Todo mi pueblo, desde que se tiene memoria de los ancestros, ha sido cristiano. Salvó en 1934, que al pueblo llegaron unos gitanos, y allí murió uno. Los habitantes estaban sorprendidos por el ritual del entierro. Cuentan los más viejos, que las mujeres de este grupo iban por delante del difunto lanzado cubetas de agua por las calles. En la prefectura quedaron grabados dos nombres: Yon Yoryoviche e Yca Teodoroviche. No sé hasta qué punto este muerto era gitano, pero en el libro de Actas de defunción fue enterrado con el nombre latino de Pedro Romero. Mi pariente Conrado, que ya pisa los 90, me dijo que ellos – los gitanos - siempre usaban dos nombres. Ese es quizá, en el pueblo, el único muerto extraño en el cementerio. A veces me pregunto, y leyendo los libros del maestro Briceño. Si sólo a los que nacemos en pueblos lejanos – en el aislamiento - nos ocurren estas vainas.
De niño recuerdo una escena
memorable con mi madre. Ella ha sido toda la vida catequista, encargada de
enseñar a los párvulos algunos elementos religiosos condensados en el Catecismo
Cristiano. Un día mirando el libro de Geografía General de Levi Marrero observe
una imagen del Universo. En mi disertación de niño me preguntaba quien había
tomado esa foto. ¿Quién era el fotógrafo? Y se me ocurrió preguntarle a mi
madre que si el fotógrafo que había tomado aquella imagen era Dios. Creo que de
niño sólo se me ocurrió pensar eso. Mi madre sólo me contesto: - No diga esas
cosas, que eso es pecado. Su explicación lógica fue que la imagen la habían
tomado desde un telescopio. Eso me llevó quizá a otra pregunta. Y como todo
niño preguntón: - Mita, entonces, nosotros no estamos en ese Universo. Y, hoy
leyendo “Dios es mi laberinto”, el Dr. Briceño en la página 58 expresa “el
universo es una ilusión”.
Mi madre creo, porque ahora
ese recuerdo se muta con otros, me dijo que eso me pasaba por estar viendo
televisión. A mi pueblo el primer televisor a color había llegado en 1981, yo
tenía 6 años. A usted maestro le dirían Kabir, Kabir, para de sufrir. Imagino
que a mí me dirían: José Antonio, José Antonio, si sigues así no tendrás
retoño.
¡Claro! Que también pudo
haber ocurrido que mi madre, jugando YO con ese trastrocamiento de los tiempos
como escritor, me respondiera otra cosa. Voy a imaginar que me expresó lo que
el maestro Briceño refleja en la página 57: “Según mi mamá, yo no tenía edad
para pensar esas cosas”.
Con los días empecé a leer,
pero ya había empezado a leer con imágenes desde la televisión. Quizá mi madre
tenía razón y el mago de la cara de vidrio me hacía ver enanitos verdes por
todos lados.
Mis primeros libros de
lectura, como he dicho tantas veces fueron dos. Los únicos que había en mi
hogar. Uno era la biblia, y el otro un Recetario de comida internacional. En mi
suposición de futuro tal vez imagine que sería o cura o un chef.
Tenía un padrino que me
decía que quién leía la biblia completa con el apocalipsis se podía volver
loco. Yo considero que no termine loco porque leí la Biblia como una novela de
aventuras. Allí supe por primera vez que era un soñador por llevar el nombre de
José, y ser contrario a muchas cosas por ser Antonio. Para mí, mi primer libro
tipo señor de los anillos fue la biblia: Dioses, ángeles, gigantes y paren de
contar. Hoy al leer “Dios es mi laberinto”, observo que esa literatura
comparada que me llevó con los años la lectura no esta tan fuera de orden. Tal
vez no era tan descabellado esas locuras juveniles de: “Zeus nuestro, que estas
en el Olimpo, Santificado sea tu nombre”. El nombre. El nombre de Dios. El
nombre.
El recetario – creo - me dio
las herramientas necesarias para que escribiera mis textos como textos instruccionales,
quizá buscando que cada uno de mis relatos dejará en el lector la búsqueda de
un sabor extraordinario.
Con los años pude ingresar a
una Biblioteca, y debajo de mis brazos lleve a mi casa; Alicia en el País de
las Maravillas y, un libro sobre La Atlántida. Sin saber eran dos libros de
viajes a mundos inesperados. Quizá ese día mi madre pasó otra prueba conmigo y
yo otra con ella. – Mita, estamos solos. Ella me respondió: - Por qué lo
preguntas. Yo dije: - Es que Dios no puede ser tan malo y en ese universo tan
grande habernos inventado a nosotros solos. Mi madre me volvió a regañar: - Ya
le dije que no piense en esas tonterías. Dios creo el mundo en 7 días.
