miércoles, 21 de junio de 2017

UN CASO DE BRUJERÍA EN LA ALDEA LOS PAUJILES (Secretos de familia).

Por: Ramona Pulido Parra


Quizás deba iniciar mi historia como el libro "David Coopperfield" de Charles Dickens y decir que yo soy la heroína de mi propia vida y para dar comienzo al inicio de mi vida es decir mi hermosa infancia diré que nací (según consta en mi Acta de Nacimiento y yo creo en eso) en la aldea Los Paujiles, perteneciente al hoy pujante municipio tachirense; Francisco de Miranda. En la partida de Nacimiento dice: "Eufemia del Socorro" pero desde pequeña me apodaron "Ramona" por una hermana de mamá a la cual y que me parecía mucho y así me quedé: Ramona.
Mi padre José Antonio fue mi maestro en el arte de labrar el campo y por ser su hija mayor fui su compañera en varias faenas campesinas y de labranza. Yo viví una niñez muy bonita, en el silencio que nos regala el mundo campesino. Crecí escuchando historias y leyendas de nuestros ancestros, como de que más arriba de la quebrada La Pajuilera aparecían los indios, que esas aguas estaban encantadas, un día me escape por aquellos sitios, no me hallé a ningún indio pero si encontré una piedra cercana a la Quebrada de Los Indios (Aún hoy día así se llama) que esta roca estaba marcada por lineas dispares que representaban animales de la zona, esa piedra se la llevó luego una creciente por allá en el año 1950. 
Siguiendo la ruta de La Pajuilera, aguas abajo, un día mi padre me señaló una falda (por donde hoy queda el Ancianato) y me dijo: 

-En ese sitio me contaba mi papá, su abuelo Domingo, que una familia conocida como "Los Carolinos" habían enterrado a muchas personas que ellos mataban para robarles sus cosas.

