Argenis Elias Vivas Becera, Sonia Ines Santander Pulido, Gilberto Eloino Zambrano Rojas, Lucinda del Carmen Urbina Colmenar, Ana Jaimes (+) y Ciro Humberto Pérez Parra.
Cuando el padre Juan Francisco Santos arribó a San José de Bolívar a finales de 1976, venía cargado de entusiasmo, espiritualidad y una gran vocación de servicio, venía de participar en una experiencia pastoral en un pueblito de Mérida llamado “Belén”, en donde había fundado, con un grupo de jóvenes, una revista llamada 2000. Venía, además, con una enorme expectativa sobre lo que le podía deparar ese pueblito tan pequeño, retirado de San Cristóbal, con una carretera de tierra que se perdía como una enorme serpiente entre la neblina y del que tan elogiosamente se había expresado Monseñor Fernández Feo, cuando le dijo: “Mira Juan Francisco, no es la parroquia que yo hubiera querido darte, pero es la parroquia donde yo hubiera querido estar, si no por lo menos haber nacido allá. Yo hubiese querido haber nacido en San José de Bolívar. Me gusta mucho ese pueblo”.
Llegó a San José de Bolívar en un trajinado Maverick, un día en que irradiaba un esplendoroso sol de montaña; los feligreses lo recibieron con regocijo, como siempre han recibido a todos los sacerdotes que llegan al pueblo. Sin embargo, Juan Francisco resultó ser un sacerdote especial, desde ese mismo momento mostró una gran bondad para desempeñar el oficio sacerdotal, una humildad que no era fingida, sino que se desprendía de su personalidad de manera espontánea, así como una vocación de servicio inagotable y sin límites. A los pocos días se compenetró con los cristianos devotos de la comunidad, con los señores y señoras que regularmente iban a la iglesia, pero no se conformó con atender espiritualmente a los que asistían siempre a misa, sino que empezó su misión pastoral estableciendo vínculos con todos los miembros de la comunidad y, en especial con la juventud, su mayor preocupación y desvelo.
La juventud ocupó un lugar destacado en
las prédicas dominicales, a nosotros se dirigía siempre en un lenguaje sencillo
y claro, apoyado en ejemplos, en vivencias propias y con un toque de humor
ligero e inteligente, que le permitía rápidamente conectar con sus oyentes.
Nunca se le oyó amenazar con el infierno y el purgatorio u ofrecer a cada
momento el cielo como justa recompensa al que se portara bien. Mostraba caminos
y orientaba con palabras sabias sobre los temas de la vida: el amor, el perdón,
la justicia, la libertad, la bondad con sus semejantes e insistía en que la educación
era el camino que los jóvenes de una comunidad agrícola, perdida en el mundo,
donde prácticamente sólo llegaba la radio, tenía para progresar y avanzar en la
vida.
El Padre Santos llegó a San José de
Bolívar, como le dijo en una de sus últimas entrevistas al joven historiador
José Antonio Pulido, con la pasión de la escritura “como una necesidad de
vida”. A los pocos meses, ya había puesto a circular una revista sencilla: Ensayo, casi rudimentaria, impresa en un
viejo multígrafo, que nos la dio para que la vendiéramos en la iglesia un
domingo de marzo del año 77, a
un costo de medio y que rápidamente se agotó. La revista nació como una “publicación
juvenil, diseñada para el entretenimiento y la siembra de inquietudes”.
Juan Francisco Santos
En el editorial del primer número,
define “la criatura” que estaba
naciendo: “ENSAYO, como su nombre lo indica, es intento, entretenimiento,
oportunidad de superación”. Y continuaba definiendo su orgullosa criatura: “No
hace falta repetir que “ENSAYO” quiere ensayar, cortar de raíz el orgullo. Pero
no con menor firmeza “ENSAYO” quiere liberar - ojalá lo consiga- del pecado de
la pasividad”.
