Recuerdo haber leído en algún lugar que la universalidad de una obra radica en un espíritu verdaderamente local. Esto es, que entre más identificada esté la obra con el terruño del autor tanto mejor podrá expresar su pertenencia al género humano. También es como si dijéramos que entre mejor se comunique un escritor con sus vecinos cercanos, mejor lo entenderán los extranjeros desconocidos.
En esta elegante paradoja cabe una interminable lista de interpretaciones, que van desde la profundidad del referente hasta la calidad de la obra propiamente dicha. No obstante, su validez es incuestionable. Cuando un autor es capaz de conciliar en su obra el espíritu de su pueblo y las claves de la estética artística su trascendencia en la historia de la literatura puede ser significativa. Como ejemplo podríamos poner los Cien años de soledad o Pedro páramo.
Esto quizá tenga que ver con el origen mismo de nuestra necesidad de perpetuar el tiempo en la palabra, cuyo primer modelo artístico fue la literatura oral, la cual siempre ha estado constituida de la sabia esencial de los pueblos y su imaginario.
Sea cual fuere la razón, esta idea viene a cuento porque en el marco de la celebración del Día del Libro y el Idioma, organizado por el Departamento de Español y Literatura y el GILAC se presentó un libro que tiene mucho que ver con esto de lo local y su trascendencia: Criaturas de la noche en el Río Bobo, escrito por nuestro amigo y profesor José Antonio Pulido Zambrano, y editado por la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses bajo el número 192.
En realidad, la presentación del libro estuvo a mi cargo, en gran medida como consecuencia de ese azar inexplicable que rige todas las cosas. Mis palabras en ese momento quizá adolecían de premura, pues leí el texto con poca anticipación. No por negligencia, el mayor de mis defectos, sino porque el libro había sido presentado la noche anterior en la Peña Literaria “Manuel Felipe Rugeles”. Ahora con más tiempo y luego de una segunda lectura, me doy cuenta de que estoy de acuerdo con casi todo lo que dije allí, así que bien podría reproducir aquellas observaciones a modo de reseña informal para presentar nuevamente el libro ante potenciales lectores tanto suyos como de este sitio. Obviamente, no voy a transcribir mi intervención, oral, accidentada, nerviosa, pero trataré de exponer aquí los aspectos que pude percibir en ambas lecturas y su pertinencia en el acercamiento al libro.
El origen del libro es parte de la profunda identificación que José Antonio tiene con su pueblo natal, San José de Bolívar. De hecho, podría decirse que es una de las tantas facetas que tiene un trabajo mucho más amplio de rescate, preservación y difusión de la identidad riobobera que ha dado como resultado la revista El riobobense o el blog Riobobense: El carpintero de la montaña azul.
Nace esta obra, pues, de una investigación, a veces empírica, a veces científica, de las raíces que definen a San José de Bolívar como uno de los pueblos emblemáticos de los Andes tachirenses, en gran parte gracias a su pertenencia a ese amplio legado de la literatura oral andina, mítica y fantasmática.
De esto se desprende que sus características literarias no disten mucho de otras publicaciones de la misma temática, como la archiconocida serie Leyendas del Táchira, de Lolita Robles de Mora, o la compilación Cuentos populares del Táchira, a cargo de José Francisco Velásquez y Elí Caicedo, de más reciente publicación.
En términos generales, Criaturas de la noche… está conformado por un conjunto de relatos sobre santos, aparecidos y pactos diabólicos, que combinan tanto la transcripción textual como la recreación literaria. Al inicio del libro encontramos además un prólogo que nos sitúa en el área de la literatura del horror desde un enfoque semiótico-psicológico, que nos prepara para relacionar los cuentos subsiguientes con una compleja tradición latinoamericana y mundial asociada al terror y el horror como referentes de la literatura popular.
Como particularidad del libro frente a los otros títulos mencionados más arriba podríamos encontrar, en primer lugar, la presencia inicial de tres cuentos no vinculados a entes malignos. Velásquez y Caicedo explican en el estudio preliminar de su compilación que la literatura oral tiende a centrarse, casi exclusivamente, en representaciones del mal, como almas en pena o el propio Lucifer. “La imagen del Santo Patrono: San José”, “Unos pies de barro” y “Unas alpargatas decidieron nuestros límites” presentan un contenido fundacional, que puede interpretarse más bien desde una visión mítica, ya que explica el origen de algunos rituales y creencias que definen la vida actual del pueblo.
En este mismo sentido, otra particularidad estaría relacionada con la imagen del Diablo, a quien en la mayoría de sus apariciones (es el personaje con mayor presencia en el libro) resulta un ser bondadoso, servicial y atento. A diferencia de otras recopilaciones de esta materia, en las cuales siempre se asocia a Satanás con algún trato leonino con el que pretende arrebatar el alma a algún incauto, en las Criaturas de la noche… de José Antonio, se nos muestra haciendo favores a cambio de nada, “bendiciendo” las fiestas y aconsejando a un imprudente para salvarle de un final trágico.
En este aspecto, me gustaría agregar que la imagen de la contraparte divina siempre ha llegado a nosotros desde la visión clerical, la cual se ha encargado de adjudicar a él y sus acólitos el origen de los pecados y las maldades. Al contrario del mundo grecolatino y los pueblos paganos, en los cuales se asociaban divinidades con las acciones humanas y naturales, pero sin establecer un límite determinado del Bien y el Mal. Los dioses podían ser protagonistas de acciones tanto buenas como malas, dependiendo de la situación particular. Es posible que el imaginario local de San José de Bolívar, partiendo de esta naturaleza profana, haya preferido ver en el Diablo una divinidad pagana, que en ocasiones puede ser víctima de los hombres. Pongo como ejemplo el cuento “Llamando al Diablo”, en el que no sin humor nos relata:
Hay quienes afirman que el Diablo está quebrado, pues las personas que le han vendido el alma, hacen un trato por siete años para disfrutar de tal riqueza, y minutos antes de cumplirse el trato se introducen en una iglesia y rezan una plegaria, se arrepienten y piden a Dios que los perdone [con lo cual] el Diablo pierde el trato y el dinero aportado. Ya Lucifer no cree en las personas que a menudo lo invocan, ofreciendo su alma en busca de una fortuna fácil… (p.68)
Como puede verse en este pasaje, la intención de José Antonio no es sólo acercarnos a su experiencia como oyente de estos relatos, sino que se cuida de mantener viva la voz que los contó, una voz que la mayoría de las veces tiene nombre (su abuela María Isabel, don Ernesto Santander, Elvidio Márquez, entre otros), pero que también puede ser una colectiva y anónima (“hay quienes afirman”), en la que después de todo descansa la responsabilidad de perpetuar la tradición oral.
En la presentación el Día del Libro, dije para cerrar mis palabras de presentación que daba como claves para leer las Criaturas de la noche…, primero, una lectura fragmentada, seleccionando uno o dos cuentos por vez, para ir descubriendo poco a poco cada historia como hizo el propio José Antonio; y, segundo, usar la noche para mantener la atmósfera que beneficia el efecto terrorífico. Quizá esta segunda clave la dé desde mi espíritu de lector lleno de fantasmas y ficciones, y es este mismo espíritu el que me pide agregar una clave/recomendación más a esta reflexión escrita: No leer las Criaturas de la noche… solos, sino procurar leerlas con alguien más para que así se perpetúe el espíritu literario de compartir la soledad que las engendró.
Por: Bernardo Navarro.
Verba Dicendi
http://gilac-ula.blogspot.com/2011/05/las-criaturas-nocturnas-de-jose-antonio.html