martes, 4 de julio de 2017

LA MAGIA DEL SEÑOR IGNACIO CHACÓN

Por: José Antonio Pulido Zambrano
Editor de la revista Riobobense


El Señor Ignacio Chacón

La infancia dicen que es la mejor época y yo estoy de acuerdo con ello. Viví una niñez maravillosa en mi pueblo San José de Bolívar, y en esa infancia tengo gratos recuerdos de la gente que me ayudó a construir mi mundo de escritor. ¡Como olvidar a Víctor Noe y sus inventos estrambóticos! ¡Como olvidar a Heriberto Quesillo y su armónica o sus juegos de azar en las ferias! ¡Como olvidar a Luis Cerote y su incursión dentro de mi casa con sus caballos! ¡Como olvidar a Agustín Méndez en su trabajo diario! No tengo otro recuerdo de Agustín que el de verlo trabajar en la peña de la cuchilla. ¡Como olvidar a don Heriberto Rosales y las dos únicas casillas de teléfono en el pueblo, recuerdo que en mi casa habían colocado el ultimo telefono y nos habían asignado el número 87! Debíamos marcar a casa de Don Heriberto para poder hablar a otra persona y en la espera, don Heriberto le preguntaba a uno por la familia, el estudio y solía echar tal cual chiste.
Y así como estos, paren de contar los personajes de mi pueblo que conocí de niño, como el caso de Stanislao, quien tenía una venta de pescado frente a la casona de Doña Carmen, que también vendía pescado (Bocachico) y los niños solíamos cantarle en coro: 

¡Stanislao, Stanislao, hueles a pescao!

Pero este escrito va a una persona correcta, servicial, amigable, como lo fue el señor Ignacio Chacón. Con él recuerdo que mi papá me compró unos zapatos felinos pues estaban de moda los Thundercats, y esos zapatos para la época ero lo más grande y máximo que uno podía tener. O unas botas de caucho, corte bajo, color negra, que mi señor padre compró pues según él ya tenía la edad para labrar el campo. 

Y así fueron muchas cosas que compramos en aquella bodega, viene a mi memoria los reloj marca Casio, de plástico, que para uno de niño en ese tiempo eran eternos, con dos botones, uno para ver la fecha y con ese reloj por primera vez sentimos los niños de San José de Bolívar lo eterno que es un minuto cuando oprimíamos el segundo botón y empezábamos a contar los segundos para que tocaran el timbre de la escuela y poder irnos a nuestra casa.
Siempre lo visite ya siendo yo mayor a comprar chocolates Savoy, él como siempre con su buen genio y magia nos atendía en su bodega detrás del mostrador y es algo que aún hago cuando visitó el pueblo, sólo que quién atiende ahora es uno de sus hijos. 
Días atrás me enteré de la muerte del señor Ignacio y recordé lo más significativo de él cuando uno entraba a su bodega y después de comprarle un caramelo uno esperaba los vueltos y él tenía por costumbre darle a uno la moneda y que cosas, donde él la colocaba nunca aparecía, sino en otro sitio, y para uno, un niño con una efervescente imaginación veía en aquel acto de magia todo un prodigio y yo le decía a mi mamá:

- El señor Ignacio es un Mago.

Hoy después de adulto he tenido la ocasión de ver muchos actos de magia, muy sofisticados los últimos, el cine nos ha inundado con las proezas de Harry Potter, pero ninguno de estos eventos ha logrado despertar en mí "el asombro" de las desapariciones enigmáticas de las monedas en la vidriera del mostrador de la bodega del señor Ignacio.


Ignacio Chacón, hombre bueno de mi amado pueblo San José de Bolívar.