Y vaya que lo consiguió, muchos jóvenes
que habíamos colaborado vendiendo el periódico, por la insistencia del padre,
comenzamos a emborronar cuartillas y a presentarle uno que otro texto que con
amabilidad y paciencia revisaba: corregía ortografía, aclaraba frases y las
transformaba en colaboraciones publicables.
Las sucesivas camadas de jóvenes que
incentivó a escribir y que colaboramos con él en una diversidad de temas fueron
siempre uno de sus grandes orgullos. Nunca rechazó un texto por problemas de
escritura, si había fallas, él las ayudaba a solventar, nunca impuso una línea
editorial y jamás permitió que las diferencias políticas, propias de la
comunidad, trascendieran al ámbito de la revista.
En los editoriales de los 15 números, en
las “Crónicas de San José de Bolívar” firmadas por “Cronicón”, en el “Semáforo” y en el “Consultorio
Sentimental”, se reflejan las vivencias y los principales acontecimientos de
estos “años dorados”. Por una parte, es el sembrador de valores y de principios
en la juventud, el cronista que registra magistralmente los acontecimientos de
su tiempo, el sacerdote que responde con franqueza las dudas espirituales de
los feligreses y, por la otra, el luchador social que plantea, sin ambages, los
sentidos problemas del pueblo y de las aldeas.
Nos dice en sus editoriales: “es hora de
despertar”, “hay un sueño enfermizo, que
se mete en las entrañas del ser”… “Es el sueño del no hacer, el sueño de no
anhelar, el sueño de no arreglar las cosas, el sueño de encogerse ante las
dificultades, el sueño de las paces con la pobreza y hasta con la miseria, el
sueño del atraso y la incultura, el sueño de la inercia”… “Si en San José de
Bolívar hay atacados de este sueño, es preciso sacudirlos, agitarlos, gritarlos”…
Nos dice que “es bueno equivocarse”,
“pobres de aquellos que no se equivocan”, “pobres de los que todo lo hacen
bien”, “dichosos los que tropiezan y ven sus defectos, y por sus defectos se
reconocen humanos. Los asnos no padecen equivocaciones” y les dice a los
jóvenes: “No tengan miedo a los errores. Tengan miedo a no hacer nada”.
Nos alerta sobre la necesidad de construir
y nos dice: “En San José y fuera de San José hay mucho que construir en la
línea de la educación, de la toma de conciencia”… “Destruir es la cosa más
fácil del mundo. Construir, aunque consolador, es tarea de esforzados, de
animosos y valientes”.
Es una constante en sus editoriales la
siembra de inquietudes y valores en una comunidad conformada por gente buena,
trabajadora y luchadora, pero que el lento transcurrir del tiempo, el frío de
la montaña, el “michito” andino, nos dejaba caer, a veces, en un estado de quietud
y modorra que ameritaba, en ciertos momentos, un sacudón.
En los cuatro años de vida de Ensayo se observa una constante lucha
por la búsqueda de soluciones a los problemas del pueblo. Cuando se paralizó el
asfaltado de la carretera a El Zumbador en nuestra población vecina de
Queniquea por razones presupuestarias, el Padre clamaba en sus editoriales:
“¡No nos castiguen, por favor!”… “Los vecinos de San José no somos tan malos
como para que nos castiguen”… “Nos quieren cortar una vía de progreso. Nos
quieren castigar a dejarnos sin carretera pavimentada”…
Esta lucha constante en la búsqueda de
soluciones a los problemas del pueblo se va a reflejar en todos sus escritos. En
las crónicas se puede seguir, día a día, el avance de la carretera que el Ejecutivo
reanudó como consecuencia de las luchas de los habitantes del pueblo; el
avance, parálisis, reanudación de obras de la Medicatura; la lucha por la
pavimentación de las calles, que cada vez que llovía se convertían en un río de
agua, barro y piedras; la lucha por la electrificación de las aldeas; por
líneas telefónicas directas para reemplazar la central única de clavijas que
existía en casa de Don Heriberto Rosales; por la construcción de cloacas,
brocales y aceras de las calles; en fin, por un conjunto de problemas que
desvelaban a la comunidad.
