lunes, 5 de julio de 2010

SECUNDINO ROJAS: EL ÚLTIMO ARRIERO DE SAN JOSÉ DE BOLÍVAR

Por: José Lubin Pulido Chaparro


Secundino Rojas era nativo del caserío La Costa. Nació el 21 de febrero de 1927. Fue un campesino neto, trabajador, legal, jovial y dicharachero. 
Sus padres fueron: Don Prudencio Rojas y doña Rumualda Vivas. Desde muy joven se traslada a la población de La Florida, en los primeros tres años labora en la recogida de café, moliendas de caña y charapeo de potreros; se encamina por el oficio de arriero de mulas, allá por el año de 1944, apenas contando con 17 años, pero son de esos jóvenes que la necesidad los hace adultos. 
Empieza arriando dos mulas y un caballo, cargando café hasta El Junco, cercano a Tariba, teniendo de patrones a don Lino Colmenares, quien era Juez de aldea y a don Soterio Moreno; en otras oportunidades lleva café a San José de Bolívar para don Teodulo Zambrano, de regreso trae mercancías (arroz, macarrones, sardinas, costales de fique, sal, cemento y otros), todo esto ocurre entre los años de 1950 a 1960. 
El día menos esperado es asaltado por desconocidos, quienes le arrebatan el dinero y las mercancías, desde ese mismo día por la noche su patrón Don Lino, lo arma con un revolver cañón largo, conocido cómo miti hueso (Smith Wilson), para su defensa, pero tendrá que pagarlo poco a poco con su escaso salario. Con su nuevo atuendo se siente más macho y corre el rumor de estar armado y es respetado, hoy en día guarda con recelo tan hermosa reliquia. 
Adquiere jerarquía y sus bestias llegan a 17 mulas, todas bien aperadas y un caballo de silla para uso personal. La mula mas grande, lleva en su cuello una campana que avisa el arreo, para que los transeúntes y otros arreos, tomen las medidas necesarias al paso de las cabalgaduras. Algunos arrieros por rencillas o celos de trabajo se retardaban en los sitos del camino estrechos y peligrosos para vengarse ocasionando en algunos casos abarrancamiento de alguna bestia con perdida de la mercancía o muerte del animal, que ocasionaron riñas y muertes. Secundino, es una persona sin vicios es muy responsable, cuida muy bien sus cabalgaduras. 


Así trabaja por varios años hasta que los carros desplazan a la recuas que por siglos, constituyeron el mejor transporte que jamás había existido; se hace encargado de la finca de don Luís Pulido Sánchez, en El Combudo donde labora por cierto tiempo. 
Va a la finca ubicada en Los Monos, llamada San Miguel en las cercanías de San Joaquín de Navay, siembra unas 15 hectáreas de maíz, que logra de la mejor manera, admirándose de la cantidad y calidad del mismo, cuenta que una mazorca llegó a pesar un kilo. 
Regresa para finalmente radicarse en su tierra natal: La Costa; era costumbre para la época la limpia del cementerio que lo hacían las aldeas y caseríos por turnos, en el tiempo que le toca a su caserío, el comisario: Don Francisco Vivas no convoca a los habitantes ni asiste, a lo que los costeños protestan ante la autoridad civil, quien hace preso al comisario y lo destituye por no cumplir con su obligación. 
Atendiendo a su capacidad de trabajo, Secundino, es nombrado comisario, cargo que desempeñó en varias oportunidades.


Cuenta Secundino que en una ocasión le tocó ayudar a bien morir al señor Clemente García, acompañando a la distinguida matrona doña María García, al parecer el Señor Clemente estaba poseído por un espíritu maligno, en su agonía decía palabras soeces, incoherentes, su cuerpo se movía con tanta fuerza que fue menester amarrarlo al catre, con un crucifijo, Doña María le hacia cruces en su rostro, Secundino le derramaba agua bendita por todo su cuerpo, al cabo de dos días y dos noches de brega, el espíritu abandona al cuerpo y el paciente entrega su alma al criador, algo muy extraño sucede: los colmillos del finado crecieron de tal manera que llegaron a la altura del mentón, le mortejaron y lo colocaron en el cajón, una urna un tanto rudimentaria, la cual cerraron de forma inmediata y dieron santa sepultura.