San Cristóbal, 21-12-1012
Mensaje a propósito del fenecimiento del padre Acacio
Belandria Pulido
me valgo de su presencia en el seno de la
Iglesia de San José de Bolívar.
Mi apreciada
Hermana:
Hoy en este día mítico y apocalíptico me ha pedido mi
pariente Lubin Pulido realizar unas palabras a las obras del “Padre Acacio”,
gran honor que me coloca, pues aún mi obra es minúscula al lado de ese “siervo
de Dios” como lo fue el pariente Acacio. Tuve el orgullo y el placer de
conocerle leyendo una lectura dominical y un salmo mientras el departía
palabras sabias en su homilía.
Es grato volver a escribir a otro Quijote, pues he tenido
el privilegio en mi último libro el de abordar la vida de otro insigne
sacerdote, me refiero al padre Juan Francisco santos y su revista ENSAYO. No se
dista mucho la vida del Padre Acacio del Padre Santos, ambos luchadores por los
sueños de nuestra juventud y la de nuestros niños. Acacio también se proyecto
con una revista por allá en 1972 bautizada con el nombre “La voz del barrio”,
ya desde este título Acacio hacía virtud a su segundo credo; “el de amar el
mundo de los pobres”, su primer credo era Cristo y el tercero la iglesia
latinoamericana.
El padre Acacio fue un herrero de la religión, y quiero
hacer este simil, para recordar a don Abigail Belandria, uno de los primeros
herreros del pueblo, Don Abigail sería hoy el mecánico de aquellos tiempos
cuando no se cambiaban neumáticos sino herraduras. Y, ¿por qué Acacio fue un
herrero de la religión? Sencillo: su fragua siempre se dirigió a la lucha de
los más necesitados, de allí sus palabras:
“Yo no he tenido que hacer mucho
esfuerzo para entrar al mundo de los pobres, porque nací y me crié en él. Mi
familia nació y se crió en la Venezuela de los años 30 y 40. Era la Venezuela
rural. En aquel entonces vivíamos muy pobremente, sólo que, a diferencia de la
pobreza de hoy, nuestra pobreza era serena, sin angustias”.
Acacio empezó a construir su credo desde sus vivencias
campesinas, porque hay que recordar que la opulencia que se vive hoy día en el
pueblo no era tal en los tiempos que el vino al mundo, un mundo donde no habían
ni alpargatas, sólo por poner un ejemplo, los rioboberos conocieron el tomate,
ese que compramos hoy en bodegas apenas entrada la década de los cincuenta,
quizá a la par de la llegada de la carretera a estos lugares del aislamiento.
Aparte de este contexto de pobreza, estuvieron luego con los años las lecturas
de los libros de Monseñor Romero – su alter ego – que definió que no se había
equivocado cuando decidió ser jesuita a los 12 años de edad.
El padre Acacio lo catalogaron varios valores: Prudencia,
sensatez, paz, diálogo, humildad, crítico objetivo, solidario, entre otras
virtudes. Y quizá su frase más histórica es aquella de: NO PODEMOS CALLAR MÁS,
cuando en el año 2001 empezó una lucha desde la predica para cuestionar y
denunciar la extorción y el secuestro, y sobre todo ese tema que nos entristece
a todos; los niños de la guerra, porque él se desenvolvía en un territorio donde
los grupos irregulares arrastran al camino del mal niños inocentes que son
devorados por sectores del terrorismo. Y al calificativo de Quijote, hay que
agregarle el de “guerrero de Dios” pues ya estando jubilado, sin obligación,
con un cargo importante en su orden religiosa dejo todo, todo, y se interno en
un territorio “donde la vida corre permanente peligro”. Y allí Acacio empezó a
realizar una obra maravillosa para la protección del Refugiado, de todas
aquellas familias desplazadas que siguen huyendo desde la muerte de Gaitan. Y
de allí que Acacio nos deje este legado, sus palabras que leo de forma textual:
“No basta sólo con venir a Misa el
domingo, no basta llamarse católico, no basta llevar al niño a bautizarlo,
aunque sea en una gran fiesta de sociedad. No bastan las apariencias. Dios no
se paga con las apariencias. Dios quiere el vestido de la justicia. Dios quiere
a sus cristianos revestidos de amor. La iglesia no sólo esta en el templo, la
iglesia esta en todos lados, donde un niño maltratado llora, donde una madre
aquejumbrada por sus hijos tiene tristeza del alma, donde los vecinos se
arropan con el chisme, allí hay que llegar y borrar todo con la ruana del
amor”.
El
padre Acacio fue un sembrador y sus semillas cayeron en tierra buena. A sus
casi 83 años aún visitaba a más de 16 comunidades campesinas en el Alto Apure
para llevar la eucaristía y los sacramentos a las comunidades fronterizas más
marginadas, porque el Padre Acacio, y con esto cierro esta esquela, dejo otra
frase hermosa, cito sus palabras: “Para nosotros no hay frontera, todos somos
una sola familia”.
José Antonio Pulido Zambrano