También se expresaba la alegría por las
obras que se iban concluyendo; se empezaba a soñar con que San José se
convirtiera en un importante destino turístico por los enormes atractivos
naturales con que cuenta; con que las praderas de pastos naturales, con
vaquitas de tres y cuatro litros de leche, dieran paso a sistemas más
productivos y modernos; con la creación de cooperativas y asociaciones de
productores; con la creación en el Liceo de una Escuela Agropecuaria y con una
Medicatura que efectivamente prestara un buen servicio de salud.
Se reseñan las varias visitas del
gobernador Ricardo Méndez Moreno, del presidente Carlos Andrés Pérez y de los
candidatos presidenciales en las elecciones de 1978: Luis Herrera Campins y
Luis Piñerúa Ordaz. Se destaca la enorme alegría que nos embargó a todos los
rioboberos cuando el profesor Pedro Contreras Pulido asumió la Gobernación del
Estado. Uno de los más ilustres hijos de esta comunidad asumía la jefatura regional
en un momento en que nuestro pueblo comenzaba a despertar.
El profesor Pedro Contreras Pulido no sólo
era un destacado intelectual, dirigente político, diplomático y brillante docente,
siempre fue un ferviente promotor del desarrollo del pueblo, un constante
luchador y un gran enamorado de su terruño. Cuando fue viceministro de
Educación aprovechó una de las circunstancias en que quedó encargado del ministerio
para presentarle al presidente Caldera la creación de dos liceos: uno en
Yaracuy y otro en Táchira, concretamente en San José de Bolívar. El Presidente
emocionado con el liceo en Yaracuy, su tierra natal, también le aprobó la
creación de un liceo para San José de Bolívar.
Profesor
Pedro Contreras Pulido
Desde Ensayo
también destacamos la visita que nos hizo el ilustre historiador, político e
intelectual tachirense Ramón J. Velásquez, quien aceptó ser el padrino de la IV Promoción de
Bachilleres en Ciencias del Liceo San José de Bolívar. El Dr. Velásquez nos
deslumbró con su sencillez, humildad y extraordinaria bondad, nos acompañó a la Truchicultura , al
acto de graduación y a la fiesta de grado. Compartió con el Padre Santos y los
graduandos en todo momento, contó vivencias y anécdotas de la historia nacional
y regional, de las luchas de Juan Pablo Peñaloza y Eustoquio Gómez librada en
las montañas andinas, en las zonas de Pregonero, Queniquea y San José de
Bolívar. Nos obsequió su libro Venezuela
Moderna con un mensaje escrito con su puño y letra, felicitándonos y
animándonos a seguir adelante.
La visita del Dr. Velásquez nos reconfortó
y nos dejó como hechizados por la posibilidad de un futuro que podía ser
promisorio. Después he tenido la
oportunidad de compartir durante muchos años con él en Caracas, ha sido para mí
como un padre, ha sido el amigo más cercano y con él que he contado siempre en
estos largos años que llevo viviendo en la capital, llena de oportunidades, pero
también de peligros.
Para editar Ensayo el Padre Santos siempre se apoyó en sucesivos grupos de
jóvenes de los últimos años del liceo que teníamos, una vez graduados, que
dejar el pueblo en búsqueda de nuevas oportunidades de estudio. Su objetivo no
solo era publicar la revista, sino que ésta sirviera de motivación para que los
jóvenes pensáramos, reflexionáramos y escribiéramos. Junto a los jóvenes contó
con el apoyo de los profesores del Liceo y el Grupo Escolar “Regina de
Velásquez”, quienes, provenientes de otras tierras, se integraron al pueblo en
su plenitud. Su labor docente iba más allá de las aulas para adentrarse en el
deporte, en la música, en la cultura, en la lucha por el desarrollo de la
comunidad y en la política.
