En los tiempos antiguos, en la época decembrina, en el pueblo de San José de Bolívar no podían faltar a la par de las misas de aguinaldo, la tradición de que los vecinos fueran por las casas tocando las puertas para despertar a los vecinos. La plaza se inundaba de gente, y allí antes de comenzar la misa cada aldea hacía del cielo un florero de luces con las explosiones de morteros.
Cuentan que para este tiempo el señor Hilario Chacón era el encargado de tocar las campanas de la iglesia para anunciar las misas. No obstante, antes de cumplir su trabajo, pasaba por la casa de Margarita, Carmen, Cira, Berta y Ana Irma, todas hermanas e integrantes del coro navideño, por este motivo cada madrugada Don Hilario tocaba las puertas de este hogar para despertar a las duermevelas.
Hilario Chacón
En una de estas visitas el señor Hilario toca la puerta, cuando un quejido llamó su atención. Y luego unas voces femeninas que desde la oscuridad de la plaza Bolívar le dicen:
- ¡Aquí estamos!
Hilario se queda sorprendido pues no creía que las muchachas estuviesen tan temprano despiertas. Considera que es una broma que le ha jugado su entre-sueño. Por eso vuelve a tocar y a su vez vuelve a escuchar aquellas voces que desde la oscuridad de la plaza le llaman:
- ¡Aquí estamos!
Hilario al notar que ese segundo llamado no es parte de la vigilia, reanuda su marcha tras el eco de aquellas voces. Sale a una de las esquinas y en medio de esa oscuridad absoluta logra ver la silueta de una mujer de blanco recostada a uno de los arboles. Él sorprendido sigue acercándose a aquella dama, lo extraño es que ha escuchado varias voces, imagina que las otras están escondidas. Al estar más cerca de la extraña mujer nota con inquietud que al dar un paso hacia ella, la mujer da otro paso hacia atrás y cada vez que Hilario va hacia adelante la mujer camina hacia atrás y de esta manera va aumentando su tamaño. Hilario comprende que esta ante una criatura del maligno, por eso saca un cuchillo crucero que le había bendecido el padre Domingo Antonio Guerrero.
Aquella extraña mujer llega al centro de la plaza donde queda el busto del libertador Simón Bolívar y su tamaño sobresale la de dicho monumento. Hilario levanta su cuchillo en cruz y cerrando sus ojos reza tres avemarías. Al abrir los ojos la mujer ha vuelto a su tamaño normal, observa que en las cuencas de sus ojos no hay nada. Hilario toma con más fuerza el cuchillo y se acerca a la dama de blanco rezando un padrenuestro, la mujer da la vuelta y se coloca detrás del monolito que sostiene el busto de Bolívar.
Con cautela y rezando cada vez más en voz alta, Hilario se acerca y corre rápido para atrapar aquello, pero no encuentra nada. La mujer ha desaparecido. Mira en las cuatro direcciones y no ve nada. Al voltear la mirada hacia la esquina de la iglesia, por la calle Páez vuelve a aparecer la mujer. Él ya más temeroso sale corriendo hacia la iglesia y abre las puertas, sube rápidamente hacia la parte más alta del campanario, empieza a tocar las campanas. En eso mira hacia abajo por uno de los ventanales y observa como la gente del pueblo esta entrando a la iglesia, y el Padre Guerrero comienza la homilía de aquel día.
Compilador: José Antonio Pulido Zambrano