buen puntal al fin del día.
Muchas veces me dijo: “Ese maicito que sembré en el solar si esta bueno, claro estuve pendiente del riego y del abono, la yuca esta de lo mejor tiene de diez a doce yucas por mata, es una bendición, gracias a Dios y a las benditas animas. Los becerros que compró Heriberto son pardo con cebú, muy buenos si Dios quiere salen para marzo del año entrante, Dios se los cuide. Mire mijito si va a capar el caballo la semana que viene es menguante, cápelo el viernes en la mañana y vera que no se hincha ni le caen los gusanos”.
Se emocionaba cuando alguien y sobre todo cuando algún familiar surgía en las faenas del campo: “El compadre Pedro Contreras es uno de los mayores productores de Los Paujiles, está sacando 300 litros de leche diarios, es una bendición, Dios le ayude y lo proteja. El compadre Pedro Duque se compró un finconon en El Nula, para allá se fue la mujer es muy trabajadora t está amañada, Dios lo proteja, están ordeñando 40 vacas, las benditas animas les cuide los animalitos”.
Así todo lo que le relacionaba y recordara su vida campesina le emocionaba y lo transmitía con agrado. En cada momento bendecía a sus hijos y rogaba a Dios que cuidara de sus nietos y bisnietos con fe ferviente. Su palabra un documento, parco y reflexivo en su hablar; alegre, jovial y espontáneo, la música de cuerda le emocionaba de manera enorme. Amigo de los amigos.
Con la muerte de Don Atilio y de muchos hombres y mujeres de este pueblo se van acabando algunas de nuestras costumbres: el uso del sombrero, el uso del palto, el “Don” y “Doña” que la comunidad ha sabido dar con esa sabiduría popular que les caracteriza, a quienes realmente lo han merecido; por sus méritos en el trabajo, la honradez, el respeto, la puntualidad, su personalidad demostrada a través de los años. En ese devenir del tiempo transcurrió su larga y venturosa vida, fue un hacedor de la historia de este municipio Francisco de Miranda.
Con la muerte de Don Atilio se va otro amigo verdadero de este pueblo, se va con él las palabras perdidas de nuestra historia que no se pudieron escribir, se va con él un pedacito de nuestro pueblo. Estas palabras, palabras y más palabras a la memoria de Don Atilio Roa Contreras.

“El hombre honesto nunca muere”.