El Padre Santos conformó un primer Consejo
de Redacción integrado por los jóvenes
Jorge Ramírez, Carmen T. Sánchez, José del C. Guerrero y Eladio Rodríguez, por
el profesor Manuel Suescúm, como ilustrador
y diseñador de las portadas, y el por él mismo, figurando como Asesor. Luego
incorpora a otros jóvenes y va progresivamente reemplazando a los que tenemos
que salir en la búsqueda de otros horizontes. Incorpora al profesor Arecio
Mora, Tulio Zambrano y Cledi J. Guerrero Jaimes y en la etapa final entran a
formar parte del consejo: Argenis Vivas, Nelsa Duque, Elda Pernía, José Ramón
Moncada y Eva Cárdenas.
Se
abordan desde las páginas de Ensayo
los más diversos temas. Se rescatan personajes del pueblo que habían dejado
huella como Don José Mora, Don Gumersindo Chacón o Don Atanasio Cárdenas. Se
escriben poemas a San José, patrono del pueblo, y a San José de Bolívar, para
resaltar sus bellezas y encantos, a los agricultores para homenajear su
dedicación y devoción y por supuesto, también al amor. El Padre Santos escribe
el Himno de San José de Bolívar. Se
rescata la historia local y se cuentan episodios casi anecdóticos de las
diferencias con Queniquea para establecer los límites y definir la preeminencia
eclesiástica y política; se cuenta una excursión a la Cimarronera que sirvió
para motivar a otros a descubrir la belleza inigualable de aquellos páramos; se
plantean las necesidades de las aldeas y se insiste en el abandono de Río Azul;
se aborda el tema del consumo exagerado de licor y se advierte del daño que
ocasiona en las familias, en la personas y en la juventud.
Hoy, quienes formamos parte de esa
experiencia editorial, recordamos con cariño aquellos “años dorados”, como los
definió José Antonio Pulido. Mas no podemos dejar de recordar dos jóvenes
extraordinarios que el destino apartó muy pronto de nosotros: José Manuel
Franciscony y Tulio Zambrano.
José Manuel fue un joven inquieto,
infatigable lector, destacado deportista, pintor y especialmente muralista, un
amante de la naturaleza y un apasionado de nuestro pueblo. Un joven soñador que
la despiadada delincuencia nos arrebató en el despertar de su vida, cuando
decidió abrirse camino en Caracas, una ciudad promisoria, pero avasallante.
Entre sus escritos, destacan unas preciosas coplas que le dedicó a San José,
tituladas Coplas para un Pueblo de
Fantasía, en cuya estructura va dibujando un pueblo de ensueño, enmarcado
en la bruma andina y por el que manifiesta su disposición a “luchar toda una
vida”.
Tulio Zambrano fue un entusiasta colaborador
de Ensayo, compañero de tertulias
políticas, históricas y literarias. Contrincante aguerrido en el ajedrez que
comenzaba a incursionar con fuerza en el pueblo; compañero de paseos campesinos
en los cuales ponía en marcha esa voluntad inquebrantable para superar las
limitaciones físicas que le ocasionó la polio que sufrió siendo niño. Brillante
estudiante, el mejor del curso y posiblemente el mejor del liceo en materias
como física, química y matemática. Tulio partió muy pronto, al poco tiempo de
haber obtenido simultáneamente los títulos en Administración y Contaduría en la Universidad de
Carabobo, cuando un amor despiadado lo sumió en una profunda depresión hasta
llevarlo a la muerte.
En algunas páginas de Ensayo se destacaba la labor de los que el Padre Santos calificó de
“Bienhechores del Pueblo” como la licenciada Emilcy Zambrano, Vicente Vivas
Chacón y el profesor Pedro Contreras Pulido, que ya referimos.
La licenciada Emilcy, desde la Dirección de Educación
de la Gobernación ,
no perdía oportunidad para canalizar cualquier iniciativa, proyecto, recurso,
beca para los estudiantes y cuanta ayuda fuera útil para el pueblo. Consiguió
que la revista se imprimiera en la Gobernación con un método más ágil y moderno. Por
ello el Padre Santos dice en su editorial del Nº 8, con una gran felicidad:
“Nos salieron alas. Nos sentimos más leves, más veloces, y a la vez más
seguros”. Habíamos dejado aparcado el viejo multígrafo para pasar a imprimir en
Offset.
