jueves, 29 de agosto de 2013

PALABRAS AL PADRE ACACIO BELANDRIA EL DÍA DE SU FUNERAL




San Cristóbal, 21-12-1012

Mensaje a propósito del fenecimiento del padre Acacio Belandria Pulido
me valgo de su presencia en el seno de la
Iglesia de San José de Bolívar.

Mi apreciada Hermana:

            Hoy en este día mítico y apocalíptico me ha pedido mi pariente Lubin Pulido realizar unas palabras a las obras del “Padre Acacio”, gran honor que me coloca, pues aún mi obra es minúscula al lado de ese “siervo de Dios” como lo fue el pariente Acacio. Tuve el orgullo y el placer de conocerle leyendo una lectura dominical y un salmo mientras el departía palabras sabias en su homilía.
            Es grato volver a escribir a otro Quijote, pues he tenido el privilegio en mi último libro el de abordar la vida de otro insigne sacerdote, me refiero al padre Juan Francisco santos y su revista ENSAYO. No se dista mucho la vida del Padre Acacio del Padre Santos, ambos luchadores por los sueños de nuestra juventud y la de nuestros niños. Acacio también se proyecto con una revista por allá en 1972 bautizada con el nombre “La voz del barrio”, ya desde este título Acacio hacía virtud a su segundo credo; “el de amar el mundo de los pobres”, su primer credo era Cristo y el tercero la iglesia latinoamericana.
            El padre Acacio fue un herrero de la religión, y quiero hacer este simil, para recordar a don Abigail Belandria, uno de los primeros herreros del pueblo, Don Abigail sería hoy el mecánico de aquellos tiempos cuando no se cambiaban neumáticos sino herraduras. Y, ¿por qué Acacio fue un herrero de la religión? Sencillo: su fragua siempre se dirigió a la lucha de los más necesitados, de allí sus palabras:

“Yo no he tenido que hacer mucho esfuerzo para entrar al mundo de los pobres, porque nací y me crié en él. Mi familia nació y se crió en la Venezuela de los años 30 y 40. Era la Venezuela rural. En aquel entonces vivíamos muy pobremente, sólo que, a diferencia de la pobreza de hoy, nuestra pobreza era serena, sin angustias”.

            Acacio empezó a construir su credo desde sus vivencias campesinas, porque hay que recordar que la opulencia que se vive hoy día en el pueblo no era tal en los tiempos que el vino al mundo, un mundo donde no habían ni alpargatas, sólo por poner un ejemplo, los rioboberos conocieron el tomate, ese que compramos hoy en bodegas apenas entrada la década de los cincuenta, quizá a la par de la llegada de la carretera a estos lugares del aislamiento. Aparte de este contexto de pobreza, estuvieron luego con los años las lecturas de los libros de Monseñor Romero – su alter ego – que definió que no se había equivocado cuando decidió ser jesuita a los 12 años de edad.
            El padre Acacio lo catalogaron varios valores: Prudencia, sensatez, paz, diálogo, humildad, crítico objetivo, solidario, entre otras virtudes. Y quizá su frase más histórica es aquella de: NO PODEMOS CALLAR MÁS, cuando en el año 2001 empezó una lucha desde la predica para cuestionar y denunciar la extorción y el secuestro, y sobre todo ese tema que nos entristece a todos; los niños de la guerra, porque él se desenvolvía en un territorio donde los grupos irregulares arrastran al camino del mal niños inocentes que son devorados por sectores del terrorismo. Y al calificativo de Quijote, hay que agregarle el de “guerrero de Dios” pues ya estando jubilado, sin obligación, con un cargo importante en su orden religiosa dejo todo, todo, y se interno en un territorio “donde la vida corre permanente peligro”. Y allí Acacio empezó a realizar una obra maravillosa para la protección del Refugiado, de todas aquellas familias desplazadas que siguen huyendo desde la muerte de Gaitan. Y de allí que Acacio nos deje este legado, sus palabras que leo de forma textual:

“No basta sólo con venir a Misa el domingo, no basta llamarse católico, no basta llevar al niño a bautizarlo, aunque sea en una gran fiesta de sociedad. No bastan las apariencias. Dios no se paga con las apariencias. Dios quiere el vestido de la justicia. Dios quiere a sus cristianos revestidos de amor. La iglesia no sólo esta en el templo, la iglesia esta en todos lados, donde un niño maltratado llora, donde una madre aquejumbrada por sus hijos tiene tristeza del alma, donde los vecinos se arropan con el chisme, allí hay que llegar y borrar todo con la ruana del amor”.


            El padre Acacio fue un sembrador y sus semillas cayeron en tierra buena. A sus casi 83 años aún visitaba a más de 16 comunidades campesinas en el Alto Apure para llevar la eucaristía y los sacramentos a las comunidades fronterizas más marginadas, porque el Padre Acacio, y con esto cierro esta esquela, dejo otra frase hermosa, cito sus palabras: “Para nosotros no hay frontera, todos somos una sola familia”. 

José Antonio Pulido Zambrano