Yo hice la pregunta porque
aún esa imagen del Universo seguía dentro de mis inquietudes. ¡O el culpable no
era Dios, ni mi madre, era el fotógrafo de Dios? Pero aún no tenía claro las
cosas, y aún hoy no las tengo claras. ¿Quién era Dios? ¿Cómo era?
En esos días alguien me
contaba la siguiente anécdota: “Un niño fue aislado del mundo, en un
experimento científico, se le enseñó todos los conocimientos de la ciencia y
del arte. Pero se procuró obviar todo señalamiento sobre religión. El niño
vivía en un cuarto blanco, grande, con muchos libros y un ventanal inmenso, de
donde se observaba un bosque. Un día al niño lo dejaron salir al bosque, y lo
primero que hizo fue ir al árbol más grande y lo abrazó. A partir de allí todas
las tardes el niño iba y se sentaba frente al árbol. Un día le preguntaron por
qué lo hacía y el respondió: - Me pregunto que ser superior a nosotros pudo
crear criatura tan hermosa.
Dios, también es mi
laberinto, se transforma en la polifonía de voces de muchos. Esas preguntas que
nos hacemos ante la inmensidad, ante lo inexplicable. Ese estudio que nos lleva
a cuestionar y crear hipótesis de nuestro entorno y que con los años nos lleva
a explorarnos a nosotros mismos, y ese templo externo da paso a la exploración
del templo interno que está en nuestro cuerpo.
Quien visita mi hogar – hoy
día – se encuentra con que mi madre aun es catequista, a pesar de haber leído
el Caballo de Troya, en una de esas tantas discusiones nuestras que partió por
culpa del fotógrafo de Dios. En la cocina de mi madre hay un reloj en forma de
ancla, pero mi madre lo tiene al revés, es decir el número 12 esta de cabeza,
quizá todos piensan que es por locura El caso es que es la única forma de que
ese reloj funcione, pero yo creo que es porque las discusiones que se dan con
mi madre sobre el origen siempre están teñidas por un diálogo que parece darse
en un mundo paralelo. Ella me sigue escuchando, hoy día ya no me dice que estoy
pecando, y ella sigue enseñando catecismo, y cuando los niños preguntas
irreverencias como las mías, ella ya tiene su respuesta y su Dios. Yo no, yo lo
sigo buscando. En una libreta de mi Universidad, en la solapa de la catedra de
Análisis literario quedó escrito lo siguiente: “No creo en Dios, pero me hace
mucha falta”, esto lo escribí a los 17 u 18 años, días en que en mi poesía
expresaba:
APOCALIPSIS DE UN POETA
Observa lector
al arcángel caído
de un cielo
llamado infierno.
Donde Dios no es Dios
y donde la nada es
nada.
Donde el tiempo no
existe
y el mejor placer
es la muerte.
Porque acá
en éste espacio
terrenal
la vida es puente a
la eternidad
la eternidad es una
cárcel
la eternidad es un
vacío
el vacío es nada
y la nada es Dios.
Un Dios que ustedes
los hombres
lo han hecho ser
hombre.
Al final
Dios es Dios
o Dios es hombre
o el único hombre
es el verdadero Dios.
Al lado de la cocina de mi
madre, al final de la casa, ella tiene un cuarto, al cual bautizó como “la
pieza del olvido”. Es un lugar frío, lleno de chécheres y recuerdos, su máquina
de coser, hilos y agujas, a veces pienso que ella allí en su gavetica de
botones también tiene colecciones de llaves y laberintos. Es allí, ahora que
releo su libro maestro Briceño Guerrero, que quiero copiar, plagiar, robar, dos
oraciones suyas al final de este texto, condensada en esta pregunta que se hace
su personaje: “¿La educación cristiana me ha cerrado las puertas de la
iluminación?
Yo creo que esa educación
que priva a los misterios abre el corazón a las dudas y a la búsqueda infinita
por saber. Y como mis primeras preguntas hacia Dios las hizo crecer imágenes
que luego se combinaron en palabras e inquietudes, y como en el capítulo V,
maestro Briceño, usted hace de una manera sutil una referencia a aquellos
misterios que llamamos extraterrestres, y que leímos en libros de la época que
el canon académico desechaba, quiero enlazarlo con el capítulo 2 intitulado “Adentro”,
de la 8 temporada de Expedientes X, la Dra. Scully se pregunta:
Vivimos en una
oscuridad de nuestra propia hechura, ciegos a un ambiente del mundo que no es
visto por nosotros. Un mundo de seres que viajan por el tiempo y el espacio
imaginable para nosotros sólo como vuelos de fantasía. ¿Quiénes son esos seres
que nos atrevemos a imaginar pero que tememos aceptar? Que oscuro trabajo
sucede dentro de sus máquinas imposibles, ocultas para nosotros por fuerzas
invisibles. Si ellos conocen nuestros secretos porque no conocemos los suyos.