Vicente Vivas Chacón, desde el Comité
Pro-Desarrollo de San José de Bolívar, ubicado en Los Teques, mantenía una
lucha permanente por la asignación de presupuestos para construir obras,
mejorar los servicios públicos y resolver los ingentes problemas del pueblo. En
las páginas de Ensayo aparece el
testimonio de esta lucha noble, desinteresada y fructífera por la solución de
las necesidades de San José. Allí también se reflejan las primeras
colaboraciones monetarias que recibió el Padre Santos para costear los
crecientes gastos de la revista, producto de las diligencias de Vicente entre
sus coterráneos ubicados en Los Teques y Caracas.
Los profesores, tanto del liceo como del grupo,
ocuparon un lugar destacado en las páginas de Ensayo, allí escribieron los profesores Gilberto Guerrero, Esperanza
Márquez, Freddy Parada, José E. Peñaloza, Efraín Vivas, Arecio Mora, Manuel Suescúm
y Orlando Mendoza, quienes en sus años de amplio transitar por San José de
Bolívar marcaron toda una época, tanto en las generaciones que contribuyeron a
formar como en la vida misma del pueblo. Esa fue una época de camaradería entre
alumnos y profesores, de participación entusiasta de los docentes en las
actividades culturales y deportivas.
El pueblo comenzaba a despertar y esta
revista produjo un chispazo que alumbró a muchos. Es verdad que el promotor
principal fue el Padre Santos, pero también es cierto que los jóvenes, los
profesores, los habitantes que vivían en el pueblo y en importantes ciudades
del país, la hicieron suya, la consideraron propia, y en los años que duró fue
un destello de alegría y de esperanza. Fue la pionera de otras publicaciones
que vendrían después: como la revista Riobobense:
El carpintero de la montaña que dirige José Antonio Pulido Zambrano y
Elvidio Márquez Guerrero; así como su página homónima
http://riobobenseelcarpinterodelamontanaazul.blogspot.com y la página de
Internet llamada: www.rioboberos.com que construyó y ha mantenido con gran
entusiasmo desde Alemania, el joven informático y experto en robótica Adalberto
Pérez Salas, hijo también de esta tierra.
El las últimas ediciones de ensayo se comenzaba a vislumbrar el
progreso que tendría en los siguientes años el pueblo: La fecha del centenario
se veía cerca y se soñaba con una gran celebración y un gran reencuentro de
rioboberos, que los hijos de San José residenciados en otras regiones del país
se reencontraran para compartir esta alegría juntos, como efectivamente terminó
siendo. Se vislumbraba el gran desarrollo que iba a tener la ganadería de
altura, con la introducción por parte de la Corporación de Los
Andes del modelo UPJ (Unidad de Producción Joque). Una modalidad que permite
que en una hectárea de tierra puedan alimentarse cuatro vacas con un sistema
rotatorio de potreros. Este sencillo sistema, acompañado del suministro, a crédito,
de vacas de alto rendimiento lechero, provenientes de Canadá y Nueva Zelanda,
revolucionó los sistemas de producción agropecuarios y mejoró notablemente la
calidad de vida de la población. Se soñaba con el desarrollo del turismo y con
la construcción de posadas para recibir a los que comenzaban a visitar al
pueblo, labor que ha venido materializándose en estos últimos años.
Desde que salió el último número de Ensayo
han transcurrido más de 30 años; su fundador, el Padre Santos, acaba de
fallecer hace tres años en la ciudad de Caracas. Las sucesivas hornadas de
jóvenes que participamos en la redacción de la revista ya somos hoy unos
señores de mediana edad, pero a pesar de los avatares de la vida y de las
experiencias en los diversos campos profesionales, mantenemos ese grato
recuerdo sembrado en lo más hondo de nuestras almas. Ese grato recuerdo de
haber compartido una experiencia maravillosa, enaltecedora y edificante en uno
de los pueblos más bellos de Los Andes venezolanos.
RAMÓN ELVIDIO PÉREZ PARRA