* Elvidio Márquez Guerrero
¡El bobo José, se robó a la María!
-¡Ah sí! Y se la llevó pal cerro de La Maravilla.
Robarse la novia en la década de los ochenta y tiempos atrás en la aldea Los Paujiles, era el principio del ritual de las parejas para el inicio de un nuevo matrimonio. Generalmente ocurría que, por celos de los padres y las madres para con sus hijas, no les permitían tener novio, ni mucho menos, pensar en casarse; bien pudiera ser que los padres de la muchacha tuvieran cierta posición económica, de la que el novio carecía. Por otro lado, el novio no era agradable a la familia de la pretendida, esto determinaba que el pretendiente conquistara a la muchacha sin acercarse mucho, generalmente lo hacían con papelitos y cartas que eran enviadas con algún mensajero, y la mayoría de las veces, eran hermanos o hermanas más pequeños de los pretendientes, quienes llevaban y traían mensajitos entre los enamorados. Los mensajes eran pequeños poemas de amor, o citas para poderse ver en los alrededores de sus casas a escondidas, debajo de algún árbol o cerca del río, en alguna piedra, lugares que les permitían verse rápidamente sin ser vistos. Las citas, eran encuentros muy breves; intercambio de sonrisas, miradas, conversaciones cortas, agarrones de manos y los que eran más atrevidos intercambiaban algunos besos.
Los padres no permitían que a sus hijas les pretendieran, la explicación para ello radica en la necesidad de mujeres que ayudaran a trabajar en las labores de la casa y el campo, por otro lado, las riendas de la familia eran llevadas por el padre, quien infundía respeto a través del miedo, vociferando palabreos con sus vecinos, de “darle muerte a quien se atreviera a acercase a sus hijas”. Razón por la cual los enamorados tenían que robarse a su novia. El robo de novia, consistía en un acuerdo a escondidas y en secreto, al que llegaban los enamorados en sus citas acostumbradas. El novio proponía huir juntos, como única alternativa para lograr consumar su amor y formar un nuevo hogar. La novia se tomaba el tiempo necesario y en la próxima cita acordaban las condiciones y el día de la huida.
En el acuerdo decidían el lugar para resguardarse. El lugar de refugio comúnmente era un rancho o casa de campo alejada y deshabitada que tenían las fincas y eran usadas sólo para ciertas labores del campo en determinados períodos.
Días antes, el novio llevaba los alimentos y todo lo necesario para su permanencia en el lugar de resguardo, dejando todo preparado para la fecha; por su parte, la novia lavaba y planchaba cuidadosamente las ropas para llevarse, luego las escondía cuidadosamente en un saco que guardaba bajo su catre. El día de la huida, la novia se levantaba mucho más temprano que el resto de la familia, de forma tal, que le diera tiempo de sacar el saco, esconderlo en el lugar de las citas y volver a la casa normalmente.
La huida comúnmente ocurría al anochecer, mientras la familia tranquilamente tomaba la mazamorra (especie de atol de maíz) antes de ir dormir, el novio hacía la señal acordaba que podría ser un chiflido (silbido), se juntaban, tomaban sus cosas y emprendían veloz carrera al cerro de La Maravilla.
Mientras la pareja huía, nada pasaba en la casa de la novia, o por lo menos la primera media hora o una hora, hasta que se empezara a extrañar la presencia de la muchacha. Comenzaban a llamarle por todos lados, buscándole, pero seguramente ya estarían muy lejos o llegando al recinto nupcial. Mientras que en la casa la zozobra concurría por los alrededores, buscando, al pasar una o dos horas, ya se informa a los vecinos, y vaya coincidencia, pues en la casa del novio ocurre lo mismo, en este momento, se empieza a sospechar de la hazaña, siguen buscando y esa noche casi no se puede dormir, pero como es común, que esto ocurra, después de conocer la desaparición del pretendiente, el insomnio se hace más leve y las familias deciden descansar para seguir buscando a la mañana siguiente. Al otro día, luego de las labores caseras se renueva la búsqueda, preguntando a todos los vecinos si por casualidad vieron algo, que pudieran ser los prófugos, la búsqueda continua, hasta dar con el paradero de la nueva pareja.
Los lugares más comunes de casas nupciales en Los Pajuiles eran: El rancho de La Maravilla en el sector La Blanca; el rancho del Tesoro; los ranchos de El Mazamorro y la casa de la Mesa de La Gallina, en El Encierro. Otros lugares eran el de las Aguadas, las Perdices o el Páramo de la quebrada Pajuilera. Esto sucedía en cualquier casa desocupada y las parejas pasaban allí los primeros días y noches nupciales, mientras sus familiares iban a buscarles.
Don Hilario Chacón enamorando a Doña Sofía Contreras
cuando un tiple, violen, guitarrón o cuatro era el fondo para enamorar una mujer
en San José de Bolívar (Foto Archivo: Fundación Pulido).