En San José de Bolívar, como es tradición a la religión católica, sus habitantes siempre han guardado respeto al tiempo o días de pascua, al que los abuelos llaman "Cuaresma". Tradición que ha perdido muchos adeptos. En estos días -en el tiempo antiguo - las familias, representadas muchas veces en la figura del padre o la abuela, procuraban no salir a altas horas de la noche, porque las leyendas sugerían que en esos momentos hacían presencia espíritus malignos, que el señor tenebroso dejaba andar por el mundo de los vivos, por tal motivo era mejor ser recatado y no salir.
Para 1973, San José de Bolívar era un pueblo pequeño. Las casas más que todo quedaban alrededor de la plaza Bolívar. Los padres aconsejaban a sus hijos no salir tarde de noche, pero todos sabemos como es la juventud, sobre todo los de esta época, eran tercos y enamorados. Los jóvenes Miguel y Luis eran un claro ejemplo de estos, ya que ellos eran muy novieros y juntos planeaban encontrarse en la esquina para llevar a sus parejas a los restos de una casona vieja y abandonada, que quedaba frente al lugar que llamaban "La Granzonera".
Esa noche los muchachos, salieron de sus hogares como tras tantas y se dirigieron al sitio del encuentro. La Granzonera tenía fama del lugar donde se encontraban los amores secretos y prohibidos. Allí esperaban a Miguel y Luis las hermanas Peñaloza, sus novias, quienes recibieron con placer y cariño a sus enamorados. Empezaron a pasársela bien, encendieron una fogata, Miguel abrió una botella de miche aliñado con panela. Comenzaron a planificar su futuro entre besos y abrazos.
Siendo ya cerca de las once, a Luis se le ocurrió hacer un comentario que desencadenaría un suceso inesperado e interrumpiría tan idílica cita.
- En esta vieja casona murió la bruja Carmela. Dicen que la vieron desandar esta zona después de muerta.
Una de las hermanas dijo que dejara de hablar de eso, porque le había dado miedo. Allí Miguel dijo que parecía como si le hubieran tirado tierra a sus pies, Luis empezó a reírse, que se lo perdonaba a las muchachas pero a él, que fuera serio.
Estando en estas conversaciones, volvieron ahora todos a sentir que alguien les tiraba tierra a sus pies. Las muchachas abrazaron a los chicos, pues les parecía haber visto a una abuela pasar por uno de los cuartos. comenzaron a llamar haber si alguien respondía. Sólo el silencio y los grillos fueron la respuesta.
Un grito espeluznante a la lejanía reavivó el miedo en las chicas. Miguel encendió su linterna y empezó a explorar la casona. Nada. Luis comentó que el grito parecía venir de la aldea La Costa, cerca de donde había estado la capilla del Hojiancho. Las muchachas habían quedado mudas de pavor, Luis que era el más excéntrico dijo:
- ¡Bueno, si no quieren más estar aquí, pues hacemos como la calabaza cada quién para su casa.
Las hermanas no esperaron que Luis terminara la oración y como un rayo comenzaron a correr, sin mirar hacia atrás, hasta llegar a El Topón, cerca de su casa. En eso se escucho de nuevo el grito desgarrado, ahora era una mezcla de gemido y lagrimeo. Miguel y Luis, al ver que las muchachas habían llegado a sus casas, también comenzaron a correr. Un frío, como esos de páramo, se les empezó a meter por los huesos. Casi sin aire llegaron a la plaza, cuando de repente se oye aquel quejido escalofriante que parece estar lejos pero una sombra maligna les hace pensar que esta detrás de ellos.
Luis sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre las rejas de su casa y Miguel linterna en mano continuo su estampida, ya que su casa quedaba más abajo. Sólo le dio tiempo de empujar la puerta, que su padre aquella noche había dejado destrancada, ya que sin Miguel saberlo, sus padres estaban muy preocupados. En ese momento sintió que el grito se escuchaba como en El Topón, sintió alivió, pero a la vez dolor, una garra había desgarrado su hombro y sólo le dio chance de ingresar a su hogar.
Al levantar el rostro vio a su padre, Don Hilario, quién escapulario en mano lanzaba agua bendita al ser que le perseguía. Al voltearse sólo logró divisar un ser que se esfumaba y tras de ello un reguero de cenizas.
Al pasar el susto, Don Hilarió increpó a Miguel, le dijo:
- Por usted no ser obediente por poco se lo lleva la tan mentada Llorona.
Compilador: José Antonio Pulido Zambrano