"Los Carolinos" en efecto tenía su puesto ganado en la historia de la aldea, eran personas muy malas, varios de ellos habían muerto con un tiro en su pecho. Yo aún pude ver las ruinas de su casa desolada cerca de un torrente de agua que llamaban La Pesa. Esta familia era de apellido Sánchez y se les consideraban en la zona como malhechores.
Yo nunca jugué con muñecas como mis nietas, mi infancia fue trabajo; cocinar con mamá Flor comida para los obreros y llevarles la comida al sitio de trabajo. Y era en los ratos libres que me gustaba hurgar aquellas historias oscuras que abrazaban la aldea.
Los caminos de la aldea no eran como hoy que son carreteras amplias y llenas de luz, en mi época esos caminos eran más bien siniestros y oscuros, tanto así que para donde vivía tío Abraham Parra llamaban a esa zona como "Boca de monte". Los arboles de los bosques eran de dimensiones excesivamente grandes y la maleza, de helecho e hierba alcanzaban a veces una frondosidad que mi primer juguete puedo decirlo fue una machetilla, aparato fundamental para transitar aquellas soledades e ir limpiando la sanja por donde se caminaba.
En esa época los vecinos eran gente muy hurañas y silenciosas. Más allá de mi casa vivían los Contreras, lugar que frecuentaba en las tardes con mamá para llevarles arepas de maíz y ellos darnos frijoles quinchonchos, que mi mamá recibía encantada y luego hacía una sopa que le agregaba tocino y apios. Más allá quedaba la "zona oscura" como la llamaba papá, pues ese sitio había sido la tierra de los "Carolinos" y se creía que los fantasmas de los muertos por ellos transitaban aquellas soledades. En ese sitio tenía su casa Doña María Francisconi y pasando la quebrada y el callejón de "Boca de monte" vivía tío Abraham.
Papá no pasaba mucho a doña María, aunque parecía que era un sentimiento unánime de la aldea. "Esos musiu tienen su cosa mala" - solía decir don José Mora, el medico hierbatero de la aldea, que vivía en el cerro más arriba de mi casa.
Mamá a veces salía al pueblo - muchos años después me enteré que iba a buscar a papá -, y nos dejaba al cuidado del manco Sebastian Contreras, tío de Angela, era un señor probo, no tomaba y para alegrarnos el tiempo cantaba canciones como "La perra baya" y nos decía que arriba donde los Romero habían visto un indio y detrás de él habían llegado muchos zorrokukos, los Romero, decía él, afirmaban que tales pájaros estaban al acecho de las almas de los muertos y que su pavoroso canto sincronizaban con la jadeante respiración de los moribundos. Nunca me gustaron los zorrokukos. 
Por cierto esos días de mi niñez tuvieron un grato regalo cuando mi casa fue solicitada por una maestra de La Grita para dictar clases a los niños de la aldea, y era un pretexto para ver a Angela, Sofía, Josefa, Ana Victoria y mi prima Saturnina. La maestra Virginia era manquita y con ella vimos el primer y segundo grado, con ella aprendí las primeras letras y siempre nos leía poesías de amor. Tercero y cuarto grado ya vi clases en la Escuela en casa de don Teofilo Silva, que decían fue esposo de doña María y allí tuve como maestra a doña Irene Chaparro, hermana de Gilberto y Teotiste. Quinto grado ya los recibí con doña Manuela Paz, ya en el pueblo de San José de Bolívar, tenía yo 14 años y era 1948. Terminó sexto grado en la Escuela Régina de Velásquez con la maestra Ana Matía Mora, hija de don José Mora. Ya primer año lo estudiaría en La Grita, en el Sagrado Corazón de Jesús, esto pasó después del divorcio de papá y mamá, muy comentado en la zona pues era el primero que se daba en la zona. Mamá fue de una u otra manera la primer mujer que lucho por la igualdad de genero en aquella zona. Papá tomaba mucho y quizá ese fue el detonante de que mi familia se dispersara a finales de esa década. En el pueblo que siempre a vox populí se cuenta todo dijeron que la ruptura se debía a un tal Faustino Moreno o Zambrano - esta memoria mía -, que se la pasaba buscando botijas con papá, empezó a sonreirle a mamá, pero lo de papá y mamá tiene un nombre, el chisme le hecho la culpa a Faustino, pero el verdadero culpable se llamó: El miche. 
A los 19 años fui buscada como maestra interina, pues sabían de mi servicio pedagógico por haberle sido suplente a la maestra Irene, por lo que fui llamada a dar clases en La Florida - y el mundo es pequeño, un pañuelo -, fui llamada como interina pues un tigre de monte se había comido a la maestra de aquella aldea y cual sería mi sorpresa al saber que aquella maestra era la manquita Virginia.   
Regresando a la "zona oscura", era de los pocos sitios que me gustaba visitar, pero mamá a veces insistía y yo tomaba a mi hermana Antonia y iba a llevarle a doña María arepas de maíz y cebollas. Doña María era muy peliona, tenía muy mal genio y una voz muy chillona. La recuerdo aún como si fuera hoy, era una mujer grande y corpulenta, parecía que tenía bigotes, pero no era así, era un bello sombreado que le caracterizaba. En la aldea decían que ella era una bruja, pero eso lo contare en su momento, pues para hablar de esa historia primero debo hablar de como los Parra llegaron a la aldea.
Los Parra que llegaron a la aldea Los Paujiles eran de la Grita, mi padre José Antonio en esos viajes a la ciudad que grita su silencio conoció a la hermosa Flor María, el iba con uno de sus hermanos a vender en el mercado una cebolla que había cultivado.
Cerca de la iglesia donde esta el Cristo Milagroso vio pasar tres hermosas damas, él pregunto y le dijeron "esas son las Parras". Luego papá visitó ese hogar y vistiendo su mejor liqui-liqui habló con el abuelo Dolores y con la abuela Bonifacia Belandria que eran oriundo de la aldea los Mogotes, Aguas Calientes y Tadea. El abuelo Dolores era un hombre muy alto, blanco, buen mozo y la abuela Bonifacia era más bien pequeña, algo morena. El abuelo Dolores había sido amigo del abuelo Domingo y eso bastó para que papá siguiera cortejando a mamá. Mamá tenía varios hermanos, como tío Abraham que era el mayor, tía Elvia que se casó con don Jesús Contreras, tío Pedro que no dejó hijos, Oliva y Mercedes eternas solteronas del pueblo de La Grita, Socorro que casó con un tal José Márquez y murió de parto con el niño; y tío José que fue casado con la señorita Rosa Duque.
Por parte del abuelo Dolores Parra, tuvo otros hermanos, entre ellos Domingo y Cornelio que vendían leche en la plaza de La Grita, Cornelio era un hombre bajo y muy blanco. Otro hermano era Hermeregildo, alto como el abuelo Dolores pero de tez morena, muy enamorado y parrandero; y Aurelio Parra quién me contaba papá habia matado al hijo por dejar ahogar una mula.
En uno de esos viajes papá se trajo a tío Abraham que quería comprar unas tierras y fue así como conoció a tía Leonor.
Josefa Leonor Zambrano era hermana de don Vicente, que vivía más arriba de "Boca de Monte". Y así como papá se casó con mamá y se la trajo para la aldea, así tío Abraham desposo a tía Leonor.
Del matrimonio de papá y mamá yo soy la mayor, me sigue Antonia, luego Rosa, Tulio, Pedro y Socorro. Hubo otro hermano que murió antes de tiempo y por estar muy lejos del cura papá le bautizo y le enterró en la sala de la casa, muy cerca de la cocina porque así lo quiso mamá. 
Papá siempre me dijo que ese niño era un ángel que siempre le acompañaba a todas partes.
Ahora sí, terminemos este cuento. ¡Claro que sí, si hubo brujas en Los Paujiles! O al menos eso dice el chisme de la gente, yo era muy pequeña cuando esto ocurrió pero en la aldea se dijo lo siguiente cuando trajeron el cadáver del tío Abraham:

"Decían que la vieja María Francisconi le había echado un sapo en la barriga a Abraham, por lo que tío Abraham fue llevado a Lagunillas a verse con un médico hierbatero de los indios de ese lugar, este le reviso y le dio un brebaje y Abraham -cuentan los que lo vieron -, empezó a vomitar un sapo lleno de pelos. El médico dijo que una bruja muy poderosa le había hecho un encanto. Tío murió en Lagunillas, iba con su hijo Teresio y lo trajeron a Los Paujiles en un ataúd de madera, recuerdo el cuadro fúnebre, con mucha gente a caballo".